Miércoles, 11 de enero de 2006 | Hoy
Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO De los lugares más comunes –pero jamás vulgares– de la ciencia ficción, el que más me gusta no es aquel al que recién se accede visitando un planeta distante sino el que se produce al retornar a la Tierra. Y descubrir que todo ha cambiado, que se han producido extremas alteraciones en la atmósfera del punto de partida. Ya saben: El planeta de los simios y todo eso. El fin de las vacaciones (cuya breve encarnación de polaroid navideña/findeañera termina para mí mientras para ustedes comienza la variante ancha y cinemascope) produce un efecto que me recuerda al desconcierto desacelerado de tanto astronauta aunque, claro, los cambios no sean tan radicales. Lo que no quita que luego de un tiempo fuera de lo que alguna vez se conoció como la Madre Patria –y que ahora, para muchos afectos a tan cómodas como ingenuas simplificaciones geopolíticas, es la Madrastra Patria– sea fácil detectar alteraciones, mutaciones, estremecimientos, cambios para que todo siga más o menos igual; y aun así imposible no sentirse, por unos pocos días, como extraterrestre estudiando fauna rara y transmitiendo lo que se mira como si fuera nuevo.
DOS Gente fumando en las veredas, gente fumando con la cerveza de media mañana en la mano frente a bares que alguna vez fueron como el cavernoso interior de un pulmón de Humphrey Bogart y que ahora huelen a jardín artificial pero jardín después de todo. Y es que en España, desde el 1° de enero, fecha en la que entró en vigencia la ley Antitabaco, ya no se puede fumar en espacios públicos ni en el trabajo. Y las fondas que quieran fumar tendrán que elegir si permiten o no el humo anunciándolo con un tremendo cartelón. Hasta donde se sabe –y más allá de trampitas varias y confusiones surtidas– el mandato se acata con normalidad, dicen. Aunque todavía queda saber si se producirán aumentos notables de la violencia doméstica o la muerte en la carretera, modernos deportes ibéricos de alto riesgo. Son bastantes los que han aprovechado el envión para vencer al vicio y son muchos los que fuman más que nunca y se dicen miembros de la Resistencia a los que sólo les queda ponerse a cantar La Marsellesa a los gritos sobre la mesa de algún antro. Y ayer mismo vi a una mujer estallar en llanto cuando le explicaron que se habían llevado para siempre su máquina vendedora de cigarrillos. Para siempre.
TRES Y, a pesar del colosal despliegue informativo, nadie ha precisado si el teniente general José Mena Aguado, general jefe de la Fuerza Terrestre, fuma o no. En cualquier caso, algo le pasó cuando, el viernes pasado, a punto de retirarse, en su discurso celebratorio de la Pascua Militar alertó a la concurrencia acerca de las “graves consecuencias” que tendría la aprobación del Estatut catalán, del riesgo de “sobrepasar los límites infranqueables de la Constitución” e, invocando el artículo 8 de la carta magna, recordó que el ejército está autorizado a intervenir por las suyas si de garantizar la soberanía e independencia e integridad de España se trata. Causas y efectos de semejante rosca de Reyes: Mena bajo arresto domiciliario hasta su destitución el próximo viernes 13 cuando se reúna el Consejo de Ministros. Castigo sin precedentes en la democracia de por aquí, dicen. El Partido Popular y Rajoy, por supuesto, diagnosticaron que las preocupaciones de Mena eran “inevitables” y “reflejo de la situación política que estamos viviendo”. La cosa duró poco y, enseguida, la gente estaba pensando en otras cosas mientras encendía o apagaba un cigarrillo. Los políticos, en cambio, no pueden dejarlo.
CUATRO O conversando sobre cosas como la tan comentada chompa que vistió por aquí el flamante presidente boliviano, Evo Morales. Y es que hace frío; y al que le falte un abrigo, ahí están las rebajas: colas de gente bajo una lluvia que no alcanza a aliviar la sequía del país, manoteando lo que necesita o no porque las etiquetas de los precios vienen con descuentos del 30 o del 50 por ciento. Lo que no es saludable luego de los desembolsos festivos. Pero no importa: buena parte de la clase trabajadora está endeudada hasta el cuello, prisionera de créditos inmobiliarios (el costo de la vivienda ha subido en la última década cinco veces más que los salarios) mientras el metro cuadrado no deja de subir y, nada es casual, es por estas fechas compulsivas que también se dispara la venta de antidepresivos y se publican encuestas sobre lo que más les preocupa a los locales. Lo que más les preocupa es el paro, quedarse sin trabajo o no encontrarlo nunca. En segundo lugar se ubican las múltiples paranoias en cuanto a la inmigración (el 60 por ciento de los españoles piensa que hay demasiados extranjeros en su país, reveló un reciente estudio) y, en tercera posición, el terrorismo. Pero ahora la consigna es una: a comprar que se acaba el mundo.
CINCO Aunque los habitantes de Barcelona ruegan que el mundo aguante un poco más, que no suba la cada vez más cercana gripe aviaria y que no se vayan tan rápido las fábricas hacia países de la novísima europa con, por ahora, precio de rebajas todo el año y mano de obra baratísima. Por lo menos que la cosa dure hasta que Woody Allen llegue a la Ciudad Condal para filmar, hacia finales de año, un largometraje sobre el que ya se construyen numerosas leyendas urbanas: que se llamará Midnight in Barcelona, que estará protagonizada por Javier Bardem; que el director norteamericano se quedaría a vivir aquí “para siempre” una vez concluido el rodaje. Más allá de los rumores, los barceloneses celebran el asunto como si se tratara de una nueva goleada a los madrileños. Y el Barça sigue ganando y el Real Madrid empatando y perdiendo.
Y, de pronto, ni el humo de los cigarrillos ni las cenizas de un general ni algún futuro cruce con ese hipotético inmigrante que se parece tanto a Woody Allen porque es Woody Allen impresionan o impresionarán demasiado.
Y, pasada la histeria del falso ahorro en el que se acaba gastando más que nunca, uno vuelve a casa y se pregunta para qué cuernos se compró esa chompa indie cuando todavía no terminó de pagar el inodoro. Y uno vuelve a acomodarse a las gravedades de las leyes de siempre y extraña tanto al espacio lejano y extranjero. Y no es que uno esté de vuelta. Es que uno, apenas, volvió.
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