Sábado, 2 de diciembre de 2006 | Hoy
Por Osvaldo Bayer
Triunfaron definitivamente. Acabo de volver a visitar todos los lugares que recorrí en la Patagonia para investigar las trágicas huelgas rurales del 21-22. Hice el mismo camino de aquel entonces. Puedo decir que los vencidos de ayer han triunfado definitivamente. Los humildes héroes tienen el recuerdo permanente de la población. Sus nombres están inscriptos en colegios, monumentos, calles, cañadones. Ya no podrá venir nadie a alejarlos del recuerdo popular.
En Jaramillo me esperaba una partida de gauchos con sus vestimentas típicas. Hubo música, bailes populares. La intendenta del lugar, Ana María Urricelqui, habló de lo que había significado para la historia de esas extensiones patagónicas la figura del gaucho Facón Grande, fusilado por el Ejército Argentino por pedir por las peonadas. Un lienzo de este gaucho cubría una pared del salón de actos municipal, pintado por un artista local. Hoy es el héroe más popular de toda la provincia. Su monumento está a la entrada de Jaramillo.
Más al sur, en San Julián, se recuerda al héroe venido de Buenos Aires para acompañar a los trabajadores del campo: Albino Argüelles, fusilado por el capitán Anaya, que devino general golpista años después.
En la estancia San José, con el historiador y médico patagónico Suárez Samper, repusimos la cruz que algún gaucho había puesto en la tumba masiva de los peones de la columna Argüelles, masacrados por el teniente coronel Varela. La cruz tenía grabadas a punta de cortaplumas las bellas palabras de duelo: “A los caídos por la livertá”. Sí, así, con v corta y sin d final y con acento. Se ve que el gaucho tal vez tenía poca escuela gramatical pero sí una profunda cultura de hombre libre: la máxima palabra era para él la Libertad, que no es otra cosa que la Dignidad. Por eso los habían asesinado, por ser dignos y no someterse a los dictados de la explotación del sistema.
En la estancia La Anita de los Braun Menéndez está y estará para siempre, marcado con un monolito, el lugar que guarda los restos de los 610 peones fusilados por el Ejército Argentino en aquel espantoso 10 de diciembre de 1921, cuando el bellísimo Calafate se cubrió de sangre humilde por la codicia de los propietarios y la crueldad militar.
El silencio nos habló allí del duelo eterno. Por pedir un paquete de velas por mes, cuatro tiros. Pero nada es gratuito: el monumento será un eterno dedo acusador a los explotadores y a sus defensores oficiales.
Sí, el monumento está allí, frente a la propia estancia. Pero no está en paz. Las manos sucias de siempre tratan de destruirlo. Su estado es lamentable: las placas de las adhesiones robadas o rotas, y lo que debiera ser un jardín en su frente es nada más que tierra seca y yuyales aunque unas flores silvestres resisten para demostrar que siempre estarán allí dando sus colores por los caídos. Ya dijimos una vez en estas páginas que los responsables de los monumentos deberían reponer todo lo que se rompe o destruye. En la soledad, los aviesos aprovechan a destruir lo material porque jamás podrán ya esconder los crímenes oficiales masivos.
En El Calafate, fue el encuentro ahora con Isabel Soto, la hija de Antonio Soto, el gallego anarquista padre de las huelgas del sur santacruceño. Ella vino de Punta Arenas para recordar a su padre. Aquel que dijo en la última asamblea: “Yo no soy carne para tirar a los perros” y prefirió internarse en la cordillera antes de entregarse a las tropas del capitán Viñas Ibarra, quien lo hubiera fusilado. Estamos en el museo de Calafate y comprendemos las lágrimas de Isabel al recordar a su padre cuando de pronto llega un conjunto de turistas alemanes. Recorren la Patagonia en motocicletas y cuando se enteran de las huelgas me someten a un interrogatorio que no tiene fin. Quieren saber todo. Acerca de los huelguistas alemanes Schulz y Otto y también de Kurt Gustav Wilkens, el vengador, el que a va dejar muerto en Palermo al teniente coronel Varela, fusilador de peones rurales. Wilckens decidió hacer justicia por su propia mano de acuerdo al principio de matar al tirano. “Cuando no hay justicia, la justicia debe realizarla el pueblo”, fue su consigna. Y Varela va a caer en la calle Fitz Roy, en una bella mañana del verano porteño de 1923. Todo quieren saber los turistas alemanes. Cuando quedan satisfechos, montan de nuevo sus motos, arrancan y saludan con la mano.
