Miércoles, 11 de enero de 2006 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Diego Bonadeo
¡Qué bien le vino a esta –por ahora– vergonzosa temporada de verano, que los consumidores de fútbol o, por mejor escribir, de las cuestiones que lo merodean, tengan para la comidilla la patética historieta de marchas y contramarchas protagonizada en los últimos días por dirigentes, cuerpo técnico y jugadores de River!
Pero, por una vez, las cuestiones centrales de los entredichos pasan más por los que juegan –Marcelo Gallardo y compañía– que por quienes hacen como que dirigen como dirigentes o por quienes supuestamente dirigen como los entrenadores.
Bambalinas aparte, en la superficie aparecen los integrantes del plantel de River cuestionando el pensar y el difundir de Reinaldo Carlos Merlo como director técnico del equipo. Por lo menos así parece al decir públicamente de Gallardo. Lo que, se insiste, bambalinas aparte, no parece mal. Al contrario. Tantas veces ha insistido quien esto escribe respecto de la desproporcionada insistencia en considerar casi excluyentes a quienes no juegan más que a quienes lo hacen que, a contracorriente de lo establecido por los tecnócratas mediáticos –dirigentes, técnicos, periodistas y demás opinadores variopintos– resulta oxigenante para la sociedad futbolera que los jugadores decidan sobre ciertas cosas vinculadas a cómo debe jugarse.
Seguramente la legión de pacatos futbolísticamente correctos ya estará rasgándose sus prolijas pilchas de acatar lo establecido, quizá porque alguien les ha hecho creer que ellos son los que tienen la última palabra.
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