Desde Copenhague

Imaginar hace un tiempo que un presidente de Brasil pudiera torcerle el brazo al de los Estados Unidos hubiera movido a risa, pero el duelo indirecto que librarán hoy Barack Obama y Luiz Inácio Lula da Silva en Copenhague es cosa seria. Ambos presidentes apelarán a toda su capacidad de seducción y a mover los resortes más íntimos de 97 personas que, por un día, se sentirán enormemente poderosas, ya que el mismísimo Obama viene preguntando desde hace días qué hacer para caerles bien a los miembros del Comité Olímpico Internacional (COI).

“Albergar los Juegos Olímpicos no debería ser un privilegio de países ricos”, dijo Lula hace pocos días en Nueva York. Y en esa frase el presidente brasileño sintetizó toda la astucia de la que es capaz en la lucha por que Río de Janeiro supere a Chicago para ganar la sede de 2016 y gritar hoy “¡los Juegos son nuestros!”.

Décima economía del mundo, Brasil no es un país pobre, aunque lo habiten legiones de pobres. Pero jugar la carta del “Tercer Mundo” sigue siendo redituable en un COI en el que la animadversión hacia lo estadounidenses seduce aún a muchos de sus miembros, incluso en la “era Obama”. Claro que, mientras juega la carta de la pobreza tras seducir la semana pasada en Venezuela a varios presidentes africanos, Lula no duda en explotar a fondo la nueva condición de poderoso “actor global” que se va ganando Brasil.

El G-20, que Brasil integra, y en el que juega un activo rol, se constituyó la semana pasada como nuevo directorio de la economía planetaria, dejando en el recuerdo al G-8. Paradójicamente fue Obama el hombre decisivo para reducir la fuerza de los poderosos compensándola con la de los “emergentes”.

Sin complejos, Lula y Brasil siguen adelante con una política exterior autónoma basada en el interés nacional, incluso si con ella incomoda a Obama, con el que habla con frecuencia y mantiene una buena relación. En ese contexto hoy se sabrá si la visita relámpago de Obama a Copenhague neutraliza los años de “lobby” que viene ejerciendo Lula con los miembros del COI. “A Lula le encanta esto. Llama, nos llama mucho. Nos pregunta cómo van las cosas, qué necesitamos”, comentó a la agencia DPA un integrante clave de la cúpula de Río 2016. “Ningún otro líder se trabajó el COI con la intensidad de Lula”, confirmó Ed Hula, editor del newsletter olímpico Around the Rings.

Obama llegará a Copenhague con un mérito, el de ser el primer presidente estadounidense en la historia que defiende una candidatura olímpica ante el COI. Pero nadie sabe si será suficiente, nadie sabe si en los pocos minutos que hable ante los miembros del COI la reconocida oratoria y el carisma de Obama lograrán cambiar el destino de valiosos votos. Y que Obama esté en Copenhague es, según Lula, en parte mérito suyo.

“Yo mismo le dije a Obama que viniera, porque él me dijo que vendría su esposa (Michelle Obama). Y yo le dije: ‘Es importante que vengas, porque vamos yo y Marisa (Leticia da Silva, esposa de Lula). Seríamos dos contra uno.” Ahora serán dos contra dos, aunque Michelle Obama juega en Copenhague un papel infinitamente más trascendente que Marisa da Silva. Michelle: un buen apoyo para Obama, al que no debería culparse si llega agotado a Copenhague.

El inquilino de la Casa Blanca desplegó ayer una intensísima actividad política en Washington antes de enfilar rumbo a la base Andrews y al Air Force One. A las siete de hoy estaba previsto que llegue a Copenhague, medianoche en realidad para él. Un par de horas después, a la hora en que debería estar durmiendo en Washington, el deporte de su país necesita que brille y seduzca como en los mejores momentos de su campaña electoral. “¡Me encanta este tipo! ¡Es el político más popular del planeta!”, señaló Obama en abril acerca de Lula. ¿Lo mantendrá hoy?