ESPECTáCULOS › “LA INTERPRETE”, CON NICOLE KIDMAN Y SEAN PENN

Una intriga internacional en la que pesa la palabra

Treinta años después de “Tres días del Cóndor”, el director Sydney Pollack vuelve a imaginar una conspiración política y criminal y la filma en los escenarios reales de las Naciones Unidas, pero se vuelve verborrágico.

 Por Luciano Monteagudo

En 1959, Alfred Hitchcock no consiguió autorización de las Naciones Unidas para filmar en el famoso edificio de la Segunda Avenida de Nueva York una escena crucial de Intriga internacional, que terminaba con un asesinato. Pero no se desanimó: hizo algunas tomas con cámara oculta y después reprodujo los interiores en la comodidad de los estudios de Hollywood. Desde entonces, el edificio de la ONU estuvo siempre rigurosamente vedado al cine, hasta que esta producción de Sydney Pollack logró introducirse con todo su enorme equipo de rodaje en el edificio para darle mayor verosimilitud a su trama. Pero como sabía el viejo zorro de Hitch, verosimilitud no necesariamente es sinónimo de calidad y aquí está esta nueva, conversada intriga internacional, filmada en buena medida en la sala de la Asamblea General y en el Consejo de Seguridad sin saber muy bien qué hacer con ese escenario privilegiado.
La ficción imaginada nada menos que por cinco guionistas (que parecen pisarse entre sí) quiere que la rubia Nicole Kidman sea Silvia Broome, una nativa de Matobo, república –ficticia– de Africa Central que está atravesando una crisis de suma violencia. Hija de un matrimonio de médicos blancos, políglota y formada en las mejores universidades europeas, Silvia decidió dejar atrás su tierra natal cuando sus padres y su hermana menor murieron a causa de la represión desatada por un dictador llamado Zuwanie, que asumió el poder con un discurso revolucionario y terminó sojuzgando al país (una situación análoga a la de Robert Mugabe en Zimbabwe). Sucede que Silvia, que trabaja como intérprete en las Naciones Unidas, escucha por casualidad, a través de los auriculares, algo que nunca debió haber escuchado: un susurro en la lengua aborigen de Matobo –la jerigonza Ku, que Kidman habla con sorpresiva fluidez– en el que se habla de asesinar al dictador, en plena reunión de la Asamblea General, frente a los líderes de todo el mundo.
Allí entra en acción el agente Keller (Sean Penn), asignado a la custodia de dignatarios extranjeros, que tiene motivos para sospechar de Silvia, por su pasado en Matobo y por los lazos que todavía la unen a Africa. De hecho, lo que descubre rápidamente Keller –¡que acaba de quedar viudo!– es que son muchos los que querrían ver muerto al dictador, pero no son pocos quienes se beneficiarían con el atentado, empezando por el propio Zuwanie, siempre y cuando el crimen no llegue a materializarse, por supuesto.
En los últimos años, Sydney Pollack supo lucirse más como actor que como director, primero en Maridos y esposas, bajo la batuta de Woody Allen, y luego, junto a Tom Cruise, en la que quizá fue la mejor escena de Ojos bien cerrados, de Stanley Kubrick, donde se volvía una figura francamente amenazante. Aquí Pollack no pudo resistir la tentación y se guardó el papel del jefe máximo del servicio secreto, quizá como una forma de recordar uno de sus mayores éxitos como realizador, aquel thriller político-paranoico que fue Tres días del Cóndor (1975) y que en el recuerdo luce mucho más eficaz que La intérprete. Quizá demasiado preocupado por ofrecerle material dramático a sus dos estrellas, Pollack se olvida de tensar la cuerda de su relato y prefiere, en cambio, privilegiar las traumáticas confesiones personales de esas dos almas en pugna.

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Penn hostiga a Kidman: el agente secreto no termina de confiar en la empleada de la ONU.
 
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