Jueves, 13 de marzo de 2008 | Hoy
SOCIEDAD › ENOJO DE LA QUERELLA POR EL TESTIMONIO DE LA AZAFATA QUE IBA EN EL VUELO DE LA TRAGEDIA DE LAPA
Es una de las dos azafatas que sobrevivieron al accidente de Aeroparque. En el juicio declaró que abrió la puerta con ayuda de un pasajero, pero luego no socorrió a las víctimas. “Yo salí corriendo”, relató con franqueza. También contó que siguió trabajando en la empresa.
Por Carlos Rodríguez
Cristina Verónica Iglesias, una de las dos azafatas del vuelo 3142 de Lapa que sobrevivieron a la tragedia, prestó ayer declaración en el juicio oral y aseguró que no tuvo tiempo de advertir al pasaje sobre lo que estaba ocurriendo, mientras el avión carreteaba por la pista sin despegar. “Todo ocurrió muy rápido y el avión vibraba”, motivo por el cual siguió en su asiento, en la parte posterior de la aeronave, hasta que la máquina se detuvo. Iglesias admitió que su función, en una emergencia, es “intentar salvar la vida de la gente” y está convencida de haberlo hecho porque “con ayuda de un pasajero” pudo abrir la puerta por la que “unas veinte personas” lograron salir de la máquina. Cuando le preguntaron si, una vez liberada la vía de escape, había intentado ayudar a los pasajeros, respondió con franqueza: “Yo fui de las primeras en salir. Salimos en malón. Eramos veinte personas”, en ese sector del avión. Una vez en tierra, a salvo del incendio y sin lesiones en su cuerpo, tampoco auxilió a los heridos, entre ellos a una mujer “que me pidió que la ayudara a sacarse las medias, que las tenía pegadas en la piel. Ya estaban los médicos y yo no lo soy”, se justificó.
Las declaraciones de Iglesias ante los integrantes del Tribunal Federal 4 provocaron gestos de indignación en algunos sobrevivientes y familiares de las 65 víctimas fatales que se encontraban en la sala. Esa reacción fue incentivada por los saludos y sonrisas que la testigo dirigió hacia el sector que ocupan los abogados defensores y los imputados. La testigo, que tenía 23 años al momento de ocurrido el accidente, el 31 de agosto de 1999, y una experiencia de apenas seis meses como azafata, respondió con serenidad, sin mostrarse acongojada ni nerviosa al recordar lo ocurrido. Para certificarlo, aseguró: “Seguí volando en Lapa hasta que la empresa cerró. Estuve un mes yendo a psicólogos, pero lo que ocurrió no me afectó”. Ahora sigue como auxiliar de vuelo en la empresa Lan-Argentina.
“Un señor me dijo: ‘salí corriendo porque hay olor a gas; esto va a explotar’. Y yo salí corriendo”, dijo la azafata. De ese modo mencionó, una vez más en el juicio, el tema del escape que se produjo cuando el avión, en su carrera, embistió con una de sus alas la estación reguladora de Enargas que está frente al Aeroparque Jorge Newbery. Hay quienes creen que esa pérdida de gas fue la que provocó el incendio. De las 65 muertes, 56 fueron por efecto de las quemaduras o por asfixia. Iglesias, aunque sólo sufrió un hematoma producido por el cinturón de seguridad, estuvo un día internada en observación en una clínica porteña. “Allí me sacaron el uniforme y me pusieron una bata. Cuando volví a ponérmelo, noté que tenía un olor a gas impresionante. Antes no lo había percibido.”
Ayer tenía que presentarse también la otra azafata, María Lía Antolín Solache, pero “no pudo ser notificada” porque “se encontraría en Italia”, según informó el secretario del tribunal, Eduardo Méndez. La segunda testigo de la jornada fue Rosario Moreno Baurse, quien trabajó como azafata en Lapa, aunque no estuvo en el vuelo accidentado. “La ley dice que no se puede volar más de 13 horas seguidas y a veces, en Lapa, se volaba más tiempo, algo que no pasa en Austral, donde trabajo ahora. Decían que había que ponerle el hombro a la empresa y si alguno se bajaba del vuelo (se negaba a volar) lo echaban”, aseguró.
Moreno Baurse cuestionó también los cursos de capacitación que se daban en Lapa “porque no eran intensivos” y algunas prácticas cotidianas que atentaban contra la seguridad de los vuelos y que “cambiaron a partir del accidente”. Dijo que la excepción eran los cursos que dictaba el actual cineasta y ex comandante de Lapa Enrique Piñeyro. “El renunció en malos términos porque los cursos que daba eran muy buenos y siempre fue muy exigente con el tema de la seguridad. Si no funcionaba una linterna, él no salía a volar, aunque otros sí lo hacían.”
Los abogados defensores de los ocho imputados –seis ex directivos de Lapa y dos ex jefes de la Fuerza Aérea– trataron de encontrar contradicciones en la declaración de la testigo. A la afirmación de Moreno Bourse en el sentido de que si alguien “se negaba a volar vencido (con más horas seguidas de vuelo que lo permitido) lo mandaban a la casa y no volvía más” porque lo echaban, el defensor Jorge Sandro preguntó si conocía un caso concreto. La testigo dijo que no. Sandro hizo que la testigo reconociera que es amiga de Carla Calabrese, la esposa de Piñeyro. Cuando Moreno Bourse se retiró, Sandro pidió que se investigara si incurrió en falso testimonio, pero eso fue desestimado por el presidente del tribunal, Leopoldo Bruglia. Antes habían declarado dos remiseros, Marcelo Biancofiore y Miguel Sire, quienes habían llevado al aeropuerto, el día del accidente, a los pilotos Gustavo Weigel y Luis Etcheverri. Les preguntaron si notaron algo raro en ellos, pero todo fue en vano. No hubo respuestas de interés. La querella planteó, antes del juicio, que muchos de los 1200 testigos citados no podían aportar absolutamente nada. La defensa pidió que se los mantuviera. Los querellantes afirman que eso sólo sirve para demorar la sentencia.
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