Jueves, 13 de marzo de 2008 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Mario Wainfeld
Los dos relatos coinciden, en lo sustancial. La Cancillería y el flamante ex viceministro Roberto García Moritán y voces oficiosas de la Cancillería despegan la renuncia de éste del escándalo de las licencias truchas. Los detalles también concuerdan: Bobby García Moritán cumplió 60 años en agosto de 2007. Desde entonces viene pidiendo el retiro, que puede caberle si el ministro le confiere la respectiva venia administrativa. Lo impulsan motivos personales y profesionales, desea cerrar un ciclo, encarrilar de otro modo “sus próximos diez años”. García Moritán no tiene ninguna implicación en las irregularidades: no era su área, ni un testimonio ni una línea de las miles que se escribieron (en el sumario interno, en tribunales o en los medios) lo vinculan. Tampoco hay divergencias importantes con la línea política del ministerio. García Moritán se reivindica amigo del canciller Jorge Taiana y acompaña las directrices de su accionar. ¿Por qué no se fue antes, en el recambio de gobierno? En ese momento, corean al lado de Taiana y de García Moritán, se le pidió a éste que acompañara un tramo más.
No hay motivos para sospechar, en esencia, de lo que se cuenta. Pero tampoco para soslayar que el contexto transforma la renuncia en un incordio para el Gobierno. Se abre a interpretaciones suspicaces y agrega malestar en el manejo de las relaciones exteriores, ese issue que (se descontaba) sería uno de los diferenciales entre Cristina Fernández y Néstor Kirchner.
El episodio, alusivo a un funcionario poco dado a la estridencia mediática, encastra con otros acontecidos en los breves tres meses de la actual gestión. La recidiva del affaire Antonini Wilson motivó una tormenta de verano entre el gobierno argentino y el embajador norteamericano. La recepción a un dictador africano dejó en offside a Cristina.
Otros hechos fueron más complejos pero tuvieron su lastre para el oficialismo. Estuvo bien la Cancillería al denunciar documentadamente ante la Justicia las graves irregularidades en la importación de autos para diplomáticos extranjeros. Pero fue desprolijo el modo en que se divulgó el hecho, salpicando (y enconando) a representantes de países aliados, en muchos casos carentes de toda vinculación con los posibles delitos.
Se acumula así una ristra de sinsabores, algunos heredados del gobierno anterior (Antonini), otros autogenerados (el presidente de Guinea Ecuatorial), otros “daños colaterales” de medidas correctas (las licencias). La salida de García Moritán llueve sobre mojado. Cayó en mal momento, fuera cual fuere la intención de los protagonistas.
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Los sucesos agitan los pasillos de la Casa, mote puesto por los diplomáticos al ministerio. El Palacio San Martín no es exactamente una casa común, en el mismo sentido en que una Hummer no es un auto normal. Es una mansión patricia y lujosa como pocas, que alguna vez fue el hogar de una familia de linaje. El nombre, decían Borges y algún griego, es atributo de la cosa. “La Casa” remite a una simbología propagada entre unos cuantos de sus pobladores, los diplomáticos de carrera, una identificación de clase. No se habla de todos, más vale, pero existe un sesgo profesional dominante que no termina de conjugar ni con el actual gobierno ni con su política internacional.
Albergue tradicional de las familias ídem, el staff de la Cancillería ha ido mudando su composición pari passu con el avance de la carrera diplomática. El mismo García Moritán (iniciado en los puestos más modestos del ministerio, luego graduado, embajador y viceministro) es un ejemplo de que algo cambió en los planteles. Lo que quizá no varió tanto es la (perdón) ideología que templa a muchos profesionales y que, como tendencia, los pone de punta con las alianzas y definiciones de los dos recientes gobiernos. O, por decirlo con el mayor eufemismo posible, no los entusiasma ni contiene.
Quizá no sea estricta (o solamente) una cuestión ideológica: también una matriz profesional. La formación histórica de los funcionarios no se orientó a lo que son las ideas básicas de Néstor y Cristina Kirchner. Forjados en la competencia con Brasil como prioridad, en la prevención contra los estados limítrofes, en la admiración hacia países primermundistas, a varios les cuesta metabolizar una etapa signada por presidentes populistas, obreros, indígenas o mujeres que (con mejores o peores modales pero en sintonía) despotrican contra lo que fue el orden mundial en los últimos veinte años.
En los pasillos de la Casa, comentan baqueanos que la fatigan años ha, cunden susurros sobre la falta de savoir faire de la actual administración y mociones para que García Moritán sea suplido por un profesional de carrera.
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La crónica es atractiva, comidilla de profesionales y de medios. Muchos sucedidos reseñados acá y comentados en los pasillos no dejarán huella visible en uno o dos años.
En el ínterin, acontecen hechos de mayor densidad. La Cumbre del Grupo Río de la semana pasada (prolegómenos incluidos) fue uno de ellos, un buen punto a favor del oficialismo.
El encuentro de ayer entre Taiana y su flamante par uruguayo Gonzalo Fernández alude a otro hito de estos años, el conflicto de las pasteras, claramente un pelotazo en contra de ambos gobiernos.
La historia es compleja, la crónica de Palacio, excitante. De ambas se habla en los rincones de la Casa, en proporciones diferentes.
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