CULTURA › ENTREVISTA CON EL ESCRITOR VASCO BERNARDO ATXAGA
Reflexiones sobre el “no matarás”
El autor habla de su última novela, El hijo del acordeonista, que cuenta la historia de un ex militante de ETA.
Por Angel Berlanga
Como se leerá al final, el juicio de Bernardo Atxaga sobre el “no matarás” parece vacilar al pronunciarse sobre qué debería ocurrir con quienes mataron en nombre de ETA. El hijo del acordeonista, la novela que acaba de publicar en la Argentina, cuenta la historia de David, un chico que en la posGuerra Civil Española descubre que su padre fue un asesino franquista, que se involucra de joven en un grupo armado, que luego se arrepiente y traiciona a sus compañeros y va a la cárcel. Cuando sale, emigra para Estados Unidos. Al borde del milenio, en California, Joseba (un amigo) asiste a su funeral y se encuentra con unas memorias que dejó escritas para sus hijas y para la biblioteca de Obaba, su pueblo natal en el País Vasco, el lugar que se inventó este narrador y poeta nacido en 1951 en Asteasu, Guipúzcoa, para ubicar varias de sus ficciones, escritas inicialmente en euskera. Esta última le trajo algunas “incomodidades”: puertas adentro, hay vascos indignados con que uno de los suyos sea un traidor, y puertas afuera –aunque dentro de España–, hay unos cuantos críticos del romanticismo con que se enfoca el derrotero del protagonista. En contrapartida, el Times Literary Supplement lo consideró “la primera gran novela vasca”.
“No hay nada más dulce para un escritor que posar su mirada en el siglo IX –dice Atxaga, que vino a Buenos Aires a hablar de su obra–. Es estupendo. Y luego, en las entrevistas, puedes decir que hablas de los tiempos presentes. En cambio, si entras directamente en el presente, y te preguntas rigurosamente por la suerte de tus amigos y de tu familia, y por ti mismo, siempre llegas a zonas poco simpáticas para la gente. Aquí se encuentra a una persona que cree que la traición no sólo es una forma de salvarse, sino que además es una forma de ser racional, inteligente, de optar por lo mejor en ese momento.”
–Usted ha hablado de “los irritables”. ¿Qué molestó de su novela?
–Debo decir que los irritables son una minoría: gente autoritaria, de extracción social alta, que se irrita ante lo que llaman nacionalismo vasco. Si uno escarba en esa agresividad, encuentra al señorito, al que le fastidia muchísimo que el nieto de las criadas resulte, ahora, catedrático de biología. Me encanta que se irriten los señoritos, gente muy empeñada en despreciar. Y, por otro lado, en los círculos más empeñados en la cruzada antinacionalista, no perdonan una tesis muy poco “correcta” del libro, que une la Guerra Civil y el bombardeo de Guernica con la aparición de la violencia en forma de guerrilla sui generis.
–La hipótesis molesta tiene que ver con que plantea que la guerrilla mutó en terrorismo.
–Exactamente. En los años ’68, ’70, los modelos son las guerrillas latinoamericanas, y entonces se habla de la “guerrilla vasca”, grupo armado, etc. Surge de las cenizas de una guerra perdida, tiene que ver un poco con el maquis, y es una escisión dentro del Partido Nacionalista. Lo que empezó así luego acaba en una organización que mata a un concejal socialista de un pueblo. Y eso, entonces, ya es terrorismo, no hay ninguna duda. Porque eso no tiene poética ni lógica política, y éticamente es muy reprobable. Claro, durante la dictadura... Yo viví ese ambiente y estuve muy rodeado, pero nunca he sido, ideológicamente, tan de un palo como para... En esa época era lo que se llamaba “un compañero de viaje”. Decía un militante de entonces que yo estaba en las revistas (de resistencia) y tal porque me publicaban los poemas. Pero durante la dictadura, cuando el que está delante es el fascista de siempre... éticamente, a lo mejor, no es tan inaceptable. Bueno, puede ser inaceptable, pero es más que comprensible que muchos jóvenes idealistas crean que ése era el camino para acabar con la dictadura. Yo particularmente creo que el no matarás es muy importante, algo que hay que tener siempre claro. En qué barros han acabado aquellas lluvias: los de nuestra generación hemos aprendido eso.
–¿Qué expectativas tiene con la gestión de Zapatero por ETA?
–Hay que apoyarlo. No puedo decir su nombre, pero en un viaje me encontré con un antiguo militante muy conocido en la época, que ahora tiene 65 años y vive en otro país. “Saldrá bien si se hace despacio”, me dijo. Y conoce bien los entresijos. Creo que Zapatero quiere arreglar el tema. Bueno, toda la sociedad quiere que acabe la violencia, esto es evidente; todo el mundo sabe la melodía que hay que tocar, ¿pero cómo tocarla? Es público mi apoyo a Izquierda Unida, pero eso no quita que pueda comprobar la diferencia entre el PSOE y Aznar y el PP frente a este tema.
–¿Qué debería pasar con los dirigentes de ETA que mataron?
–Bueno... Yo me escapo de la cuestión. Sinceramente, no me considero capaz de responder esa pregunta. Si fuera juez, tendría que encontrar la solución. Alguien lo tiene que hacer, hay que enfrentar el problema. Yo no sé cómo. Me gustaría, pero no sé. Es más, creo que haríamos un gran favor si habláramos de esto sólo cuando hubiera algo para decir, porque es terriblemente delicado. Si quieres que me moje un poco más, lo que no se puede permitir en ningún caso es el linchamiento. Se tiene que hacer justicia. Pero eso no pasa por una orquesta que está haciendo ruido constantemente y que, al cabo, llevaría al linchamiento. “Este preso, que ha estado 18 años en la cárcel, por qué no está 180...” Eso puede hacer que la multitud vaya a la cárcel del condado, excuse al sheriff y ahorque. Pues eso no es justicia. El juez no puede permitir que la turba entre en la cárcel y juzgue.