CONTRATAPA
Canción wichí
Por Luis Bruschtein
La historia empezó en el corazón inhóspito de la selva norteña, en una aldea de chahuancos, y parece culminar 35 años después muy cerca de allí, en un poblado wichí. Es una historia musical que tuvo como bisagra o articulación una contratapa de Página/12. El protagonista principal es el maestro Sergio Aschero y su poderosa numerofonía, una nueva forma de escribir música.
Cuando todavía no tenía 20 años, Aschero ganó una beca del Fondo Nacional de las Artes para estudiar la música de los chahuancos en el norte argentino, en las selvas ribereñas del río Bermejo. Fue toda una odisea llegar y después vivir en esta aldea grabando los ritos religiosos, las alegrías y tristezas de esa comunidad prácticamente sin contacto con la civilización blanca.
Al regresar a Buenos Aires intentó transcribir lo que había grabado y le fue imposible hacerlo con el sistema tradicional. “El viejo sistema medieval de escritura de la música no podía expresar algo tan simple como la música de los chahuancos”, afirmó. Desde ese momento se convirtió en una obsesión la búsqueda de una nueva forma para escribir música.
De chico había comenzado sus estudios en el Collegium Musicum y en el Conservatorio Nacional y en España terminó su formación en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid y en la Universidad Complutense de Madrid. Vivió más de 20 años en el exterior, en España, Italia y Brasil, y cuando volvió a la Argentina ya traía el fruto de sus investigaciones. Eliminó el pentagrama, las claves, las redondas, las blancas, negras y corcheas, sostenidos y bemoles y simplificó todo hasta lograr un sistema sencillo, lógico y a partir de conocimientos familiares y comunes: números o formas geométricas y colores.
Todo esto se contó el año pasado en una contratapa que se tituló “Música”. Un día llamaron de la Fundación Niwok a la redacción para contactarse con el maestro. Un grupo de jóvenes de una comunidad wichí había decidido proponerle la organización de talleres de formadores musicales. Y allí comenzó otro capítulo de esta historia, con el maestro Aschero moviendo varias veces al año su porte voluminoso y su barba roja desde Buenos Aires hasta la localidad formoseña de El Potrillo, en medio del monte y más o menos cercana al Bermejo.
Pero esta vez, los wichís habían perdido la música propia en el proceso traumático de irrupción de la civilización blanca. Habían dejado de ser pescadores por los continuos desbordes del Bermejo y se habían convertido en montaraces. Esta rama de los wichís fue evangelizada a principios de siglo y perdió sus músicas ancestrales y los instrumentos autóctonos. El grupo Sacham, que reúne a los jóvenes más inquietos de la comunidad, decidió encabezar un proceso de recuperación de sus capacidades musicales y de recreación de sus procesos culturales. Para allí fue el maestro Aschero, con su esposa, Mirtha Karp, también música. Más de treinta horas de viaje, primero en ómnibus, después en un colectivo destartalado y finalmente en una camioneta todoterreno que llega tras las últimas cuatro horas por una huella, sendero o trocha, que atraviesa el monte entre saltos y bandazos.
Esta especie de vikingo pelirrojo y de ojos azules no desentona en el poblado wichí. Más bien todo lo contrario, la pasión por la música estableció lazos inmediatos y profundos, sobre todo con el grupo Sacham, que ya lo ha bautizado en su lengua. El maestro no habla de incomodidades ni cansancios, está deslumbrado con esta experiencia. Inventó un nuevo sistema de escritura cuando no pudo transcribir hace 35 años la música de los chahuancos y ahora, en la misma zona de aquella primera experiencia, tiene la posibilidad de poner su numerofonía a disposición de esta comunidad wichí que perdió la música. Un enorme potencial frente a una página en blanco. “Ni Mirtha ni yo escribimos las letras o la música –dice Aschero–, nuestro trabajo es solamente facilitar esa tarea, las letras y las canciones las escriben ellos.”
Es una historia circular, incluso geográficamente, porque Aschero desarrolló su sistema, respaldado por músicos como Luigi Nono o Darius Milhaud y científicos como Stephen Hawking, para abrir el universo de la música a la gente común, porque “la música forma parte de la vida y sólo una ínfima parte de las personas sabe leerla”.
Los jóvenes Sacham de El Potrillo ya pueden exhibir los primeros frutos de su empeño y vencer el recelo inicial de los ancianos de la comunidad: han escrito el primer cancionero wichí con sus composiciones y están construyendo nuevos instrumentos musicales con los materiales que provee el monte. Los wichís volvieron a cantar sus canciones, nuevamente le han puesto música a sus sueños.