CONTRATAPA
Hinchabalones
Por Rodrigo Fresán
UNO Hubo un tiempo en que la Argentina enviaba a España barcos cargados de trigo limpio y carne de la buena. Los tiempos han cambiado y ahora nuestro país por siempre hijo envía a la Madre Patria aviones llenos de futbolistas y representantes y empresarios. El último en llegar fue Daniel Grinbank –junto a una troupe de refuerzos patrios– para hacerse cargo del Leganés, equipo de segunda división. Me pregunto si Grinbank –en nombre de los viejos tiempos y de otros estadios– le pedirá a Charly García que le componga el himno del Leganés. Después de todo, Joaquín Sabina acaba de componer el himno del Atlético de Madrid. En cualquier caso, algo me dice que aquí tenemos el comienzo de una nueva saga y es una lástima que Grinbank no sea negro; porque si fuera negro Denzel Washington podría hacerse la película.
DOS Ayer vi nada más que a quince tipos con la camiseta de Boca paseándose por Barcelona. Y no tiene nada que ver con la actual minigira hispánica de los xeneizes. No, los muchos tipos –presumo que son argentinos– andan todo el año con la camiseta a cuestas. Llueva o truene. O tal vez sea por consejo de sus psicoanalistas. O tal vez así refuercen su identidad. O tal vez sea la única camiseta que tienen. O la tienen pegada. Lo cierto es que los españoles no suelen salir a dar una vuelta con la camiseta de sus amores (aunque no dejen de gastar fortunas en ellas, así como en relojes conmemorativos, banderines, posters, lo que les vendan); y también es verdad que el fútbol –si bien importante– no parece ocupar tanto espacio en su ser nacional como lo hace en el nuestro. Hasta las barras bravas de aquí tienen algo de niños cantores de lotería si se las compara con nuestras bestias sin retorno. Y la libido pasa más por quién tiene la fiesta del centenario más grande o quién hace más fichajes multimillonarios de cracks que son apuestas a ciegas y te pueden resultar un rendidor Ronaldo como un estático Anelka. Qué divertido. Dentro de estos últimos, los más económicamente caros suelen ser los argentinos y ahí están Saviola (cada vez más parecido a un voluntarioso dibujo animado de García Ferré), Riquelme (quien decepcionó, y por estos días entrena solo y con aire de malevo torvo a la espera de que se decida su destino) y mi favorito: Germán “Mono” Burgos. Una perfecta cruza de Gatti con Pappo pasado por el filtro de Mad Max. Hay que verlo para creerlo y este tipo es tan capaz de filmar publicidades donde ofrece la vajilla de su equipo –el Atlético de Madrid– con el entusiasmo de Jorge Martínez por los tiempos de “Soy un león vendiendo Durax”, como de cantar con su banda de heavy y haciéndote creer sin esfuerzo que era cierto aquello de que el rock era la música del demonio. Grinbank debería ficharlo ya mismo. Comparado con el Hyde de Burgos, Jorge Valdano, se sabe, es Henry Jekyll. Valdano es el hijo de la “intelectualidad” menottiana (consistente en citar mucho a Serrat y a Benedetti) y de la locuacidad fidelpíntica (decir cualquier cosa en la mayor cantidad de tiempo posible y con palabras que superen las cinco sílabas). Por encima de todos está, claro, Alfredo “La Saeta Rubia” Di Stéfano, gloria real y madridista a la que siempre se saca de la vitrina para los grandes actos. Ahí viene Di Stéfano con aire sonambulante. Dice algo, dice cualquier cosa. Y el ideólogo tácticomístico Jorge Valdano sonríe con aprobación de ventrílocuo rasputiniano.
TRES Mientras su presidente lucha por la capitanía de la ciudad de Buenos Aires, Boca ha venido a España a enfrentarse a los dos equipos más argentinos que hay por aquí: el “Barça” y el “Aléti”. El primero de ellos vive aquejado por depresiones varias y sólo gana para poder perder después; el segundo se la pasa metido en escándalos administrativos y matufias varias cortesía de su caudillo: el monstruoso Jesús Gil y Gil, un mix entre el Kurtz de Brando y el King de Kong. La verdad está en el Real Madrid, a esta altura más un comic de los Campeones de la Justicia o un resumen de mitología griega que un equipo de fútbol. El Real Madrid gana hasta cuando pierde y lo más interesante sucede en las batallas entre sus numerosas estrellas egocéntricas y la directiva. Es decir: el verdadero y más digno rival del Real Madrid es el Real Madrid y un momento que aquí viene Di Stéfano y parece que va a decir algo. Ah, no: el que va a decir algo es Valdano. Algo importante. Algo complicado. Zidane es mi héroe: no habla. Alguien me contó que lee mucho.
CUATRO Repuestos de la histeria casi beatle por la contratación de David Beckham (el pobre Gutti y su esposa, la pseudo modelo Arantxa, quienes jugaban a la psicosis de ser el David y la Spice Girl del Real Madrid, fueron los principales perjudicados y, confundidos, casi se divorcian), se acaba el verano, vuelve la Liga, y el otro día un amigo español me agredió diciéndome que ya que soy escritor y argentino debería juntarme con algunos compatriotas y sacar aquí una revista como El Gráfico. La fascinación local por esta revista y su prosa –que está dotada del mismo lirismo épico/derrotista de esas propagandas nuestras con locución emotiva y que no fallan jamás a la hora de cosechar Clíos– es, para mí, un misterio que sólo se explica si pensamos que al fútbol español le falta algo que al fútbol argentino le sobra: sufrimiento, jugadores que sufren. Nadie se cae o solloza como los nuestros. Cuán verde era nuestro césped. Deberíamos exportar eso. Sufrimiento. Seguro que nos hacemos ricos.
CINCO Escribo esto en la ciudad donde El Diego –quizás inspirado por la visión del gorila albino Copito de Nieve– descubrió que la nariz sirve para otra cosa además de respirar y de sonarle los mocos. Ayer perdió el Real Madrid pero no importa: lo que importa es que volvió a sus filas el díscolo Makelele, quien desde hacía días se negaba a entrenar con sus compañeros luego de que le fuera diagnosticada por el psicólogo del equipo “una alteración emocional leve” ante la incertidumbre por si se quedaba o se iba. Irse o quedarse, preocupaciones de todo ser humano más allá del fútbol. Y una alteración mental leve es, me digo, aquello con que me levanto y me acuesto todos los días y sueño todas las noches. Ustedes también. Y si no me creen a mí, pregúntenselo a Valdano.