Martes, 27 de septiembre de 2011 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
UNO El paisaje alucinado de una piña en el fondo del mar. 1) Un culo nada alucinante e inmóvil fotografiado desde un teléfono móvil en un espejo empañado para ser contemplado en la pantalla de ese mismo teléfono y... 2). “Me envidian porque soy rico y guapo.” 3) Dos torres cayendo, una y otra vez, por los siglos de los siglos. 4) Ruinas antiguas como telón de fondo para ruina moderna. 5) El silencio de Dios es sólo aparente... Dios calla y este silencio desgarra el alma del orante, que llama incesantemente, pero sin encontrar respuesta... Pero si Dios no responde, el grito de ayuda se pierde en el vacío y la soledad se vuelve insostenible. Y sin embargo, el orante de nuestro Salmo en su grito llama –tres veces– al Señor “mi” Dios, en un extremo acto de confianza y de fe. A pesar de toda apariencia, el Salmista no puede creer que los lazos con el Señor se han interrumpido totalmente; y mientras pregunta el porqué de un presunto abandono incomprensible, afirma que “su” Dios no lo puede abandonar... 6) Un ángel precipitándose a tierra desde las alturas; “perdiendo mi religión” como expresión slang y profundamente sureña equivalente a –in crescendo, ustedes deciden cuándo se bajan o no– perder la paciencia, la compostura, la razón; decenas de personas abandonando sus automóviles en una autopista congestionada; un riff de mandolina. 7) Un presidente de gobierno despidiéndose con la insatisfacción del deber no cumplido, pero aun así... 8) Crash. 9) Una mujer de muy mal humor porque su actor favorito y fantasía sexual de años hace una película rara, muy rara. 10) Todas estas visiones mezclándose y barajándose y repartiéndose dentro de la cabeza del pobre Rodríguez quien, en esta contratapa, es apenas actor invitado y sale menos que el desconcertado Sean Penn –a quien, como a Adrien Brody, invisible en La delgada línea roja– le habían asegurado que sería algo así como el protagonista de El árbol de la vida, nueva película de Terrence Malick.
DOS Y claro: Penn y Brody y Rodríguez (y señora) deberían haber sabido desde el vamos que el único protagonista en las películas de Terrence Malick es Terrence Malick y su personal modo de ver y filmar todas las cosas del Universo, desde el principio hasta el final. Para él, los actores no son más que entidades maleables que aparecen y desaparecen; y lo que finalmente permanece en la memoria del espectador es una visión encandiladora, alterando nuestra conciencia de la realidad. A Rodríguez –sin ir más lejos–, la exposición a El árbol de la vida le produjo una fragmentación de su entorno en forma de notas al pie. Y así lo de más arriba se decodifica de este modo más abajo: 1) La supuesta revelación de que Bob Esponja afecta a los pequeños y no tanto, provocándoles deficiencias varias a la hora de prestar (o de no prestar) atención a educadores y progenitores. 2) Las tonterías que hace Scarlett Johansson (¿para qué?, ¿para quién?) antes de pedir que tome cartas en el asunto el FBI que, se supone, está ahí para impedir atentados terroristas, atrapar asesinos en serie, esas cosas. 3) 11 de septiembre, diez años después. 4) Las cosas raras que dice Cristiano Ronaldo. 5) Gracias, Grecia. 6) Las cosas más raras aún que dice Benedicto XVI para explicar aquello de “Dios, ¿por qué me has abandonado?” y la ausencia absoluta de su jefe desde hace milenios. 7) R.E.M., ¿por qué nos has abandonado? Y súbita e inesperada manifestación de la banda de Athens (la de EE.UU. y no la de Grecia) para avisar que es el fin de su mundo tal como lo conocemos y que se sienten bien –“Un hombre sabio dijo: la gran habilidad para ir a una fiesta es saber cuándo es el momento de irse”, salmodió el cantante de la banda en un comunicado– y que el adiós se oficializará con una/otra antología a editarse en noviembre con el título de Part Lies, Part Heart, Part Truth, Part Garbage 1982-2011. 8) Zapatero parlamentario compareciendo por última vez en el Congreso –en parte mentiras, en parte corazón, en parte verdad, en parte basura 1986-2011–, plegando esos bracitos como de velocirraptor en lenta pero definitiva retirada, porque la eterna fiesta de la política ya lo terminó. 9) Bolsas, satélite, etcétera. 10) La muy pero muy malhumorada mujer de Rodríguez que fue a ver El árbol de la vida en busca de una nueva sexy-dosis de Brad Pitt y sorpresa, sorpresa...
TRES Y me doy cuenta de que Rodríguez anduvo por el mismo cine que yo porque me lo encuentro en la cola del supermercado del barrio y, como a mí, las pupilas le giran y no dejan de girarle desde que vio esa película. Aunque la cosa a mí me pegó de forma diferente: no como notas al pie de este (in)mundo sino como, por ejemplo, una nota a la pata, a la pata de dinosaurio. Me explico: desde que me expuse a El árbol de la vida, experimento súbitas iluminaciones de diverso calibre e intensidad. La primera –del tipo especializado– tuvo tiempo y espacio mientras volvía a leer una entrevista a Harold Brodkey. Allí, el escritor decía que su objetivo era “alterar la conciencia, cambiar el lenguaje de tal manera que todas aquellas formas de conducta a las que yo me opongo se vuelvan absurdas, impopulares, improbables. Lo que intento es trabajar por una cultura que se tome seriamente al tiempo y la conciencia y no tan sólo como parte de una de las tantas mareas de la moda. ¿Los ideales? Los ideales son para los que escriben esos textos en las tarjetas de felicitación”. Releí eso y pensé: “Terrence Malick es el único que podría filmar la líquida y fluida y sinuosa prosa de El alma fugitiva de Harold Brodkey o de alguno de sus Relatos a la manera casi clásica, en especial esa maravilla del sentimiento paterno-filial que es “His Son, in his Arms, in Light, Aloft”. La segunda de las revelaciones es más abstracta y, pienso, tiene que ver con la contagiosa manera casi clásica –y casi aquí es la palabra clave– en que piensa Terrence Malick. Me explico, intento explicarme: antes de dormirme veo por televisión el aviso de una especie de pantuflas infantiles con forma de pata de dinosaurio, caigo en la cama, cierro los ojos y, en el centro incierto de la noche, me despierto recordando ese tramo de El árbol de la vida en que un joven dinosaurio vegetariano yace agotado a la vera de un río y un dinosaurio adulto y depredador le pone la pata en la cabeza, una y otra vez, hasta que decide alejarse y dejarlo no en paz pero sí en tregua. Y, de golpe, entiendo la relación de ese momento prehistórico con una escena posterior de la película en la que un padre cachetea una y otra vez a su hijo para enseñarle a defenderse de posibles amenazas y, sin darse cuenta, se convierte así en el único enemigo a los ojos del niño.
Todo lo anterior como excusa para volver a decirles que dejen todo lo que están haciendo y, el próximo jueves, corran a trepar por las altísimas ramas de El árbol de la vida. Para cuando –135 minutos después– bajen de allí, puedo jurarles que ya no serán los mismos, que serán mejores, y que los efectos residuales del film de Malick serán muchos e inquietantes pero, seguro, siempre dignos de agradecerse.
En lo que a hace a mí, prometo –espero– que la próxima contratapa sea más normal; lo que no quiere decir que su tema vaya a ser mejor, aviso. Esto, aclaro, no significa que se me vaya a pasar; pero sí que haré todo lo posible por que no se me note.
CUATRO Resumen en dos palabras: “Everybody Hurts”.
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