ESPECTáCULOS › “EL OJO”, EFICAZ FILM DE TERROR
DE LOS HERMANOS OXIDE Y DANNY PANG
Los fantasmas que llegan con la luz
Mellizos nacidos en Hong Kong, los Pang vienen rodeados de un aura de culto, que se asienta en un estilo muy MTV.
Por Horacio Bernades
“Veo gente muerta, desde que tengo mis ojos nuevos”, podría ser el slogan de El ojo, si sus productores hubieran querido parafrasear a Sexto sentido. Dirigida por los hermanos Oxide y Danny Pang, esta incursión hongkonesa/tailandesa en el cine de fantasmas –que desde hace casi una década se desparrama desde Asia hacia el resto del planeta– bien puede ser vista como un cruce entre el kaidan eiga (film de espectros japonés) y esa subespecie del cine de terror que es la “película de trasplante”. Estrenada en toda Asia hace tres años y poco más tarde en Europa y Estados Unidos, The Eye (el título original en mandarín es traducible como Veo fantasmas) es la primera película que se estrena en Argentina de los hermanos Pang. Mellizos nacidos en Hong Kong y con residencia variable entre esa ciudad-puerto y Tailandia, desde hace un lustro largo los Pang (n. 1965) vienen rodeados de un aura de culto, que se asienta en un estilo muy en sintonía con la galaxia MTV.
Posiblemente su film más controlado y funcional (Bangkok Dangerous y The Tesseract tienden a consumirse en sus cliperos fuegos de artificio), The Eye es también la película más exitosa de los Pang. Hasta el punto de que ya conoció una secuela (filmada por ellos mismos) y tendrá su remake hollywoodense, a cargo del mismísimo Hideo Nakata. Que no es otro que el realizador de The Ring, iniciador de la fiebre de fantasmas asiáticos en que el cine contemporáneo parece sumido. La protagonista de El ojo es una muchacha ciega, Mun, cuyos verdaderos problemas comienzan cuando un médico le devuelve la vista, gracias a un trasplante de córnea. Ya se sabe que en una película de terror, cuando a alguien le practican un trasplante, junto con el órgano viene algún don peculiar del donante. Y ese don no es de los que se agradecen. En el caso de Mun, sus nuevas córneas le permiten ver borrosas figuras, que no son precisamente seres vivos.
Ya en la propia habitación del hospital comenzará a advertir Mun que eso que ve no es de este mundo y no le llevará demasiado tiempo deducir a quién (o a qué) corresponde cierta silueta oscura que lleva gente de la mano, hacia algún lugar desde donde no se vuelve. Es una muy buena idea la de la operación de la vista, ya que permite naturalizar los fantasmas, haciendo que todas las figuras que la protagonista ve sean borrosas eventualmente se difuminen en el aire. Como buen exponente asiático del género, El ojo es un film de climas, antes que uno de sustos. La dotación de recursos visuales de los hermanos Pang les permite generar amplias dosis de inquietud a partir de enfoques y desenfoques, variedad de cortes y ángulos de cámara y, sobre todo, un diseño de sonido lleno de anuncios, sugerencias y sacudones. No por nada los propios Pang se hicieron cargo de la edición y los efectos sonoros.
Ya se sabe que un film de fantasmas permite asustar con nada más que una mera aparición y El ojo lo confirma. Obsérvese, por ejemplo, el miedo que produce una simple figura borrosa parada en el rincón de un estudio de caligrafía, en una escena hasta ese momento perfectamente inane. Un estudio de caligrafía es también la película misma. Caligrafía visual y sonora, construida plano a plano, ya sea mediante la sorpresa (como cuando un chico atraviesa a la protagonista en medio de la calle) o el suspenso. Como cierta escena en la que un ascensor y un espejo se vuelven tantemibles como en Vestida para matar. Si de espejos se trata, éstos dominan la última media hora de El ojo. Allí se produce un quiebre narrativo que lleva a la protagonista y su psicólogo-pretendiente hasta Bangkok, donde –como en The Ring– deberán ir hasta la raíz del terror para resolverlo.
Por más que un espejo le devuelva a Mun un rostro que no es el propio, parece exagerado suponer que la película de los Pang pretende ser una metáfora sobre el tema de la identidad. Nada indica que sea ésa la ambición de una película que termina con una catástrofe masiva, vehículo ideal para que los realizadores muestren su capacidad de construir suspenso. Y para que dejen expuestas, también, sus deudas con Brian de Palma.