CULTURA › MUESTRA DE CARLOS GOMEZ CENTURION EN EL CENTRO C. RECOLETA
El pintor que dice la cordillera
El artista sanjuanino se internó con un grupo de amigos en la cordillera para pintarla. Tres salas exponen el resultado.
Por Sandra Chaher
Una paleta violenta, abrasadora, cargada de rojos y violetas intensos, ocupó la mente, los ojos y las tripas de Carlos Gómez Centurión cuando se sentó frente a la tela, inmerso literalmente en la geografía de la cordillera andina. Con la rigurosidad de una investigación antropológica, pero con el foco puesto en la naturaleza, el artista plástico sanjuanino organizó dos expediciones al Valle Alto del río Colorado, en los inicios del cerro Mercedario, en San Juan, y se instaló allí a trabajar, con las vicisitudes del clima como contexto y protagonistas de su obra. La idea de retratar a la cordillera en su ambiente surgió después de muchos años de observarla, sentirla, vivirla y hacerla presente en sus cuadros, pero como acompañante. Y cuando decidió ir a ella, se encontró con que no sólo las sensaciones provocadas por la intensidad e imponencia de lo visto lo traspasaban de tal forma que pintaba casi en trance, sino que la misma adversidad natural les imponía una forma a sus cuadros. “Lo que yo creo es que el cerro se pinta a sí mismo, pero a través de tus tripas.”
De dos experiencias en alta montaña, a 4000 metros de altura, surgió Digo la cordillera, la muestra interdisciplinaria que se presenta hasta el 11 de octubre en tres salas del Centro Cultural Recoleta. Allí están las telas pintadas a la intemperie, en medio de peñascos y tierra colorada, los bosquejos, y las concluidas tiempo después en su casa-taller del valle de Zonda, en la precordillera sanjuanina. También hay tres videos y un poema. Las imágenes de los videos muestran la casa del artista, el viaje, el grupo expedicionario, y a Gómez Centurión trabajando en medio del viento y el sol furioso de la montaña. En uno de ellos, el artista narra la experiencia; en el segundo, un semiólogo, Cristian Varela, aporta su voz y su mirada, y en el tercero, el poeta Gustavo Romero Borri deja por escrito sus impresiones. Todos estuvieron allí con Centurión. “La cordillera sólo puede ser captada con múltiples miradas –dice el artista–. Tomé como inspiración el trabajo que hacían los científicos del siglo XIX como Humboldt, Wymper, Aimée, Bonpland, o el mismo Darwin. Ellos venían en expediciones con todos los recursos tecnológicos de su época, yo usé los de la mía. La idea era investigar, descubrir ese mundo. En mi caso, yo parto del principio filosófico de que las cosas no existen hasta que el hombre no las nombra, por eso el título de la muestra.”
En las obras, Gómez Centurión deja de lado el retrato de los personajes y situaciones de la cordillera para meterse en el paisaje mismo. Los protagonistas de mitos y tradiciones populares parecieran haberse replegado para darle paso a lo que hasta ahora los había contenido: la montaña. Lo que fue “el fondo” de su obra, pasó a un primer plano: una cordillera personalísima, efervescente de colores, contrastes y voces. Dice el artista: “Uno viene de los ritmos de la ciudad, se levanta una mañana y empieza la preparación del viaje con la carga de las mulas, con ritmos que ya no son urbanos. Después viene la ascensión, tres días en parte porque es el tiempo que lleva, pero también porque el cuerpo necesita adaptarse. Y uno va en la mula, metido para adentro, pensando, pensando, y en un momento el tiempo y la distancia se relativizan, las escalas son diferentes. Ya no sabés qué es cerca o lejos, alto o bajo, porque a un cerro que veías altísimo de pronto le aparece el de atrás y queda diminuto. Iba con mi cuaderno, bosquejando, anotando, y me surgían millones de cuadros”. Pero en la montaña, en campamentos que duraban 15 o 20 días, “porque ése es un poco el límite de la convivencia en una situación adversa y lo que uno mismo puede aguantar esa adversidad”, las condiciones de trabajo eran muy diferentes a las del taller. Gómez Centurión no modificó nada de lo hecho en altura. Lo que la montaña quiso que fuera, fue: pintura cristalizada por la temperatura del agua, nevadas que dejaron su impronta en las pinturas, y vientos furiosos que arrastraban las telas. “A eso sumá los efectos del clima en vos mismo: las aguas glaciares producen terribles malestares estomacales; el sol te parte en dos cuando sale, pero si no está te morís de frío. Por eso yo digo que el cerro se deja pintar como quiere, y si quiere, y que lo que pintás en ese momento es la esencia, el alma del cerro.”
Digo la cordillera es la primera etapa de un trabajo que espera ser continuado. Lo que puede verse en Recoleta es la cordillera alta y árida; una segunda parte será la del Cóndor, en el límite entre Ecuador y Perú, una zona selvática, y la tercera: la zona sur, patagónica, donde se interna en el mar. Para realizar esta investigación, Gómez Centurión contó con el patrocinio de diez entidades privadas y con el gobierno de la provincia de San Juan y el Consejo Federal de Inversiones.
Si bien el sujeto y protagonista de Digo... es la montaña, Gómez Centurión no abandona su historia, más bien la redirecciona. Para dar testimonio de esto allí están los cuadros de la Difunta Correa –“a quien se encomienda cualquiera que se adentre en la cordillera”–, la Virgen de Andacollo, el baqueano, los matuastos y las víboras, habitantes de su mundo pictórico y su imaginería visual desde siempre. “No voy a dejar de trabajar sobre lo mítico, pero abrí el juego.” Y agrega como un joven hecho hombre al regreso de su viaje iniciático: “Pero siento que crecí”.