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Un par de semanas atrás, y como secuelas del partido que en Mendoza empataron 2-2 Godoy Cruz y River, quedaron el artero planchazo de Jorge Curbelo a Erik Lamela y los errores del árbitro Federico Beligoy. La sobreexposición de la pierna lastimada de Lamela, producto seguramente de algún comedido imprudente, provocó absurdos comentarios de jugadores experimentados como Juan Sebastián Verón y Néstor Ortigoza, entre otros, propios de quienes parecen manejar eso que los supuestos “folkloristas” del fútbol llaman “códigos”. Distinta, por cierto, fue la atinada reflexión del Bichi Claudio Borghi, entre otros, defendiendo la creación, tal como lo hacía como jugador, en contra de la destrucción.

Una semana después, mientras profetas mediáticos de las dos orillas del Río de la Plata vaticinaban un “gran partido” entre los dos líderes, Vélez y Estudiantes dejaron, como casi siempre pasa en estas circunstancias, en “falsa expectativa” un olvidable bochorno entre los dos equipos que, para los resultadistas, son los que juegan mejor, quizá porque no tengan las agallas para catalogarlos como los menos malos.

Horas después, obscenos xenófobos mediante, también desde las dos orillas, se solazaban por haber disfrutado de una tarde de fútbol entre Independiente y Boca que tanto unos como otros –los de Independiente y los de Boca– seguramente ya han olvidado, porque difícilmente se puede jugar peor. Solamente pudieron disfrutar quienes de manera habitual aburren con la selección española.

De todos modos, la cuestión pasa porque prácticamente nada de fútbol hubo en los veinte partidos de los dos últimos fines de semana del torneo, salvo quizá un poquito de Godoy Cruz y algo del equipo cuasi-muletto de Huracán que goleó a San Lorenzo.

Este fin de semana vuelve al fútbol. Pero eso no es lo importante. Se juega cada vez peor y parece que a casi nadie le importara.