Martes, 10 de febrero de 2009 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO El gobierno español les echa la culpa (un poquito) a los bancos y los bancos les echan la culpa (un muchito) a sus clientes por haber solicitado créditos que jamás podrían pagar (pero igual se los dimos) y el Partido Popular le echa la culpa al PSOE por no afrontar “la situación de emergencia” con realismo y el PSOE le echa la culpa al Partido Popular por “no tirar del carro” y “remar” y todos juntos les echan la culpa a aquellos que se aferran con todas sus uñas al borde del abismo y que, “por temor” y “falta de confianza”, han decidido gastar poco y nada y así han “paralizado” el sistema económico y...
DOS ...la gente comienza a cansarse. Se notan signos por todas partes desde hace unos cuantos meses, cuando parecen haber cambiado, para siempre, las leyes del juego. Porque tarde o temprano esta crisis va a pasar, sí, pero entonces se accederá a una normalidad que poco y nada tendrá que ver con la eufórica y desatada anormalidad en la que los españoles en particular y los europeos en general vivieron todos estos años. Se saldrá tocado, diferente, curtido y caminando sobre el hielo muy fino de un planeta caliente. Europa –todo parece indicarlo– se apresta para un tsunami de protestas sociales y, cuando pase el temblor, difícilmente se podrá recuperar aquel lírico oasis con mucho de espejismo que cantaba loas a un nuevo Viejo Mundo unido ante las adversidades del destino. Ahora, ya mismo, cada cual empieza a ir por la suya, intentando solucionar lo mejor que se puede los problemas personales y reuniéndose de tanto en tanto para recitar cifras rojas e informar a los vecinos que se acabó eso de que todos pueden trabajar en todas partes. Es el inicio de un moderno retorno a los nacionalismos en el que cada cual atiende su juego y el que no una prenda tendrá.
TRES Y los periodistas arrojados sobre las calles de España dan cuenta de la presión rampante. Ahí están todos esos rostros desencajados asomando entre gorros y bufandas, mordiendo micrófonos, insultando a Zapatero, despreciando a Rajoy y –no son todos pero sí son demasiados– lanzando al aire helado un ardiente “¡Viva Franco!”. Y es que, de golpe, la política se ha metido en la vida de locales que –hasta muy poco– la consideraban otra dimensión, parte breve y salteable de los noticieros y cita cívica (no obligatoria) una vez cada cuatro años. Ahora no. Ahora se acabó aquello de que –según las encuestas– las principales preocupaciones eran el cuco de ETA y, en todo caso, la creciente presencia de inmigrantes colgados del pecho generoso y supuestamente inagotable de la Madre Patria. Ahora vivimos los días cortos y las noches largas de La Crisis. Ahora nadie arriesga fecha de vencimiento y atisbo de luz al final del túnel (que puede llegar a ser la de otro tren viniendo en nuestra dirección por el mismo carril, advierten los pesimistas) y ahora sólo se habla de quién tiene la culpa de la crisis. Ahora todos saben todo sobre lo que se recalienta en los guisos y desaguisados del PSOE (al que el enviado del cada vez más torpe Benedicto XVI Vaticano acaba de jugarle una mala pasada luego de que el partido en el gobierno casi se pusiera de rodillas con cara de complaciente mártir beato) y se revuelve y desaliña en las ensaladas del PP (al que, por si no fuera suficiente con el reciente escándalo por autoespionaje, ahora le brota un asuntito de corrupción en sus retorcidas filas). Y entre tantas idas y vueltas lo que vale e importa es el dato de que en enero 198.000 trabajadores más se quedaron sin trabajo y que ya a nadie le parece descabellado pensar que, para finales del 2009, habrá 4.000.000 de personas pisando las calles nuevamente a la espera de que algún periodista les pregunte cómo están.
CUATRO Y el problema es que ninguno de los culpables de la crisis parece tener crisis de culpa. Los bancos que aceptaron dinero de los gobiernos (dinero que los contribuyentes aportan) con el compromiso de abrir líneas de crédito y llevar consuelo a las pequeñas y medianas industrias, ahora advierten que ese dinero es “para cubrirse” y que los créditos se verán muy pero muy reducidos, porque ellos ya dieron muchos y así les fue. Y parece que les fue bien, porque las ganancias de las que informan en las juntas de accionistas quitan el aliento y porque no dejan de repartirse entre ellos bonificaciones y –para el que lo hizo demasiado mal– jubilaciones de luxe por los servicios prestados. Y de acuerdo, he leído que un aristócrata francés vinculado con el megaestafador planetario Madoff se apuñaló en su oficina de Manhattan, que el cuerpo de un industrial alemán fue encontrado sobre las vías de un tren que pasa cerca de su casa y que un inversor inglés se arrojó al paso de una locomotora. Finales románticos y decimonónicos, sí, pero son casos aislados. Y no es que uno exija un holocausto de suicidios, pero la verdad que no estaría mal que alguien pidiera disculpas y asumiera las culpas por esta crisis.
CINCO Nadal le pidió disculpas a Federer por ganarle hace un par de domingos. Y Federer lloraba y lloraba y no paraba de llorar. Un amigo mío –que en una misma semana perdió el empleo, fue abandonado por su mujer y recibió llamada urgente de su médico comunicándole que “en las radiografías aparece una mancha problemática”– grabó la final del Open de Australia. Y me cuenta que no deja de ver –Freeze Frame y Rewind y Play– ese instante en que Federer estalla en lágrimas. La crisis de Federer estallando en vivo y en directo. Y el modo en que Nadal se acerca a consolarlo. Mi amigo me dice que le hace bien verlo. Que le hace recuperar la fe en el ser humano. Que todas las noches antes de irse a dormir –en lugar de contemplar a políticos que no saben qué decir y a franquistas resucitados– prefiere ver eso. Le cuento la anécdota del tenista Matt Willander quien, hace un tiempo, declaró que “Rafa Nadal tiene la única cosa que a Federer le falta: pelotas”. Le cuento que Federer se enojó, que exigió rectificación y que Willander rectificó así: “Puede que Federer tenga pelotas, pero cuando juega con Nadal se le reducen tanto que ni se las ve”. Mi amigo se ríe y Federer llora y Nadal lo abraza y le pide perdón por haberle ganado. Otra vez, todas las veces que sean necesarias.
Después, el canal Cuatro pasa el primer programa de la voluntariosa y entusiasta versión ibérica de ese clásico de la comicidad catódica que es Saturday Nigth Live. El programa se llama Saturday Nigth Live –su estreno fue un éxito de audiencia, está claro que la gente necesita reírse– pero, misteriosamente, se emite los jueves por la noche. Nadie parece haberse dado cuenta, a nadie le importa, nadie explicó algo al respecto. Puede y puedo sonar idiota, pero cuando veo cosas así –no le comento nada a mi amigo– pienso que jamás saldremos de ésta.
Pero, enseguida, siento culpa por pensar así.
Tengamos pelotas.
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