CONTRATAPA › LO PEOR QUE LE PUEDE PASAR A LA EDUCACION MEDIA

Adultos versus adolescentes

 Por Abraham Gak *

La controversia generada entre las autoridades del Ministerio de Educación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y los estudiantes secundarios, padres y muchos docentes, con motivo del otorgamiento de un número de becas juzgado como insuficiente, ha generado un conflicto que lejos de solucionarse se mantiene en estado de ebullición.

Son muchos los expertos que han señalado que la raíz de nuestros males en estos temas radica en que el sistema de educación media aún está asentado sobre paradigmas que fueron los que guiaron su nacimiento allá lejos en el siglo XIX. Y que consideran a la adolescencia como una moratoria social, un tiempo de espera, de preparación para el futuro. Así nació nuestra escuela secundaria, en principio, para formar la futura clase dirigente. Características elitistas, homogeneizantes, disciplinarias, con fuertes componentes autoritarios fueron su expresión. Sostenida en conceptos que estuvieron fuertemente apoyados sobre nociones pedagógicas vigentes en la época, fue propicia para circunstancias en las que convergían los intereses de grupos de inmigrantes, ansiosos de que sus hijos tuvieran un ascenso en el reconocimiento social, y el Estado, necesitado de generar una nueva identidad propia para el país.

Hoy, la actual confrontación entre adultos y adolescentes nos remite al pasado, ya que no nos queda otro camino que el asombro ante la torpeza con que las autoridades encararon y encaran el problema. Es un ejemplo obvio de cómo un conflicto que debió ser resuelto con un esquema de diálogo y aprendizaje de ciudadanía se transformó en una compleja maraña de intereses, cuya solución dejará vencedores y vencidos. Lo peor que puede suceder en educación.

La educación es poderosa por su capacidad de producir alguna diferencia en el sujeto y poder así generar que algo suceda. La visión retrógrada de un Ministerio de Educación que cree que es saludable doblegar la natural rebeldía de los jóvenes con el absurdo concepto de que así va a poder enseñar mejor, instaurando la existencia de un orden pretoriano, con listas negras, suspensión de clases y ausencia de diálogo, crea un vacío de sentido público, un quiebre de la institucionalidad, sorda si de cambios se trata. Desaparece la posibilidad de problematizar, para considerarlo, simplemente, un obstáculo y como tal, sacárselo rápidamente de encima, alejando incluso la posibilidad de construir matrices de aprendizaje diferentes desde las que se puedan pensar nuevas relaciones educativas.

La representación de estar formando jóvenes obedientes que concurran mansamente a la escuela para sentarse en sus bancos, prestando atención a la palabra indiscutida del maestro, lleva a la concepción de la adolescencia como transición, cuando es una forma de vida que hay que conocer para poder acompañar a los adolescentes en sus proyectos y decisiones. Este modo irracional e ignorante de las características de los jóvenes sólo nos va a llevar a enfrentamientos cada vez mayores, de los que saldrán perdiendo, expulsados del sistema, aquellos chicos más audaces, más transgresores y tal vez los que tienen mayores posibilidades de producir cambios y tener influencias positivas sobre sus compañeros.

A nuestro juicio, la tarea fundamental es ayudar a los jóvenes a crecer, a mejorar su autoestima, con fuerte vocación democrática y pensando que tienen un futuro y que pueden lograrlo, sintiéndose corresponsables de lo que sucede en su contexto.

No es novedad para ninguna autoridad educativa haber tenido que pernoctar en la escuela junto con los alumnos en alguna toma. Mucho es lo que se puede lograr si, en vez de generar temor ante medidas de individualización y amenazas de sanciones, convertimos la crisis en oportunidad. No hay mejor oportunidad para la formación de un buen ciudadano que las discusiones, debates y asambleas en los que se confrontan opiniones sin violencia, haciendo conocer los distintos roles que cada sector de la comunidad representa. Pocas veces la enseñanza de la no violencia tiene mejor oportunidad para ser colocada en el centro del conflicto.

Es sorprendente que el ministro de Educación de la ciudad, que es doctor en Educación y autor de una significativa producción escrita, haya aceptado este rol confrontativo, que lo obligó no sólo a dar explicaciones públicas y en especial a los legisladores, e incluso, reconocer la justicia de los reclamos aunque tememos que no va a lograr reducir la brecha que lo separa de docentes, padres y alumnos. Es de lamentar que la “tolerancia cero” sea el objetivo del sistema educativo del gobierno de la ciudad.

Sabemos que muchos padres se sienten impotentes para enfrentar las actitudes rebeldes, transgresoras e imprevisibles de sus hijos adolescentes y verían con gusto que la escuela se encargara de “ponerlos en vereda”. Hay padres que temen las reacciones de sus hijos y sueñan con que otros las enfrenten en su lugar. Por otra parte, no es menor la cantidad de adultos que ven a los jóvenes como enemigos, causantes de todas las tropelías que deben soportar en la vida diaria y por lo tanto también van a aplaudir con entusiasmo que se hagan listas con los transgresores y se les aplique todo el rigor de la ley.

La raíz del problema, a nuestro entender, es la necesidad de cambiar el eje de los protagonistas del acto educativo. Las estrategias deben considerar las nuevas formas de acceder al conocimiento. De la presencia omnímoda del docente debemos pasar a centrar la acción en los estudiantes, generando un lugar donde el adolescente desee estar. Esto requiere una estructura escolar totalmente diferente de la vigente ya que, por un lado, el docente ha dejado de monopolizar el conocimiento y los estudiantes tienen muchas otras fuentes a las que recurren con independencia y asiduidad, de modo que muchas veces los saberes del docente son confrontados por sus alumnos. Es pues un momento oportuno para analizar los cambios imprescindibles que permitan enfrentar un problema que se va a agrandar con el transcurso del tiempo y que tendrá graves consecuencias para el futuro del país.

Por otra parte, debemos aceptar que la función principal de la escuela debe ser lograr que cada estudiante construya su propio proyecto de vida, colaborando con su crecimiento, comprendiendo su cultura, conteniéndolo frente a la fuerte influencia de su contexto, creando en él conciencia de solidaridad y sobre todo brindándole respeto y un afecto sincero e incondicional. Además, se debe enfrentar el desafío de reemplazar el concepto de homogeneización por el difícil ejercicio de la diversidad adaptando la didáctica y la pedagogía a los grupos que conforman estas tribus juveniles que muchas veces nos asombran, asustan y confrontan. Seguir sin atender estos cambios lleva indefectiblemente a profundizar la brecha entre adultos y adolescentes.

Es de desear que este conflicto llame a la reflexión a las autoridades municipales y las lleve a modificar los criterios hasta ahora en vigencia. Si esto sucediera, tal vez se pueda comenzar a pensar que hay que cambiar de fondo la educación secundaria para poder enfrentar el desafío de que todos los niños, niñas y jóvenes hasta los 18 años estén en la escuela, terminen su secundario y accedan a estudios superiores.

Sólo cuando los hijos de los asalariados, de-socupados y excluidos puedan concurrir a la universidad, podremos imaginar un país diferente, más justo y solidario.

* Profesor Honorario UBA.

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Imagen: Alejandro Elias
 

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