Jueves, 13 de marzo de 2008 | Hoy
DEPORTES › LA VIDA EN LA CáRCEL DE MARION JONES, EX CAMPEONA OLíMPICA
Le quitaron sus medallas doradas por doparse y estafar, la declararon no grata en el atletismo y ahora cumple seis meses de prisión.
Por Joseba Elola *
La prisión federal de Bryan tiene una pista de algo más de 400 metros. Es una pista iluminada en la que por las noches se puede ver a las reclusas caminar. Una pista iluminada y sin público, sin flashazos y sin aplausos, sin gloria. Es la pista que durante seis meses pisará Marion Jones, la niña que a los ocho años escribió en una pizarra: “Quiero ser campeona olímpica”. La joven que ganó cinco medallas en los Juegos Olímpicos de Sydney 2000. La mujer que, optando por los atajos, convirtió su sueño americano en una pesadilla dopada.
De la pista y del uniforme caqui que tendrá que enfundarse habla Susan T. en la web prisontalk.com, el foro en el que las reclusas norteamericanas intercambian pistas y consejos. La prisión de Bryan, en el estado de Texas, es uno de los centros más tranquilos del país. Está a 165 kilómetros de la casa de Marion en Austin, donde vive con su marido, Obadele Thompson, y sus dos hijos. Lo mejor que se puede hacer al llegar, recomiendan las reclusas, es ser humilde e intentar pasar inadvertido. En este segundo capítulo, Marion lo tiene difícil.
A sus 32 años, Marion ingresa en prisión por mentir. Por perjurio. Uno de sus abogados, Henry Depippo, que sólo accede a hablar de temas relacionados con el proceso, explica telefónicamente que al ser una pena de menos de un año tendrá que cumplirla íntegramente. Serán seis meses de reclusión por mentir ante los agentes federales en el uso de esteroides y en una trama de cheques falsos, más 800 horas de trabajo para la comunidad. “Su caso es una combinación única de asuntos de doping y delito –declara telefónicamente Chris Butler, de la Federación Internacional de Atletismo (IAAF)– y demuestra que cuando los atletas engañan, eso acaba afectando a sus vidas.”
La que fue la atleta más glamorosa de los últimos tiempos creció en los suburbios de Los Angeles. En el seno de una familia humilde. A los cinco años, viendo en TV la ceremonia de boda de Diana y el príncipe Carlos, le preguntó a su madre: “Cuando voy a los lugares, ¿por qué no me ponen una alfombra roja a mí?”. Las alfombras llegaron con los años, con los premios; también las alfombras de púas. En 2000, su gran año, confesó a la revista Time que su voracidad por conquistar medallas tal vez estaba relacionada con la necesidad de impresionar a ese padre que se fue de casa. A ese hombre que trabajaba en una lavandería y que dijo que no estaba cuando la pequeña Marion se acercó a visitarlo. Después llegarían los días de despuntar en el instituto, los días de básquetbol en la Universidad de Carolina del Norte, los días de decidirse por el atletismo, la pulsión de conseguir el éxito, las malas compañías, el doping, la devolución de las medallas, la bancarrota.
“Algunos, por ganar, se atreven a cosas inverosímiles.” Lo dice Juan Manuel Alonso, jefe médico de la Federación de Atletismo de España y gran experto en doping. La tetrahidrogestrinona (THG), más conocida como the clear (el claro, bautizado así porque no dejaba rastro) es un anabolizante de diseño que ni siquiera fue experimentado en animales antes de que los atletas lo probaran, cuenta Alonso. “Marion Jones tuvo una evolución física un poco rara, su morfología cambió mucho entre principios de los noventa y el año 2000.” Alonso fue el médico que la atendió en Sevilla, en 1999, cuando la atleta norteamericana sufrió una pequeña lesión en la espalda: “Las grandes estrellas a veces son un poco raras, se creen divos, son de difícil manejo”. Una persona que vivió de cerca aquel episodio recuerda lo altivos y despectivos que fueron los que rodeaban a la estrella estadounidense.
Altiva también fue durante años la actitud de la propia Marion Jones. Años y años de declaraciones desafiantes cuando era preguntada por el uso de esteroides. Hasta que llegó el caso Balco, la investigación del laboratorio en el que Victor Conte elaboraba el THG, que alcanzó a su entrenador, Trevor Graham. Interrogada por agentes federales el 4 de noviembre de 2004, mintió al decir que nunca había visto ni usado THG. También al decir que no sabía nada de la red de cheques falsos en la que estaba involucrado su ex marido, el velocista Tim Montgomery. Jones ingresó en su propia cuenta un cheque falso por valor de 25.000 dólares: todo esto se supo más tarde, cuando la atleta, cercada por la evidencia, decidió acudir al juez y confesar. Las imágenes de Marion Jones, en lágrimas, el pasado 5 de octubre, anunciando que había mentido, dieron la vuelta al mundo. “Y así es como, con gran vergüenza, me presento ante ustedes y les digo que he traicionado su confianza”, dijo con voz entrecortada.
Jill Greer, portavoz de la Federación de Atletismo norteamericana, dice que ésta es una triste historia, para el deporte y para Jones: “La gran tragedia es que ella trascendió los Juegos Olímpicos; tenía talento, tenía carisma. Podría haber ganado medallas sin haber usado drogas, pero tomó decisiones erróneas y acabó tirándolo todo por la borda, títulos, dinero e integridad”.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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