Sábado, 29 de julio de 2006 | Hoy
Por Osvaldo Bayer
Otro de los lamentables momentos de la Historia. Tal vez sólo queda por reproducir aquella frase desesperada: “La humanidad no ha aprendido nada”. Lo peor es que todos quieren tener razón y razón no tiene nadie en esta matanza que está ocurriendo en el Cercano Oriente. Los judíos califican de antisemitas a todos los que se atreven a censurar su conducta, los mahometanos califican de “partidarios de Bush” a quienes justifican la política de Israel de querer llegar a la solución bombardeando ciudades abiertas. Los misiles están en el aire. Y por supuesto, quienes sufren las consecuencias, el pueblo, los pueblos.
Tristeza, desconsuelo, pesimismo. La humanidad se ha asesinado en continuas guerras. Millones de víctimas. Todo lo que construyeron generaciones, de pronto en ruinas. No sabemos de dónde venimos, pero eso sí sabemos y aprendemos cada vez a matarnos mejor. Algunas religiones rezan desde hace siglos, otras religiones mandan al paraíso a quien sabe matar y morir al mismo tiempo. En esta nueva guerra no hay inocentes, sólo las víctimas –hay que ver las dolorosísimas fotos de los niños destrozados por las bombas–, y podríamos definirla como una guerra deseada por todos, y me refiero a los políticos de ambos lados. Justamente, Israel, al enviar a sus bombarderos a descargar sus bombas sobre la población civil, les dio el gusto a quienes en el Líbano esperaban esa reacción y así justificar sus misiles en Haifa. Sí, sin duda, empezó el Hezbolá con el secuestro de dos soldados israelíes. Pero la reacción de Israel fue desmedida. Tendría que haberse preocupado por la vida sagrada de sus soldados, aunque fueran sólo dos, e iniciar negociaciones. El cambio de esos secuestrados por detenidos árabes. O realizar un operativo de tomar dos rehenes árabes. Y de inmediato presentarse ante Naciones Unidos y señalar que no iba a aceptar más los secuestros extorsivos. En vez de intentar las negociaciones, de pronto envió los aviones a tirar bombas a ciudades abiertas. El pueblo que sufrió la más grande de las persecuciones raciales, ahora tira bombas. En vez de ser el ejemplo y demostrar la sabiduría que supo amasar con las persecuciones históricas, dispara el revólver y recién después pregunta. Dos profesores judíos, profundos conocedores del tema, tratan de justificar lo injustificable. El profesor Martin van Creveld, de la Universidad de Jerusalén, enseña Historia Militar. Escribió que “los actuales ataques del ejército de Israel a metas libanesas no son de ninguna manera exagerados” y agrega “los continuos ataques de los terroristas palestinos no son contestados con la debida dureza”. Señala que “esos precisos ataques de los aviones israelíes” no han producido una “masacre”, sino que sólo son cien los muertos. Aunque fueran “sólo” cien, son muertos, señor profesor, entre ellos madres y niños. Es ya suficiente para no hacerlo.
Las armas han demostrado que no sirven para nada. Aquello de “si quieres la paz, prepárate para la guerra” quedó como una razón cínica que favorece a las fábricas armamentistas. En vez de encontrar la verdadera solución, se recurrió a medir todo por la violencia y la crueldad. El profesor Van Creveld lo resuelve por ese lado, dice: “Todavía no está claro a dónde nos va a llevar todo esto. Pero una cosa es indiscutible: el problema con el Líbano no es el desmedido empleo de la fuerza aérea por Israel. Al contrario, el problema podría ser, en sí, la extrema aversión de Israel de emplear un suficiente alto empleo de violencia para definir de una buena vez este problema. Una razón para esa aversión podría ser el temor bien fundamentado de ser condenado internacionalmente por eso”. Y finaliza diciendo: “Es de esperar que esa aversión no se demuestre algún día como una falta grave”. Es decir, lisa y llanamente: las armas lo arreglan todo. Por supuesto, más si se cuenta con el apoyo de Bush.Por su parte, el historiador israelí Doron Rabinovici es más mesurado que Van Creveld pero considera que es imposible lograr la paz si no se lucha contra el Hezbolá, más que hay que pensar que detrás de todo esto está Irán. Y con resignación se pregunta si es posible luchar contra la guerrilla musulmana sin causar víctimas en la población civil del Líbano. Es decir, en definitiva es Irán contra Estados Unidos, en otro frente. Pero confiar en las bombas y las balas es una forma de resignar cómodamente sabiendo que las armas con que cuenta Israel son mucho más efectivas que las de la guerrilla. Pero desde aquel 1948, Israel se defiende con las armas. ¿No hay otro método? Ese pueblo sabio a través de tantas persecuciones... ¿no puede intentar otras formas de defensa? Más bombas significan más muertes, más odios, más deseos de venganza. Francia y Alemania mataron varias generaciones de su juventud para nada. Hoy viven pacíficamente sin fronteras. ¿Por qué no lo intenta Israel?
