ESPECTáCULOS › “EL GRAN GATO”, MUSICAL DEL CATALAN VENTURA PONS

Para redescubrir a un mito

 Por Martín Pérez

Música, música, música, música y palabras. Así, con esa cuádruple repetición de la palabra música antes de que llegue el turno de las palabras, es como la letra de Se fuerza la máquina, enumera las partes de una canción como ella misma, capaz de “apoderarse del ambiente”, combinándose con su público en “un diálogo inédito y profundo”. Y así también se podría describir a El gran gato, el biopic, documental in absentia o musical –o las tres cosas a la vez– con que el director catalán Ventura Pons homenajea la hedonista y heroica Barcelona preolímpica en la figura de Javier Patricio “Gato” Pérez, un músico argentino al que aquí apenas si se conoce como el autor de aquella canción, inmortalizada por la voz de Silvina Garré como uno de los hits de la trova rosarina que tomó por asalto el rock nacional a comienzos de los años ochenta. Pero que, así como cuenta la leyenda que Moris le enseñó a los madrileños a cantarle a su propia ciudad en castellano, allá en Barcelona el Gato es venerado como “el padre de la rumba con fundamento, el intelectual que se acercó a algo que era pura intuición y le dio contenido literario y musical sin quitarle la frescura”, tal como lo describió Ramón de España en su libro Sospechosos habituales.
Con la música bien por delante, Pons concibió su documental como un homenaje en primera instancia a las canciones que hicieron del Gato Pérez un mito. Divisible en quince musicales al estilo de Calle 54, el documental con el que Trueba homenajeó el jazz latino, por la pantalla de El gran gato desfilan, filmadas de manera impecable, todas las voces todas de la rumba española, de Los Chichos a Martirio, de Kiko Veneno a Ketama, de Los Manolos a Rosario, e incluso Luis Eduardo Aute, Tonino Carotone o María del Mar Bonet. Todos al servicio de la música del Gato, que –como tan bien lo resumió Jordi Battle Caminal en La Vanguardia, en ocasión de su estreno español– es en el documental de Pons tan invisible como Rebeca en Rebeca.
Desdeñando el material de archivo, El gran gato revive al compositor haciendo interpretar su obra, pero realmente cautiva con la honestidad del relato de la vida de un músico que no eligió el camino fácil y abrazó casi en soledad un género que fue aceptado colectivamente cuando ya no estaba él allí para disfrutar de su triunfo. “Es una película que nace del respeto al creador que va contra la corriente, como lo fue el Gato, y a esas personas que vienen de afuera y cuya mirada te ayuda a comprender mejor que la de ninguno todo lo que te pasa”, le aseguró en su momento Ventura Pons a Página/12.
Nacido en Buenos Aires al empezar la década del cincuenta, Pérez llegó a Barcelona en la segunda mitad de los años sesenta. Tal como se descubre a partir del testimonio de los amigos, colegas y familiares convocados por la cámara de Pons, su gran logro fue abrir sus oídos a la música gitana, descubrir las particularidades de la rumba catalana –con su mestizaje de ritmos caribeños– y decidir que esa era la música propia de la ciudad que había adoptado. “El Gato era un intelectual de la música popular”, asegura el venerado músico catalán Jaume Sisa en el documental.El talón de Aquiles de El gran gato como película tal vez resida en su mayor mérito, que es el de resucitar un repertorio que, en las nuevas versiones, a veces no está a la altura del mito. Pero, aún así, es de esperar que el estreno local de un trabajo tan querible y fascinante ayude a descubrir la figura de un mito lejano, pero nunca ajeno.

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