Jueves, 21 de marzo de 2013 | Hoy
Por Tato Pavlovsky
Como intelectual siempre se tiene la obligación de opinar sobre los complejos problemas político-sociales que nos rodean. Así pensaban Said, Sartre, Fanon, Hernández Arregui, Jauretche, Pigna, Walsh. No hacerlo, hacerlo a medias o refugiarse en los organismos de poder para manifestarse nos enluta como intelectuales. Nos hace chiquitos, miserables, oportunistas.
Es interesante que la llegada de Francisco haya provocado todo tipo de comentarios de diferentes tónicas y líneas de opinión.
Desde las más próximas (creo yo edípicas) “No tuvo el valor o los huevos para defender a sus hermanos en la villa”, “Fue colaboracionista”, “Tenía un silencio cómplice”, “Tengo miedo por mi familia, sueño con la invasión de los nazis”, “Yo no soy clerical, soy peronista y revolucionario”. Y también los comentarios individuales a su favor “Es hincha de San Lorenzo”, “Tiene cara de bueno y santo”, “Yo soy argentino y, como argentino, estoy orgulloso de tener un papa argentino”, “Nunca nos dejan alegrarnos, festejar. Somos un país triste”, “Soy fanático religioso y estoy feliz de tener un papa argentino. ¡Vamos! A ver si la mojamos alguna vez, ¡carajo!”
Todo tipo de comentarios individuales que muchas veces ensombrecen una visión más institucional. A veces pareciera que las pasiones individuales borraran nuestras opiniones institucionales o tal vez el análisis institucional compromete mucho más que las opiniones narcisísticas individuales de todos los colores.
Muchos son los que saben, pero también saben callar mucho.
La Iglesia Católica estaba perdiendo fuerzas entre sus fieles de todo el mundo. La pedofilia de muchos de sus miembros y su enmascaramiento institucional y la gran corrupción alejaron a muchos católicos de la Iglesia. La pedofilia, la corrupción y la ostentosidad llegaron a lograr un desprestigio que creó un fenómeno inédito. El crecimiento multiplicador de otras doctrinas cristianas, que buscaron un acercamiento al hombre concreto y sus problemas, una religión más humana. Buscaron el poder con el lenguaje simple apelando a los problemas individuales de los fieles. Líderes que invadían las radios y la TV sin ningún pudor, con ideas programadas para favorecer una religión que incluyera los problemas económicos, personales y todo tipo de enfermedades. Siempre con Jesús a cuestas y con un gran poder económico. Personalizaban a sus fieles no ya desde la moralidad institucional (la iglesia como institución), sino desde su molecularidad. El “entre” entre los líderes cristianos y sus fieles.
En este sentido, la elección de Francisco es un último intento de recuperar la entidad de la iglesia Como portavoz de los humildes en un líder carismático, que puede recuperar la religión de los pobres en una nueva doctrina social. No olvidemos que la pérdida de los aspirantes a ingresar en la Iglesia Católica como sacerdotes alcanzó límites alarmantes e insospechados. Nadie quería ser cura católico.
Creo que nuestra presidenta captó muy bien que el problema estructural era institucional. Su viaje lo confirma. El beso selló el pacto “vos por allá, yo por aquí”, cada cual en su tarea.
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