Martes, 10 de febrero de 2009 | Hoy
EL MUNDO › EL ASUNTO SUPERLATIVO EN ESTA CAMPAñA HA SIDO LA SEGURIDAD, TRAS LA OPERACIóN CONTRA GAZA
La derecha nacionalista, incluidas sus variantes xenófobas y racistas, aparece como la principal beneficiada para competir por el reparto de los votos. El favorito es el conservador Benjamin Netanyahu, seguido por la canciller Tzipi Livni.
Por Sergio Rotbart
Desde Tel Aviv
Los ciudadanos israelíes eligen hoy al próximo primer ministro que encabezará un nuevo gobierno, en elecciones generales pero anticipadas, debido a que el actual premier, Ehud Olmert, desistió de finalizar su mandato a raíz de varios casos de corrupción en los que está involucrado. Pero, en realidad, el motivo por el cual los comicios se realizan ahora y no en el 2010, como estaba previsto, ha quedado relegado a un lugar marginal del debate político. La dudosa reputación de Olmert al frente de la gestión de los asuntos públicos no figura en los avisos publicitarios de los partidos contendientes, ni siquiera en los de los opositores al gobierno vigente. La reciente ofensiva militar llevada a cabo por Israel en la Franja de Gaza, invocando su derecho a poner fin a los ataques con cohetes disparados desde el sitiado enclave palestino contra ciudades israelíes del sur del país, ha relegado al olvido el tema de la honestidad y la transparencia del ejercicio gubernamental, así como otros asuntos que componen cualquier agenda de carácter cívico, como la educación, el bienestar social, el cuidado del medio ambiente o la prestación de servicios públicos. Todos ellos han sido reemplazados por la seguridad o, mejor dicho, por la concepción militarista de la seguridad.
Ante tal reorientación de la esfera política, la derecha nacionalista, incluidas sus variantes xenófobas y racistas, aparece como la principal beneficiada para competir por el reparto de los votos en las elecciones de hoy. Según las encuestas, Benjamin Netanyahu, el líder del partido Likud, es el candidato número uno (con 27 escaños parlamentarios), y aspirante a encabezar un bloque de partidos de derecha que suman 66 representantes, contra los 53-54 que los sondeos le pronostica al bloque de centro, liderado por Tzipi Livni (con 25 mandatos), la actual canciller y titular del partido de gobierno (Kadima). Si bien la diferencia entre Netanyahu y Livni ha disminuido en los últimos días, y los medios hablan de una lucha sumamente ajustada, por cada voto, entre sus respectivos partidos, la brecha entre los bloques parlamentarios que cada uno representa implica una clara ventaja para el dirigente de derecha, dado que a la candidata de centro le resultará mucho más difícil formar una coalición de gobierno con tan escasas fuerzas del mismo campo intrapartidario afín a su orientación política.
Netanyahu ha retomado últimamente los conocidos motivos de la tradición que caracteriza a la derecha nacionalista, de los que intentó desligarse en una primera etapa de la contienda electoral, apuntando al electorado de centro. El último día de su campaña, por ejemplo, visitó las Alturas del Golán, el territorio conquistado por Israel en 1967 y reclamado por Siria, y dijo que un gobierno bajo su conducción asegurará la permanencia de esa meseta en manos de Israel. Previamente había reafirmado su negativa a la partición de Jerusalén y a posibles retiradas de Cisjordania, que a su juicio inducirán a ataques con cohetes desde territorio palestino también al centro del país. Si bien el jefe del Likud busca ahora diferenciarse de Livni, a quien critica por su posición transigente frente a la Autoridad Palestina (AP), su adversario más temido acecha por la derecha. Se trata de Avigdor Lieberman y su partido Israel Beiteinu, que se perfila como la tercera fuerza (con un caudal estimado de 20 representantes). Aparentemente, el discurso extremista y abiertamente antiárabe de este inmigrante ruso le está “robando” adeptos a la derecha tradicional. Y Bibi Netanyahu ha redoblado sus esfuerzos tendientes a evitar la dispersión de votos hacia partidos “satélites”, pertenecientes al mismo campo ideológico, pero cuyo crecimiento exagerado puede revertir la supuesta ventaja que el Likud le lleva a Kadima. Con la intención de evitar que Lieberman lo eche a perder todo, los seguidores de Netanyahu difundieron la versión de que el titular de Israel Beiteinu preferirá integrar una coalición comandada por Tzipi Livni, traicionando a sus camaradas de ideas.
