Viernes, 19 de septiembre de 2008 | Hoy
EL MUNDO › OPINION
Por Claudio Katz *
Estados Unidos quedó marginado del monitoreo de la crisis boliviana luego de la aventura golpista que ensayó su representante en el Altiplano. Afrontó, además, la expulsión de dos embajadores y un freno a la intervención preeminente de sus instrumentos de la OEA y la ONU. Pero el imperio no se quedará con los brazos cruzados y ya ha reactivado la IV Flota para patrullar su Patio Trasero. Igualmente su margen de acción se ha estrechado por el pantano que enfrentan sus tropas en Irak y Afganistán. El tibio sostén que brindó Bush a sus protegidos en Georgia frente a los tanques rusos es la evidencia más reciente de esa limitación.
Tampoco los gobiernos derechistas de América latina jugaron un rol relevante en el torbellino de Bolivia. Colombia optó por un discreto silencio que revierte la gravitación lograda por Uribe con el rescate de Betancourt. Su receta de militarización ha sido seguida en México contra las comunidades zapatistas y en Perú contra las protestas sociales.
Pero los ecos de las rebeliones populares registradas al comienzo de la década bloquean esa generalización represiva. Los ensayos pinochetistas tienen poco respaldo y es muy emblemático el cambio de guardia que se ha registrado en Paraguay, un país que refugió durante medio siglo a todos los dictadores. Tampoco la carta separatista es sencilla, al carecer de las raíces históricas que permiten su implementación en Europa Oriental y Africa. Quienes intentaron recomponer en este contexto la influencia estadounidense fueron los anfitriones chilenos de Unasur. El gobierno de Bachelet buscó sin éxito reintroducir a la primera potencia en el escenario boliviano. Este fracaso contrastó con el protagonismo que mantuvo Lula durante ese encuentro, luego de sondear la posibilidad de una mediación directamente encabezada por sus diplomáticos. El presidente brasileño no quiere derechistas con delirios de secesión en sus fronteras, pero tampoco aprueba las reformas que afectarían a Petrobras y a los latifundistas de la soja, o los aumentos del precio del gas que abastece a los industriales de San Pablo.
Como se demuestra en Haití, las intervenciones brasileñas incluyen el uso de gendarmes con fines muy poco humanitarios, ya que la clase dominante de ese país aspira a emular a China, Rusia o Sudáfrica en el rol de potencia regional. Lula especialmente apuntala a las multinacionales que han salido al exterior a comprar empresas y garantizar abastecimientos. Pretende repetir el camino seguido por Felipe González para posicionar a nuevas empresas extranjeras en América latina.
El Gobierno argentino convalida este protagonismo brasileño porque carece de proyectos equiparables y desde la derrota que le propinó el bloque agrario ha perdido la brújula. Un día se dispone a liquidar reservas con pagos al Club de París para hacer buena letra con Estados Unidos y a la jornada siguiente rechaza las maniobras que digita el FBI contra Chávez y que salpican a los Kirchner.
Sólo Venezuela sacudió el tablero regional con un planteo antiimperialista de nítida condena a los crímenes perpetrados en Bolivia. Con un mensaje categórico regionalizó el conflicto, frenó el ímpetu de los derechistas y forzó al resto de los mandatarios a rodear a Evo. Hasta Honduras consideró el momentáneo congelamiento de sus relaciones con Estados Unidos.
Chávez tiene en cuenta su frente interno y la próxima confrontación electoral con la oposición, mientras mantiene irresuelto el dilema de radicalizar el proceso bolivariano con transformaciones sociales o congelarlo a favor de la boliburguesía. Pero en el plano internacional su categórica actitud marcó un ejemplo de solidaridad, que esta vez no acompañó Ecuador. Correa se mantuvo muy lejos de la reacción frontal que asumió frente a la incursión de Uribe. Optó por la cautela temiendo los efectos de un pronunciamiento ante el inminente referéndum constitucional.
Bolivia dominó la agenda de Unasur, ya que sus conflictos pueden inclinar la balanza de toda región. Evo logró una firme declaración de condena y rechazó las misiones de “países amigos”, que frecuentemente terminan arbitrando a favor del enemigo. El golpe fascista quedó sofocado en Pando y la detención del prefecto Leopoldo Fernández simboliza la derrota de los sicarios. No contaron con auxilios militares, ni con el visto bueno de algún vecino para transformar al país en Kosovo. Pero la derecha mantiene un doble poder regional que desafía la autoridad central.
Evo adoptó inicialmente una conducta muy vacilante frente a los alzados, que dejó sin protección a sus partidarios en las zonas autonómicas. Los paramilitares sacarán partido de este tipo de indecisiones, especialmente si se repite el trágico error que cometió Salvador Allende al designar a Pinochet. El estado de sitio en manos de una comandancia tan dudosa constituye un arma de doble filo.
Desde el referéndum, Morales ha logrado reunir las condiciones políticas necesarias para implementar los cambios sociales que los oprimidos esperan de su gobierno. Pero estas transformaciones no prosperarán si persiste el objetivo estratégico de forjar el “capitalismo andino”, compartiendo el poder con la oligarquía. En el mejor de los casos, este proyecto permitiría gestar un modelo sudafricano de sustitución de elites obsoletas por nuevos grupos privilegiados.
En varias negociaciones, Evo ha sabido aprovechar las torpezas de sus oponentes, pero ahora parece dispuesto a revisar la Constitución en ciertos temas –como impuestos y reforma agraria– vitales para los movimientos sociales. La batalla es compleja, pero en Bolivia los tiempos políticos son muy cortos y la audacia es el recurso más preciado.
* Economista, profesor de la UBA.
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