CULTURA › UN MODELO PARA VARIAS
GENERACIONES DE INTELECTUALES
Una política de la dignidad
Por Silvina Friera
La escritura era para Arthur Miller un acto de rebeldía y de protesta, “una guerra que refleja las batallas de la vida”. Y en el devenir de esa lucha a brazo partido, de la que surgieron obras fundamentales de la literatura contemporánea como La muerte de un viajante y Las brujas de Salem, él se convirtió en un modelo para la intelectualidad de izquierda: fue el cronista que captó el espíritu enloquecido de una era esquizofrénica –el siglo XX–, sin separar el presente del pasado, ni al individuo de su contexto social. Y otra vez, como en diciembre pasado cuando murió Susan Sontag, el sentimiento de orfandad se extiende por el mundo, cada vez que se pierde una voz crítica como la de este lúcido intelectual norteamericano que enfrentó al senador McCarthy. Nunca sacrificó su dignidad, ni siquiera cuando la sociedad estadounidense de los años 50 veía nidos de “rojos subversivos” que era necesario extirpar para recuperar la salud y la higiene de la nación.
“Quiero que entienda que yo no estoy protegiendo a los comunistas ni al PC. Lo que estoy tratando de preservar –y seguiré haciéndolo– es mi idea, mi opinión de mí mismo. Lo único que puedo decirle, señor, es que mi conciencia no me permite dar el nombre de otras personas y causarles un problema. De modo que le pido que no me pregunte sobre eso.” El dramaturgo pronunció sin vacilar estas palabras en 1956, cuando fue citado a declarar en Washington ante el Comité Parlamentario sobre Actividades Antinorteamericanas, que emprendió una caza de brujas impulsada por McCarthy.
Esta actitud ejemplar –negarse a delatar, cuando muchos vomitaban apellidos– invistió a Miller de una autoridad moral que le permitió erigirse en una voz autorizada para exhumar –sin limar las asperezas que presentan las verdades inconvenientes– el naufragio del sueño americano y de los ideales de libertad y felicidad. En Las brujas de Salem, alegato contra la manipulación de la conciencia por medio del terror, el dramaturgo engarzó las circunstancias pasadas con el presente frenético de persecuciones en el que concibió la obra: en pleno apogeo de la búsqueda de “subversivos”, los episodios de Salem funcionaban como un espejo que reflejaba el horror y radiografiaba mecanismos aletargados, que nuevamente afloraban como hongos en el contexto social de la segunda posguerra. Perseguido y denunciado como comunista por el macarthismo, el escritor y dramaturgo señaló que nunca pudo superar la sensación de irrealidad que le producía la paranoia de una sociedad que, cuanto más se espiaba a sí misma, más se resquebrajaba. “Vivíamos en una forma de arte, una metáfora que ya no tenía historia pero que, por increíble que parezca, de repente se apoderó del país.”
Miller se opuso a la intervención militar estadounidense en Corea y en Vietnam, y fue presidente del Pen Club, una agrupación de escritores desde la cual defendió la libertad de expresión. En Al correr de los años (Tusquets), un libro que reúne su extensa producción ensayística desde 1944 hasta 2001, analizó el comportamiento de los políticos estadounidenses, especialmente el de Bush, como actores que apelan al método Stanislavski para “adoptar unas personalidades que no son realmente las suyas”, con la intención de “conectar con el ciudadano de a pie”. En su discurso de aceptación del premio Príncipe de Asturias de las Letras (2002), el escritor dijo que acababa de cumplir veinte años cuando estalló la Guerra Civil Española, con el alzamiento encabezado por Franco contra la República. “No hubo ningún otro acontecimiento tan trascendental para mi generación en nuestra formación de la conciencia del mundo. Para muchos fue nuestro rito de iniciación del siglo veinte, probablemente el peor siglo de la historia.” Miller, en ese discurso inolvidable, señaló que la palabra España en los años treinta era “explosiva, un emblema esencial no zsólo de la resistencia contra un retroceso obligado a un feudalismo eclesiástico mundial, sino también contra el dominio de la sinrazón y la muerte de la mente”.
“El arte ha sido siempre la venganza del espíritu humano contra la gente estrecha de miras”, escribió en uno de sus últimos ensayos. “Por muy estúpido o moralmente delictivo que sea un artista, cuando su obra llega al meollo de la verdad no puede disimular, no puede fingir.” Y las obras de Miller, como las de Sontag, traspasaron ese meollo de la verdad.