CULTURA › PAGINA/12 PRESENTA A PARTIR DE MAÑANA
“LOS CAMINOS DE LA LIBERTAD”
Sartre, la eterna máquina de pensar
En el centenario del nacimiento del escritor y filósofo francés, Página/12 y editorial Losada editan los tres volúmenes de este texto capital de las letras contemporáneas. Los lectores podrán disfrutar, desde mañana, de La edad de la razón, y los siguientes domingos saldrán con el diario El aplazamiento y Con la muerte en el alma.
Por Silvina Friera
La ofensiva existencialista empezó en el otoño de 1945 cuando Jean-Paul Sartre publicó los dos primeros volúmenes de Los caminos de la libertad y creó, junto con Simone de Beauvoir, Raymond Aron y Merleau Ponty, la revista Les temps modernes. Uno de los grupos de “choque” de esta ofensiva fueron los personajes sartreanos, constituidos como conciencias fenomenológicas que revelaban la verdad social de la existencia en situaciones límites. En el centenario del nacimiento del escritor y filósofo francés, Página/12 pone a disposición de los lectores del diario una novela fundamental que operó como fuente de inspiración y brújula para gran parte de las generaciones que vivieron y padecieron el siglo XX. Mañana, acompañando la edición del diario, se publicará La edad de la razón, primera parte de la trilogía prologada por Liliana Viola, y en los domingos siguientes se entregarán los dos tomos restantes: El aplazamiento y Con la muerte en el alma. Sartre lanzó al ruedo un puñado de criaturas libres, pero marcadas por lo histórico y lo social, para “mostrar” de qué manera la libertad del individuo se concilia con la “coacción insinuante” de la historia.
En La edad de la razón aparece uno de los personajes sartreanos más entrañables: Mateo Delarue, un atribulado profesor de filosofía y “escritor dominical” cuyo principio inalienable es ser un hombre libre. A pesar de las ataduras sentimentales que lo ligan a su “querida” Marcela, que está embarazada, y a la joven e inestable Ivich (que no puede imaginarse su porvenir porque lo considera aplazado), él rechaza la institución del matrimonio por burguesa y prefiere la “pareja abierta”, elección del personaje que resuena en la relación que Sartre entabló con Simone de Beauvoir. Cuando no consigue el dinero que le prometió a Marcela para abortar, con amarga ironía, en un guiño hacia Descartes, dice: “Yo soy un junco pensante”. Brunet, en cambio, que sugiere la estampa del militante sin fisuras, le propone a Mateo afiliarse al Partido Comunista. Pero el profesor rechaza el ofrecimiento porque no se quiere echar de rodillas y creer. “Vosotros los intelectuales –le achaca Brunet– sois todos iguales: todo cruje, todo desaparece, los fusiles van a disparar solos, y vosotros os quedáis ahí, apacibles: vosotros reclamáis el derecho de ser convencidos.” Brunet, implacable a la hora de meter el dedo en la llaga de las contradicciones y las dudas de Mateo, agrega: “Hacés como que lamentás tu escepticismo, pero estás apegado a él. Es tu confort moral. En cuanto lo atacan, te prendés a él ásperamente, como tu hermano se prende a su dinero”.
La gran lucidez de Sartre reside en “arrebatar las ilusiones de sus lectores”, como señala Viola en el prólogo del libro, con diálogos y escenas ejemplares que colocan entre paréntesis las convicciones de los otros personajes, como Boris o Daniel. Mateo, que dice que no quiere desfilar levantando el puño y cantando La Internacional porque sabe que se engañaría, le replica a Brunet: “Vosotros creéis que uno está obligado a pensar como vosotros a menos de ser un puerco”. El escritor y filósofo francés plantea la alternativa entre la rebelión pura, quizá desnuda e ineficaz, del intelectual, o la adhesión al movimiento de la historia tal cual es, realidad opaca e impermeable, encarnada por el Partido Comunista. El énfasis sartreano arroja una luz de alerta sobre la dicotomía absoluta entre los imperativos de la conciencia y los de la acción, entre la moral y la praxis, el intelectual y las masas. Si “se ensucia las manos”, si elige aceptar la rigidez de la disciplina partidaria, el intelectual abdica de su libertad, sin la esperanza de poder olvidar su origen burgués, ni anular su diferencia, ni de llegar a comprender una acción que no es producto de las decisiones sino de la fuerza ciega de los hechos. El Partido Comunista, expresión necesaria de esta fuerza, puede asumir posiciones que sometan duramente a prueba la fidelidad de los militantes, anteponiendo la eficacia a los principios. Para Sartre, que coloca a los personajes de La edad de la razón en 1938, la actitud del Partido Comunista en la época del pacto germano-soviético es una ejemplar manifestación de esta lógica, que genera un conflicto desgarrador en aquel que ve en el comunismo el sentido objetivo de la historia, pero sólo admite que la facultad de conferirle sentido al mundo surja de una conciencia transparente. La confusión de los militantes comunistas en 1939 funciona en este período como el esquema organizador de muchas de las tramas sartreanas.
Para visualizar el trasfondo filosófico del primer volumen de Los caminos de la libertad hay que recordar que entre 1939 y 1940 el escritor y filósofo francés transitó su propia “metamorfosis” cuando devino en “defensor de Heidegger” después de haber sido discípulo de Husserl. “Esta influencia (por el autor de Ser y tiempo) me pareció últimamente providencial, porque me enseñó la autenticidad y la historicidad en el preciso momento en que la guerra haría de estas nociones algo indispensable para mí –admitió Sartre–. Si intento imaginar qué hubiese hecho con mi pensamiento sin esas herramientas, me invade un miedo retrospectivo.” En la carta que le escribió a Simone de Beauvoir el 9 de enero de 1940, Sartre confiesa que La edad de la razón es una obra husserliana. “Desde mi punto de vista actual quisiera que mi novela haga sentir que estamos en la edad de lo fundamental. Pero en este primer tomo de la novela nada de esto aparece y es lamentable. Esto no es producto de un defecto técnico, sino lisa y llanamente del atolladero en que me encontraba cuando estalló la guerra. Es una obra ‘husserliana’, y esto es bastante desagradable cuando uno se ha convertido en defensor de Heidegger. Por este motivo mi novela no me gusta. Intentaré incluir lo que pueda de esto en el monólogo de Mateo que debo rehacer, pero temo que el conjunto no sea existencial en absoluto.”
En El aplazamiento, segunda parte de Los caminos de la libertad (que se publicará con el diario del domingo 24), los personajes se multiplican, el ritmo narrativo se acelera, el contexto espacio-temporal se dilata, se perfecciona la técnica del montaje de imágenes; el juego caleidoscópico con diferentes modelos y registros de escritura, inaugurado con La náusea, alcanza su paroxismo. El hilo conductor de este volumen atraviesa la solidaridad de los destinos individuales con una imperceptible totalidad histórica que se dibuja entre los personajes, constituye su fundamento, los orienta, los impregna de un sentido. La obra del escritor y filósofo francés suscitó reacciones intensas: asombro, irritación, indignación, entusiasmo, apasionamiento. La “máquina de pensar” sartreana nos sigue interpelando a todos.