Miércoles, 3 de noviembre de 2010 | Hoy
EL MUNDO › OPINIóN
Por Mark Steel *
La postura fácil de asumir sería que estamos de vuelta en la normalidad y que los estadounidenses están chiflados. Porque quienes lideran el odio hacia Barack Obama son personajes tales como Glenn Beck, el vocero del movimiento Tea Party. Beck conduce un programa de televisión, desde el que en los últimos 18 meses comparó al mandatario estadounidense unas 349 veces con Adolf Hitler. Todas las noches les comenta a los televidentes que Hitler comenzó con un plan de salud, después las cosas se le fueron de control e invadió Francia. Pero Beck también repite: “Obama tiene un odio profundo hacia la gente blanca y hacia la cultura blanca”. Con eso prueba los vínculos entre el presidente de Estados Unidos y Hitler, porque no había nada que detestara más el Führer que la gente blanca. Un mitin tras otro, golpea la mesa y grita: “Gente de Alemania, hemos dejado por demasiado tiempo que los blancos nos tengan dentro del gheto. Debemos levantarnos, hermanos y hermanas, e insistir en que Nuremberg es una ciudad donde el negro es hermoso, aleluya”.
Ellos no necesitan la lógica, lo llaman como se les ocurre ese día. Entonces es un fascista, un comunista, un terrorista islámico. Al otro día, es un feminista radical y un seguidor de Josef Fritzl, un pacifista y un suicida, virgen y un taxi boy. Fox News diría: “Un experto en reencarnación ha revelado que en una vida anterior el presidente Obama fue, casi con seguridad, una enorme araña. Y peor para el presidente, era una tarántula rodillas rojas, que no se encuentra naturalmente en los Estados Unidos porque es nativa de Kenya, lo que podría generar dudas acerca de su legitimidad como gobernante”.
Lo que enfurece a la población contraria a Obama es la “interferencia gubernamental en la vida diaria”. Pero no estaban tan perturbados por la política del anterior presidente de invadir lugares, lo que podría –de alguna forma– interferir en la vida diaria de otras personas. Pero el colapso del apoyo a Obama puede ser explicado parcialmente por la virulencia del Tea Party. Poca gente parece haberse pasado de Obama a los republicanos. Pero muchos de los que lo apoyaban perdieron el entusiasmo con el que lo trajeron al poder. Esto se debe probablemente a que mucho del cambio que prometía fue abandonado sin dar batalla.
Quizá se olvide de que él es el presidente y mire las noticias y diga: “Es hora de que cierren Guantánamo”. Pero no lo hace. Lo mismo sucedió con la reforma sanitaria. Prometió presentarla, pero cuando las compañías la objetaron, dio marcha atrás hasta que el proyecto quedara casi igual al anterior. El problema no es sólo Obama, parece estar aceptado que para que ocurra cualquier cambio, las grandes empresas deben tolerarlo. Obama podría haber escuchado a las compañías y haberles respondido: “Es fascinante, pero yo fui elegido presidente y ustedes no, váyanse a la mier...”. El había logrado un entusiasmo masivo y había sido capaz de movilizarlo para la elección de 2008 y aún podría recurrir a él, si se mostrara dispuesto a enfrentarse a sus oponentes.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
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