DISCOS
Un trío ejemplar teje el sonido de la música del extrañamiento
Dino Saluzzi acaba de publicar un nuevo disco en ECM (que se consigue en Buenos Aires). Es uno de sus mejores trabajos. Allí tocan su hijo José María y el contrabajista Palle Danielsson.
Por Diego Fischerman
Tal vez porque el tango fue la única música que cobijó a ese extraño instrumento rechazado en su lugar de origen, la identificación entre ese género y el bandoneón es extrema. Es difícil imaginarse al tango sin bandoneón y, mucho más, imaginar un bandoneón que no toque tango. Incluso las obras de concierto que se han escrito para bandoneón remiten al tango (salvo en los heroicos intentos de Alejandro Barletta). Sin embargo, existe una tradición distinta. En Salta es común, por ejemplo, que el bandoneón toque zambas y chacareras. No es del todo extraño, entonces, que sea un salteño el primer argentino en pensar para ese instrumento una música distinta. Que ese salteño –que grabó para la vieja RCA algunos discos de folklore extraordinarios–, haya tocado tango (en la orquesta de Gobbi) y que actualmente sea identificado, por el público europeo, como un músico de jazz, no hace más que agregarle espesor a su perfil (y a su música).
Dino Saluzzi acaba de editar un nuevo disco, Responsorium, y allí, como en el anterior Cité de la Musique, es un contrabajista de larga prosapia en el mundo del jazz el que completa el trío. Si la escuela de Marc Johnson había sido el trío de Bill Evans, la del contrabajista actual, Palle Danielsson, es, en principio, el cuarteto europeo de Keith Jarrett (junto a Jan Garbarek y Jon Christensen) y el trío de Michel Petrucciani. Danielsson es de esos contrabajistas para los que su instrumento es mucho más que el mero sostén armónico del grupo. Y en este caso, en el que el guitarrista cumple casi solo el papel de cable a tierra de Dino Saluzzi (que el primero, José María, sea el hijo del segundo quizá no sea un dato menor), el contrabajo tiene un alto grado de libertad, que le permite despegarse con frecuencia del papel de acompañante y establecer ricos contrapuntos con el bandoneón. Tampoco la guitarra tiene un papel totalmente fijo y, más allá de los solos –creativos y armónicamente interesantes–, Saluzzi (hijo) se muestra mucho más desenvuelto que en el disco anterior grabado junto a su padre.
Desde Kultrum, su primera grabación para el sello alemán ECM (el mismo sello en el que graban Jarrett y Gismonti y que descubrió a músicos como Pat Metheny, que ahora vuelve a conseguirse en Buenos Aires, distribuido por Zival’s), la carrera internacional de Saluzzi ha llegado a consolidarse hasta el punto de ser una de las presencias obligadas en los festivales de jazz más importantes. En ECM ha publicado discos solo, junto a músicos europeos como los trompetistas Palle Mikkelborg y Enrico Rava, con cuarteto de cuerdas y, también, con el grupo que conforma junto a varios familiares. Este trío es uno de los mejores formatos con los que ha trabajado, en parte por la calidad de los músicos que lo integran y por la interacción que se produce entre los tres. Pero en parte, también, porque el hecho de tocar con una guitarra produce una tensión sumamente estimulante con el estilo más derivativo del bandoneonista. Los temas, todos compuestos por Dino Saluzzi, rondan a veces el tango (o más bien la milonga) que están lejos de establecer allí un núcleo estilístico. Más bien, pueden entrar o salir de zonas diversas sin perder por eso la coherencia de lenguaje. La manera de tocar de Saluzzi, con esos amplios arcos melódicos, con esos acordes usados exclusivamente por cuestiones de color, con esos acentos que se aproximan a vagidos, con esos largos sonidos en que no parece haber más que aire y que él maneja como los dioses, suena sólo a Saluzzi. A través de temas como “A mi hermano Celso”, “Cuchara”, “La pequeña historia de...” o “Vienen del sur los recuerdos” se desarrolla un profundo lirismo que confiere a la música la distancia afectiva –y la tristeza– de quien siempre está lejos y extrañando.