Miércoles, 10 de septiembre de 2008 | Hoy
DEPORTES › ROGER FEDERER, DESPUéS DE SU CONSAGRACIóN EN EL US OPEN
El suizo demostró que haber perdido el cetro del mejor no fue el principio del fin.
Por Juan José Mateo*
Desde Nueva York
Hace meses que los padres de Roger Federer tuvieron que desconectar el teléfono. “Todo tipo de locos –explicó el tenista suizo– empezaron a escribirme y a intentar ponerse en contacto conmigo diciéndome que necesitaba ayuda en lo mental o en lo físico. Se ríen ustedes, pero fue así. Fue molesto. Esto los hará descansar y logrará que el teléfono de la casa de mis padres deje de sonar.” Al sumar su decimotercer Grand Slam en el US Open, Federer consiguió que tantas llamadas para tratar su crisis se acabaran. Alguna cosa más, por supuesto. Demostrar, por ejemplo, la distancia que separa a un tenista de una leyenda.
La primera vez que Federer ganó en Nueva York, en 2004, asumió que aún no era una estrella planetaria y se sometió a un torturador programa publicitario. A las 7.45 del día que siguió a su victoria estaba en un programa de la ESPN. A las 8.30, una inmensa limusina lo dejó directamente en un estudio de la CBS. A las 9.30, el mismo lujoso medio de transporte lo llevó hasta otro programa, y luego a una sesión de fotos en Times Square, seguida por unas cuantas entrevistas más en el Hard Rock Cafe, otra en el programa de televisión de John McEnroe a las 14.30 y una última en el Charlie Rose Show. El martes, no. El martes, tras conquistar su primer gran título del año, Federer se citó con los fotógrafos a las 9 en el famoso Empire State y se dedicó a disfrutar de su triunfo.
Las cosas han cambiado. El número dos del mundo es hoy un campeón más preocupado por la historia que por las estadísticas. “No juega para lograr el número 1, sino para ganar Grand Slams”, dice el sueco Mats Wilander. Tras un tenso año que comenzó con una mononucleosis y que empieza a despedirse con un título grande y un oro olímpico en dobles, el suizo apareció ante la prensa sintiendo una euforia incontenible. Era un hombre extasiado con su triunfo. “Este es el mejor escenario –dijo–. Perder el número uno fue un golpe duro y reaccionar de esta manera... Durante un rato, cuando empecé a sacar y subir a la red, volví a sentir que era invencible”, continuó. “De todas formas, no creo que necesitara ganar el título para probarme nada a mí mismo a estas alturas de mi carrera.”
A la recuperación de Federer sólo le queda la prueba de Rafael Nadal, el número uno. Su rivalidad busca una nueva cita. “El tenis está ahora en un gran momento”, dice el suizo. “Tenemos jugadores increíbles y mucho juego limpio en la cancha. Me encanta el circuito. El público hace que merezca la pena”, señala.
* De El País de Madrid. Especial para PáginaI12.
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