CULTURA › ENTREVISTA AL SEMIOLOGO ROMAN GUBERN
“La figura del gaucho ya es un fósil mítico”
El semiólogo catalán traza aquí un mapa de los mitos argentinos ligados al chupado por el vampiro, el adolescente en edad difícil y el muerto vivo.
Por Julián Gorodischer
Román Gubern se resiste a dejarse atrapar por las reglas de la Academia, elude el lenguaje burocrático de la monografía, rechaza las quintas del especialista que fosiliza todo lo que toca. Eso no ayuda –dice– a pensar el cine, la literatura, los mitos. Por fuera de todo orden burocrático, el semiólogo catalán se hace preguntas: ¿Cómo construimos el sentido? ¿De qué modo una sociedad interpreta sus propios mitos? Bajo su lupa, las películas, las artes plásticas, las metáforas de este tiempo se analizan como el objeto de una confrontación: una batalla por imponer creencias y significados que, muchas veces, se somete a una severa vigilancia eclesiástica (como se describe en su último libro Patologías de la imagen, 2004) cada vez que un poder totalitario como el de la Iglesia Católica pretende imponer su dualismo moral acerca del Bien y el Mal.
En su libro Máscaras de la ficción, Gubern recorrió los mitos de la cultura occidental recogidos del cine: Frankenstein, Alicia, Lolita, Drácula y Robocop le sirvieron para establecer categorías de héroes y demonios... para encarnar el arquetipo de la mujer loba, la ogresa y el vampiro no sólo como protagonistas de película, sino también como síntomas de un imaginario colectivo.
Invitado a la Argentina para ser presidente del jurado del Festival de Cine de Mar del Plata y conferencista en el Malba (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires), accedió a la propuesta de Página/12: trasladar ese mismo recorrido al panorama de mitos argentinos, aplicar sus arquetipos de Máscaras de la ficción al mapa de conflictos y seres autóctonos. ¿Afines al desangrado por el vampiro, parecidos al muerto vivo que regresa de las cenizas o idénticos al héroe conflictuado del tipo James Dean acosado por los temores de la edad difícil? Algo de todos ellos observó Román Gubern en este pequeño catálogo ilustrado de mitos criollos.
–¿Si tuviera que elegir el gran mito argentino?
–Es el gaucho, que ha tomado el contrapunto entre el cowboy y el samurai. Si el samurai obedece verticalmente a un amo-emperador y el cowboy introduce otra noción de libertad, el gaucho impone la condición de solitario. Y recupera una frase que se anticipa a Sigmund Freud: “Dicen que olvidar las cosas también es tener memoria” (citada del Martín Fierro). El olvido es también una forma de memoria.
–En la batalla por la apropiación del sentido, ¿el gaucho no es ya un mito edulcorado?
–El gaucho, como el torero español, han perdido su fuerza, se han convertido en estereotipos for export. Sólo Carmen mantiene su poder revulsivo porque es sexualmente transgresora. Pero el gaucho tiene un aire anacrónico, convertido en un ensueño mítico que responde a un pasado glorioso, de cuando la Argentina siendo un país preindustrial era el granero del mundo. Ahora es un estereotipo, una especie de fijación pétrea, un fósil mítico que pierde su poder y no tiene ninguna influencia en los jóvenes que bailan música norteamericana en la discoteca, toman whisky escocés o Coca-Cola.
–¿Estaríamos más cerca del arquetipo del chupado por el vampiro?
–Ser chupado produce placer en la víctima: el mordisco vampírico es un simulacro erótico. Yo lo veo en la fisonomía de los barrios elegantes de Buenos Aires, en los jóvenes que se van a estudiar a universidades extranjeras, en el deseo de ser anglos. En América latina ha habido un olvido de la identidad nacional por la imposición de modas europeas y por la dominación del idioma inglés. Ustedes dejaron de ser colonia española para ser una neocolonia de Estados Unidos. El mordido por el vampiro quiere parecerse al vampiro porque es el que manda y el que tiene poder. Lo que aparece es el colonizado complaciente a cargo de las burguesías nacionales y sus hijos glamorosos que se desesperan por la green card.
–¿Qué otra categoría aplicada al cine en Máscaras de la ficción podría explicar el imaginario argentino?
–El mito del masoquista, que busca el dolor como fuente de placer e instala una relación erótica compleja entre amo y esclavo, entendidos como roles voluntarios y, a veces, reversibles. Como sucede en el cine negro, donde las perversiones se filtran por insterticios. Es una figura cercana al mito del gangster edípico, enamorado de su madre.