Claro, se dirá que Israel tiene que enfrentar no a un país, no a pueblos del mismo origen sino a una religión, la musulmana, que en algunos aspectos se ha quedado a la altura de aquella Iglesia Católica de la Inquisición. Una parte de la religión musulmana premia a aquel que se suicida con la bomba terrorista que va a matar al enemigo. Los cristianos avanzaron mucho y renovaron su religión alejándola de hogueras. En ese sentido ya hay intelectuales islámicos que están reaccionando y desde sus refugios en Europa están tratando de vencer la irracionalidad. Hay mujeres que se niegan a cumplir con los dictados esclavizantes de un dogma que sólo ayuda al oscurantismo y al autoritarismo. Las noticias de Irak nos hablan de esas orgías de sangre que se cometen en mercados, oficinas y restaurantes, donde por supuesto caen siempre los que nada tienen que ver con el origen de la violencia: los niños. Fácil es ocasionar un gran número de víctimas. Más difícil es el diálogo, el conocerse, el compartir, el ayudarse mutuamente. En vez del misil, la solidaridad.
Desde aquella primera guerra de Israel contra sirios y libaneses, en mayo de 1948 no hubo sino la búsqueda de soluciones por medio de las armas. Para Israel ha llegado la hora de emprender el camino distinto. Este camino no puede si no traerle las simpatías de todo el mundo. Por eso, Naciones Unidas y no Estados Unidos. Naciones Unidas tiene por fin que llevar a cabo su verdadera misión: solucionar los conflictos, llevar la paz a todas las fronteras. Basta de salones, discusiones, cenas, visitas y de superficialidad. La primera medida es asegurar la paz en Israel y el Líbano mediante el envío de fuerzas de paz a ese territorio. Y una vez asegurada la tranquilidad, debatir a fondo el problema del Cercano Oriente ofreciendo toda clase de soluciones.
El pueblo judío, cuna de los grandes pensadores de la búsqueda de sistemas que logren alguna vez la felicidad del ser humano, tiene el deber de debatir, aceptar, abrir la mano, ayudar, esclarecer. Al mismo tiempo, Naciones Unidas debería promover grandes encuentros internacionales para debatir el problema del Cercano Oriente y enseñar lo que es la Paz, para buscar remedio a las enemistades de siglos. Pero también promover reuniones internacionales de la juventud con el no a la violencia. Promover las reacciones pacíficas de los pueblos: las marchas para el diálogo y las soluciones pacíficas. Además, dejar al desnudo a personajes que difunden internacionalmente “la defensa de la libertad y el no al terrorismo internacional” cuando en realidad promueven sólo la defensa de sus intereses comerciales y su dominio sobre el planeta. Naciones Unidas tiene que debatir el tema “Presidente Bush” para decir abiertamente que con hombres como él no se va a encontrar el equilibrio de la paz, de la libertad y de la dignidad contra el hambre y el subdesarrollo del Tercer Mundo. Y el pueblo de Estados Unidos debe comprender esto y no elegir más hombres de esa calaña. La reacción de Israel por el secuestro de dos soldados es irracional. Que los descendientes de la bestialidad del Holocausto se dediquen a arrojar bombas en barrios poblados de ciudades, no. Es una ofensa a aquellos mártires. Con mucha melancolía hemos leído páginas escritas en estos días de pensadores judíos que lucharon toda su vida por el bien de la humanidad. Se sintieron avergonzados. Señal de que en ellos sigue la luz de la búsqueda de una humanidad sin violencias.
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