En Piedra Buena, el antiguo Paso Ibáñez, el intendente nos va a mostrar dónde tuvo lugar el combate entre el Ejército y los huelguistas. Allí va a surgir la figura de otro gallego, Outerello, que estuvo al frente de las peonadas hasta el fin, hasta que cayó ante los máusers de Varela. En Piedra Buena me prepararon una alegre sorpresa: poder manejar el camión de 1917 que utilizamos en la filmación de La Patagonia rebelde. Fue un gusto peligroso manejar esa mole que gruñía como un elefante, por las calles de la bella ciudad. Volví así a manejar por primera vez desde 1979, el día aquel que por escuchar los increíbles relatos de quien me acompañaba, el querido Osvaldo Soriano, me distraje, y atropellé el auto de un turco y resolví no manejar más. Pero ahora no podía decir que no a ese regalo peligroso. Arriba de ese mamotreto de hierro motorizado me sentí como Schumi en la Patagonia.
De allí fuimos a Río Gallegos, donde nos esperaban historiadores, bibliotecarios, archiveros con los tesoros documentados sobre los cuales casi cuarenta años atrás había reconstruido la tragedia. Tuve la dolorosa comprobación de que el juez de la dictadura, Pinto Cramer, había regalado las carpetas descubiertas por mí en el archivo del juzgado federal al señor Osvaldo Topcic. Los hombres de la dictadura no sólo se consideraban dueños de la vida y de la muerte de todos sino también dueños de los papeles de la historia. Lo entrevisté al señor Topcic, quien reconoció haber recibido del representante de los golpistas del ’76 esos valiosos papeles. Ojalá los devuelva muy pronto adonde pertenecen, al archivo donde se guardan los testimonios de todos los santacruceños. La sociedad no sólo tendría que juzgar a los asesinos y torturadores de la desaparición de personas sino también a sus cómplices civiles que manejaron la sociedad a sus gustos e intereses.
Y vino entonces la entrevista sorpresiva: la nieta del vasco Zurutuza. Ese trabajador rural libertario había acompañado a Antonio Soto en toda la huelga y también decidió no ser “carne para tirar a los perros” y atravesó junto a él la cordillera para salvar su vida y continuar sus luchas. La nieta vino a verme con una colección de fotos de su abuelo y llenó el ambiente de tibieza y recuerdos sobre la vida de su abuelo. Ella se sentía muy orgullosa de que su abuelo hubiera luchado por la dignidad de los peones rurales. Le brillaban los ojos de alegría al poder relatar que su abuelo había sido “uno de los huelguistas del ’21”.
Sí, de allí a estancia Bella Vista, en la antigua Cañadón León, ciudad cambiada de nombre por la del militar Gobernador Gregores. Las tierras de Facón Grande. Por eso hemos propuesto que se vuelva al nombre de antes cambiándole solamente la palabra León por Font. Cañadón Font sería el nombre de esa tierra para recordar al gaucho que murió por defender a sus pares gauchos. Antes de llegar a Bella Vista, un cartel señala “Cañadón de los muertos”. Allí, a unos centenares de metros, está la tumba masiva de los fusilados del ’21. Una cruz y dos grandes ruedas de carro los recuerdan. De allí a la estancia, donde todavía está el galpón en el cual los militares encerraron a cientos de huelguistas en las condiciones más inhumanas para luego llevarlos al cañadón a fusilarlos.
Luego, llegada al colegio José Font, sí tal cual, el mejor premio a Facón Grande. Darle su nombre a un instituto de enseñanza. Un símbolo de la solidaridad y el coraje civil ante la injusticia. Nombre votado por los docentes, los padres de los alumnos y los alumnos. Nada más democrático y más digno. Allí se hace un acto para público, docentes y alumnos. Hablamos sobre “La Noche del Chancho”, el estudio de la docente Hurí Portela sobre las tropelías cometidas por el comandante de Gendarmería Callejas durante la dictadura de Videla. El trato que propinó a los estudiantes de la escuela Agrotécnica de esa ciudad. Se está rodando un film sobre esos hechos. Sí, la gente quiere dejar constancia, testimonio, se nota mucho dolor y rabia. La Gendarmería no pidió jamás disculpas por esos hechos aberrantes.
Lo mismo que el Ejército. Varela estaba enterrado en el Panteón militar de la Chacarita. Su tumba tenía una sola placa que lo dice todo: “La Comunidad británica de Santa Cruz al teniente coronel Valera que supo cumplir con su deber”. Ultimamente han pasado sus restos a una sección que se titula “Muertos por la Patria”. La pregunta que surge es: ¿por la patria de quién? ¿De los latifundistas?
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