–¿Y cuánto de nosotros se expresa en el mito del muerto vivo?
–Abarca desde el zombi al vampiro, y es un mito que nos abarca a todos. Todos somos un poco muertos vivos: tenemos pseudo vidas que están diseñadas bajo la impronta de un modelo macrosocial. Y ese determinismo es una forma de muerte en vida: debemos ser buenos consumistas, políticamente correctos, aportando a la vigencia de La noche de los muertos vivientes.
–Y es un mito que vuelve en 2005 en películas como PS, Los que vuelven, Reencarnación...
–El zombi nos fascina porque nos reconocemos como objetos con vidas físicas, determinados por el consumo y los poderes públicos, con vida física y sin vida moral. Nos reconocemos como muertos vivientes en un mundo confortable, pero que nos determina y nos chupa la voluntad. Estamos programados desde el origen, disciplinados por el sistema, dóciles, buenos alumnos, ni más ni menos que muertos vivientes.
–¿Los países pobres son más débiles ante la “severa vigilancia eclesiástica” (descripta en Patologías de la imagen) sobre las imágenes de lo religioso?
–En esa guerra icónica gana la imagen cristiana. La Iglesia es muy inmovilista, pero cuando aparece una película como Jesucristo Superstar se instala una pequeña polémica, hay una tensión entre conservadores y modernistas y se repiensa ese poder totalitario. Pero también pensemos que hay un Papa en silla de ruedas y que no habla, reyes que suben al trono a los 75 años, y surge esa iconografía insólita del Papa en silla de ruedas. A la fuerza, se está minando la respetabilidad de la institución y del Pontífice, el único monarca multinacional de la historia.
–Los mitos que nos tocan comparten esa extrema debilidad...
–Las industrias audiovisuales son de dominio anglo, y ahora todo se agrava cuando se ha consolidado un eje de poder Los Angeles-Tokio, que reconcilia al modelo cowboy con el del samurai. Europa y Latinoamérica quedan atrapados como un sandwich en ese eje figurativo de las dos orillas. Pero de la imposición suele salir la reacción: una resistencia visceral a la homogeneización globalizadora, con su patología más evidente en Osama bin Laden.
–¿Quedan estrategias de rebelión?
–En la cultura musical hay expresiones poderosas, que luego hasta se colocan en Miami. Hay unas quintas columnas como Antonio Banderas, Robert Rodríguez, Guillermo del Toro, la música salsa, la expansión del castellano, la cocina texmex, la minoría con mayor crecimiento demográfico... La sola tasa demográfica implica una forma de triunfo. Significa que se está consolidando una hibridación de la cultura norteamericana: ahora se empieza a hablar de ensalada de frutas.
–Pero a esas imágenes se las consume como estereotipos: Banderas es sólo el mariachi o el torero...
–Pero no sabemos cuál será el efecto a largo plazo. Hemos visto cómo el Imperio Romano caía después de la entrada de godos al Norte o cómo España se modificaba con la irrupción musulmana. Yo recuerdo a un demógrafo que avisaba que Europa, en cien años, se vería de color marrón.
–Y en el plano de las imágenes: ¿cómo se devuelve valor mítico a un estereotipo apropiado?
–Sólo si hay una resemantización (Cristo con rostro de Che, en una imagen de la Iglesia Anglicana) se le devuelve algo de su sentido perturbador. Hay otros mitos antiguos que están muy vivos, como el de Hércules convertido en Superman. Ese corrimiento interesante se produce, casi siempre, en los comics.
–Pero aquí muy pocos superhéroes retoman mitos clásicos...
–Los mexicanos intentaron con El Santo, pero era muy degradado. Ustedes han tenido una excelente tradición de comics, con un pico en el Corto Maltés, que ha ido declinando. Hoy sobreviven los antihéroes como Mafalda, que es la réplica contestataria del modelo neurótico de Charly Brown. Ella es la que contesta, la rebelde que protesta por injusticias. Es una mezcla de los años difíciles con el mito de Prometeo. Es el trauma del paso a la adolescencia, el terremoto hormonal que seguirá vivo hasta el fin de los tiempos.
–¿Alguna posibilidad de redención?
–En Europa todavía estamos inmersos en una lucha de nacionalismos entre vascos, catalanes peleando por el robo del agua, en una lucha continua a paso de hormiga. En cambio, en América latina tienen un patrón con mucho dinero y petróleo, y ese antagonismo latente con Estados Unidos unifica al resto. Por tanto, los discursos nacionalistas no recrudecen. Lo que queda es un saludable espíritu continentalista.