Domingo, 27 de junio de 2010 | Hoy
Por Sandra Russo
Describí en este mismo espacio, en noviembre pasado, el barrio de la Tupac Amaru en el Alto Comedero, en las afueras de San Salvador de Jujuy. Venía de hacer el primer viaje para escribir Jallalla. Escribo ahora al regreso del cuarto viaje, que hice con mi hija.
Nos queríamos alejar de Buenos Aires para el Día del Padre. Escapábamos de la Tiranía de la Familia Tipo. Y esta crónica pretende dar cuenta de cosas que suceden sin que se las planifique, sin que se las controle, y sin que nada de lo oscuro de uno interfiera en su curso.
Estaba pensando en un viaje a Jujuy, porque le había prometido a mi hija que la llevaría a conocer el barrio y a Milagro Sala. Lo que describí en aquella contratapa y en el libro a ella la intrigaban, por lo delirante. Las decenas de hileras de casas serigráficas que pudo haber pintado Andy Warhol, con la imagen de Tupac Amaru estampada en cada tanque de agua, el parque temático como el gran espacio público, con sus esculturas de dinosaurios y peques, las piletas de natación descomunales.
Pensaba en ese viaje evasivo del 20 de junio cuando caí en la cuenta de que el 21 era el solsticio de invierno, el Inti Raymi, y que este año la Tupac Amaru celebraba su fiesta del sol inaugurando su réplica del templo de Kalasasaya.
Cada vez que me habían hablado de ese templo yo había evocado las imágenes de Evo Morales en las ceremonias de su asunción. Me venían a la cabeza esas fotos, ya que nunca he ido a Tiawanaku. Quiero decir: pensaba en el Arco del Sol y la Luna. Pero el templo de Kalasasaya contiene al arco entre muchas otras estructuras y esculturas que abarcan dos hectáreas. Murallas, pérgolas, escalinatas en diferentes niveles componen ese templo “de las piedras paradas”. Quizá por esos pensamientos tan acotados me costó creer en lo que veía en la medianoche del domingo pasado.
La Tupac construyó el templo en el mirador del barrio. Lo corona. Cuando llegamos, caía una lluvia muy fina sobre los miles de personas que ya estaban allí. Comenzaba la ceremonia de los primeros minutos del solsticio. El templo de Kalasasaya servía a la cultura tiawanaku como observatorio astronómico. Los primeros rayos del sol de ese día entran desde el Este por el Arco del Sol y la Luna.
Los maestros mayores de obra de la Tupac viajaron a Bolivia a tomar medidas y a estudiar el proyecto, de una medida material y simbólica sobrecogedora. Ahora esa réplica hace enmudecer cuando se la divisa. Sobre todo si es de noche y el templo está muy iluminado en medio de la bruma que envuelve todo alrededor. Las whipalas flamean desde todos los ángulos del templo. A sus pies, hombres, mujeres y niños cantan en la oscuridad que apenas entrecortan las brasas de las parrillas en las que se prepara la comida para todos, y el fuego que es el núcleo de la ceremonia.
En un círculo que rodean muchos otros círculos de personas, entre los otros caciques y cacicas de otros pueblos originarios, está Mamá Quilla, la amauta del Tawantinsuyo, que guía espiritualmente a Milagro. Hacen sus ofrendas. Los sonidos cerrados del quechua se funden con los silbidos del guaraní, con los graves profundos de la lengua mapuche, con la notas dulces de la lengua toba. La pira de madera sobre la que descansan las ofrendas arde en el centro, como el corazón abierto de un cuerpo muy grande, un cuerpo que abarca todo lo vivo en este barrio.
Pasará la noche entera, y la lluvia persistente y siempre muy finita hará que los vecinos se metan en las carpas que armaron al pie del templo. Y cuando todavía esté cerrada esa noche, todos estaremos nuevamente atentos a la nueva ceremonia, que se hará en las escalinatas. Será cuando esté por despuntar el nuevo día, que traerá un nuevo año solar. Será el 5518 en el calendario aymara.
Cuando amanezca, todos miraremos al Este con los brazos extendidos para recibir esa etapa nueva, y le encomendaremos al sol nuestros equilibrios necesarios. Luego nos saludaremos con abrazos y felicitaciones. Y casi sin darnos cuenta cómo, lo que estaba oscuro se hará visible, y aparecerán entre la bruma las hileras de casas, las piletas gigantes, los peques, los dinosaurios, y se verán las caras, los ojos de los otros.
Nosotras dos, fugitivas errantes de la Tiranía de la Familia Tipo, acompañaremos y estaremos acompañadas en un ritual que no nos pertenece pero en el que hemos sido aceptadas. Hemos sido incluidas, como cualquiera que se acerque con respeto. Y el fluir inexplicable de las cosas hará que esta experiencia no borre el dolor de una falta, pero que sí abra un espacio para recibir con las manos abiertas la llegada de un nuevo ciclo de la vida.
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