El acercamiento numérico entre los dos competidores por el primer puesto actúa en el caso de Livni en sentido contrario, es decir la impulsa a hacer relucir su costado moderado y pragmático, que habían quedado bastante deslucidos durante los ataques del ejército contra Gaza. Por eso la canciller ha afirmado que sabe combinar la defensa de la población israelí, incluso mediante el uso masivo e implacable de la fuerza militar, con la negociación en pos de la paz. “Hemos demostrado que la seguridad no pertenece sólo a la derecha y que la paz no pertenece sólo a la izquierda”, dijo al cierre de su campaña. Y atacó a su principal rival, Netanyahu, considerado por gran parte del público del amorfo centro que Livni aspira a representar como un intransigente bochornoso. “Una dirigencia que se ocupa solamente de infundir el miedo no puede proponer la esperanza o hablar en términos de unidad”, destacó la líder de Kadima.
El desempeño del Partido Laborista con vista a las elecciones parece estar encaminado a asegurar la continuidad de su líder, Ehud Barak, al frente del Ministerio de Defensa también en el próximo gobierno. Como si se hubiesen resignado a dejar de ser la segunda fuerza en las coaliciones de turno para pasar a ocupar un más modesto cuarto lugar, los seguidores del movimiento fundado por David Ben Gurion se limitan a exhibir los méritos de Barak en la “lucha contra el terrorismo”. La otrora presunción de ser los promotores de la paz y de la justicia social ha quedado en boca de voceros de otros sectores.
El pronosticado espectacular avance de Avigdor Lieberman despierta temores sobre fuga de adeptos no solamente en el seno del Likud, sino también entre los dirigentes de Shas, un partido religioso acostumbrado a actuar como el denominado “fiel de la balanza” en la negociación poselectoral que determina la composición del gobierno resultante. Ese miedo explica la impugnación terminante, expresada en términos demonizadores, que emitió el rabino Ovadia Yosef, el líder “espiritual” de Shas, contra el partido de Lieberman, Israel Beiteinu. Quien vota a su favor, afirmó la autoridad religiosa, le otorga “poder al diablo”. El ataque se inscribe en la tensión étnico-cultural que atraviesa a la sociedad israelí y caracteriza las relaciones entre los respectivos públicos de ambos sectores: el de Shas está compuesto por judíos tradicionalistas oriundos de los países árabes de Asia y Medio Oriente (“sefaradíes” u orientales), mientras que el partido chauvinista expresa a los inmigrantes de los países que integraban la ex Unión Soviética, mayoritariamente laicos y alejados de la tradición religiosa (“ashkenazíes” rusos). El pecado de Lieberman, según la dirigencia de los primeros, no radica en sus posiciones racistas sino en la transgresión a las normas religiosas, como la “kashrut”, que regula los hábitos alimentarios de los fieles. El consumo y el comercio de carne de cerdo, una costumbre que los inmigrantes trajeron de Rusia, y una injuria inadmisible para un judío creyente, es el ejemplo más claro del enfrentamiento entre ambas partes. Otra expresión del mismo pudo verse el pasado viernes, cuando gacetillas distribuidas por miembros de Shas alertaban acerca del hecho de que la elección de Israel Beiteinu “provocará la asimilación de los judíos entre los goyim (gentiles)”.
A la izquierda del mapa electoral, el centroizquierdista Meretz y Hadash, una fuerza mixta (judeo-árabe) más radical sustentada en el Partido Comunista de Israel, se disputan el título de quién es el verdadero antídoto contra el racismo de Lieberman. Ambos coinciden en defender la fórmula “Dos estados para dos pueblos” como única solución justa del conflicto israelí-palestino, aunque Meretz hace hincapié en la salvaguarda de Israel como “estado judío y democrático”, mientras que Hadash enfatiza el respeto a los derechos de los ciudadanos árabes en tanto que minoría nacional. Pero Dov Jenin, el parlamentario por Hadash, se ha destacado por el impulso de la legislación ecologista y por obtener el tercio de votos en las últimas elecciones municipales de Tel Aviv, apoyado fundamentalmente por jóvenes y representantes de la vida cultural. Parte de ellos son o eran partidarios de Meretz, y en las actuales elecciones se ven tentados a introducir en la urna la papeleta de Hadash, desilusionados por la actitud ambivalente de la primera fuerza ante los ataques a Gaza. Según Jenin, la dirigencia de Meretz “falló desde el punto de vista ético”.
En casi todos los niveles y desde distintos rincones, el camino a la urna pasa por Gaza.
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