CONTRATAPA
La comida no es todo
Por Leonardo Moledo
En el café Roses se ve a toda clase de personajes extraordinarios. El otro día, mientras Leandro me traía un café y yo estaba entregado a la angustiante y conflictiva situación de no hacer nada, oí que alguien hablaba en voz alta y solo. No lo veía, pero lo escuchaba perfectamente. La voz aparecía preocupada, con sensación de derrota. Prendí mi grabador.
“El otro día fui a protestar pero mi jefe es inflexible. Lo que pasa que eso de comerse a los cadáveres la verdad es que no me gusta, aunque debo reconocer que la semana pasada probé unos riñoncitos que valían la pena. Y es que ser asesino serial tiene sus bemoles, si uno se propone hacer las cosas como se debe. Pero no sé, a mí me impresiona, en cambio a Jorge y a Manuel no les va ni les viene. Son verdaderos gourmets y cuando nos reunimos a tomar una cerveza comentan lo que comieron, y tienen gustos sofisticados, que saltan las orejas con aceite de oliva, y que le ponen arvejas al hígado, que si no lo das vuelta a cada momento en la plancha se seca mucho y así. Por eso fui a protestar.”
Miré el grabador para chequear que estuviera grabando todo.
“Pero mi jefe es inflexible, quiere hacer todo según las reglas y la tradición, y sostiene que comerse el cadáver, o parte de él, forma parte del trabajo del asesino serial especializado y que la nuestra es una empresa seria, que cumple con todos los requisitos. La verdad es que no le importan para nada los sentimientos de uno, y si a uno no le gusta todo ese trabajo de serruchar el cadáver, disolver en ácido las partes no comestibles, meter el resto en la heladera, después freírlas, él se burla diciendo que ‘sólo me gusta el trabajo intelectual’, y que cuando hay que ensuciarse las manos, enseguida me pongo en guardia, y que así somos los pitucos de la universidad. No sé por qué me dice eso; yo nunca fui de veras a la universidad, aunque hice unas materias de odontología antes de que me saliera este trabajito de asesino serial. Y será por eso que siempre miro los dientes de la gente, los molares y los incisivos, los incisivos me encantan, y los dientes tienen la ventaja de que resisten más al ácido, y pude armarme una colección preciosa, con la cual pienso hacer un collar y regalárselo a mi sobrinita cuando tome la primera comunión.”
Nelson, que siempre se va a las seis, se quedó escuchando. A Leandro se le cayó una bandeja con diecisiete pocillos de café.
“Algo que le reconozco a mi jefe es que tiene buen gusto, un gusto fino, que le gusta mantener la especificidad, y que no nos confundamos con cualquiera. Ser fino es hacer bien el trabajo, dice, y hasta cierto punto tiene razón: Hannibal Lecter se hace el culto, con madrigales y tocando el clavecín, y distingue a Gesualdo de Monteverdi, pero es de lo más vulgar. Lo mismo los asesinos de masas, que meten gas sarín en un subterráneo o se ponen a disparar con un rifle a los chicos de una escuela, me parece de muy mal gusto. Es una verdadera barbaridad, porque a la escuela se va para aprender, no para que te maten, la escuela tiene que ser algo de alegría, de pureza, como todo lo que tiene que ver con los niños, aunque a Jorge no le guste y Manuel se refiera siempre a ellos como ‘víctimas potenciales de un trabajo riesgoso’. Es muy técnico Manuel, y siempre opina así. Por ejemplo, al hecho de comerse a las víctimas lo denomina ‘ingerir el producto del trabajo para reciclarlo’.”
A esta altura, todo el café escuchaba. Una señora se desmayó. Un muchacho enfiló para el baño tapándose la boca. Un hombre gordo se llevó las manos al corazón y se oyó la sirena de una ambulancia.
“Mi jefe me miró con desconfianza, como evaluándome, como preguntándose si sirvo para este trabajo. Servir sirvo (salvo para la parte gastronómica), pero a veces no estoy seguro de que ésta sea mi vocación. Me gusta, es interesante, incluso tengo talento, pero no sé si es mi verdadera vocación, si me entienden. Y además yo no tuve una infancia difícil ni nada de eso para conmover a los jueces, si en algún momento hace falta. Desgraciadamente, mis padres no me violaban ni nada de eso. Por eso a veces me dan ganas de largar todo y poner de nuevo una carnicería; yo tenía una carnicería y quebré, así que no puede decirse exactamente que cambié de rubro. Además, el trabajo es agotador, y no hay vacaciones ni nada, es que ahora con la globalización, apenas te descuidás te despiden. Por eso Manuel, que es muy luchador y está muy ‘concientizado’, como dice él, sostiene que tendríamos que sindicalizarnos y luchar por nuestros derechos, que no nos exploten, y algo de la ‘valía’, que no sé qué es. Pero la verdad es que no es eso, la verdad es que me gustaría comerme un asadito y saber que todo es de vaca y no de una vieja que trajo Jorge y que hubo que hervirla durante seis horas.”
Y acto seguido paseó la mirada por todos los parroquianos, que lo miraban con estupor.
“Mi jefe me miró un rato en silencio, y yo me puse a temblar, pensando que ya, que ya me echaba. Pero no. Y ahí mismo llegué a la conclusión de que la comida no es todo.”
Dimos un suspiro de alivio.