Victoria sobre Brasil en fútbol, con amplia justicia y con notoria superioridad en el juego: ¿qué tan frecuentemente podemos escribirlo? No sucede muy a menudo y por eso se disfruta tanto como se lo analiza, aunque tiene que quedar en claro que la euforia provocada por un triunfo aplastante no debería transformarse en una depresión de igual intensidad si la Argentina no consigue quedarse con la medalla de oro el sábado, en la final olímpica contra Nigeria.

De eso se trata: porque Sergio Agüero no se transformó de la noche a la mañana en un superdotado que, la toque con el pecho (“de Dios”) o con el talón (y que casi se le va al lado del palo), convierte el peligro en una “o” de gol, porque tampoco era un desastre pese a que en los cuatro partidos anteriores no había marcado.

Fue tal cual: en el primer tiempo se perdió dos goles de esos que remitían a esos primeros encuentros; en el segundo, primero, en apenas cinco minutos la empujó con el pecho tras un centro furibundo de Di María, y luego tocó al arco vacío tras un centro de Garay, a quien Messi había habilitado tras una diagonal eléctrica.

Lo mismo sucedió con el rosarino: contra Brasil, la Selección no fue el Deportivo Messi que le ganó a Holanda en cuartos pero, aunque no es el armador que precisa este equipo, el pibe participó de los dos primeros goles, abrió surcos en la cerrada defensa de un equipo que de brasileño sólo tenía la camiseta, los pantaloncitos y los nombres.

Aunque tampoco hay que pensar que la Argentina ganó porque Brasil fue mezquino, porque lo mismo pasó en Belo Horizonte por las Eliminatorias y sólo fue empate y porque este mismo Brasil de Dunga sacudió a la Argentina en la final de la Copa América, un partido que ayer dio revancha.

Es la misma situación que obliga a subrayar que esta victoria –o esta campaña– no da derechos a pedir que Sergio Batista sea el futuro (o próximo, o inmediato) reemplazante de Alfio Basile en la Selección, como tampoco una derrota contra los nigerianos sugerirá que la táctica es equivocada. Con Batista, estos mismos jugadores que elige Basile juegan con pelotazos más incisivos, pero quizá también porque los planteos melindrosos de los rivales obligan más a eso. Acaso a este equipo le falte un jugador que abra más la cancha, uno que vaya por afuera, lo que antes era un puntero, pero para eso necesitaría también un 9 de área. El técnico prefiere otra cosa.

En ese esquema, Riquelme no brilla, pero se cansa de poner pelotas de gol a espalda de los volantes rivales. Pateó el penal que le cometieron a Agüero con enorme clase. Brasil, además, le adosó a Lucas como marca personal... En esas condiciones crece Gago, uno de los jugadores más parejos del equipo a lo largo de todo el torneo, se destaca Di María por su velocidad y, especialmente, su profundidad –lo más parecido que tiene este equipo a un puntero, aunque sus diagonales son hacia adentro–, y luce de manera tremenda Mascherano, el encargado de cortar, de recuperar, y que además juega: él solito motivó las expulsiones de Lucas y Thiago Silva, cuando Brasil ya perdía 3-0, estaba fuera de la final y se descontrolaba.

Victoria sobre Brasil con una suficiencia que emocionó, y hay que tenerlo en cuenta. El equipo argentino se aseguró ya la medalla de plata; aunque sólo sea esa la que termine cosechando, no será fracaso.

3- ARGENTINA

Romero; Zabaleta, Garay, Pareja, Monzón; Gago, Mascherano, Di María; Riquelme, Messi, Agüero.

DT: Sergio Batista.

0- BRASIL

Renan; Rafinha, Alex Silva, Breno, Marcelo; Lucas, Hernanes, Anderson, Diego; Ronaldinho, Rafael Sobis.

DT: Dunga.

Estadio: De los Trabajadores (Beijing).

Arbitro: Martín Vázquez (Uruguay).

Goles: 51m y 67m, Agüero (A); 75m, Riquelme (A), de penal. Cambios: 60m, Thiago Neves por Hernanes y Pato por Sobis (B); 70m, Jo por Diego (B); 90m, Sosa por Riquelme (A).

Incidencias: 80m, expulsado Lucas (B); 85m, Thiago Neves (B).

Espectadores: 52.968.