Jueves, 19 de mayo de 2011 | Hoy
DEPORTES › OPINIóN
Por Facundo Sava *
Estaba en Quilmes, de pretemporada en Balcarce, preparándonos para buscar el ascenso del Nacional B a Primera. Venía en el micro, con mis compañeros de plantel, después del entrenamiento, bailando, cantando, disfrutando a pleno del momento. Llegamos al hotel, entré a mi habitación... y empecé a llorar. Sin querer. Desconsoladamente. De la felicidad a la angustia en una milésima de segundo. Ahí, en ese preciso momento, y más allá de que me venía preparando, que venía elaborándolo, comprendí que era mi última pretemporada como futbolista profesional.
Cuando terminó el superclásico entre Boca y River, el domingo, y la cámara se quedó con Martín Palermo, ya en el banco de suplentes, vi mi cara de aquella tarde en la suya: una mezcla de sensaciones, gestos de alegría y de tristeza al mismo tiempo.
La felicidad por el gol que había hecho, el abrazo con Julio Falcioni que lo bancó en las difíciles (el “Viejo” Carlos Griguol era un especialista en este tema, y qué importante que es en un entrenador), la ovación de su hinchada y de otras también, el abrazo con Juan Román Riquelme, el triunfo de su equipo. Esta y muchas otras cosas más, que solamente él sabe, se reflejaron en su cara y en el abrazo con todos en mitad de cancha.
Pero su cara también decía otra cosa: la melancolía, la tristeza, la angustia, los recuerdos de goles y lesiones y puteadas y alegrías, los hijos, los compañeros, los dirigentes, los técnicos, los periodistas, los familiares, los representantes. Todo esto estaba en el rostro de Palermo.
Y lo canalizó en las lágrimas y en el abrazo con el hermano y los compañeros, pudo expresarlo. Y en esa capacidad de expresión se abre la puerta hacia la nueva vida que se le viene, otro juego nuevo al que deberá dedicarle tiempo y estudio.
La mayoría de los jugadores piensa que después de dejar el fútbol algo va a encontrar: “Mi papá me puede ayudar porque tiene un negocio”, “Tengo un amigo que me va a dar una mano”, en fin, opciones todas en las que se dejan las decisiones en manos de otro.
La idea, sin embargo, es tener ideas propias, proyectos de uno. Sin nada que hacer, el tiempo libre que antes se disfrutaba ahora se sufre; el teléfono no suena, hay vacíos. ¿Qué hacer con los ahorros? ¿Y si los ahorros son pocos o no existen? ¿Qué es la vida sin proyectos? ¿Qué es la vida sin fútbol y sin juego?
Hasta eso nos enseña Palermo: cómo despedirse de algo tan querido haciéndose cargo de la angustia que produce. A su vez, disfrutando de sus últimos pasos como futbolista profesional. Ya habló de sus proyectos: el libro que está por sacar, el armado de un equipo de colaboradores para su carrera como entrenador y muchas otras cosas.
Palermo debe ser ejemplo también en este sentido para los chicos que recién empiezan en el fútbol, enseñando que el fútbol es una vida que se termina pronto, cuando la vida de verdad recién empieza. Hay que estudiar, aprender oficios, tener proyectos paralelos, incorporar herramientas para defenderse sin el fútbol. Porque el fútbol, además, es un camino que repetidas veces se termina antes de lo pensado: por falta de recursos técnicos, por una lesión, por otras mil razones. Como pudo terminarse para Palermo, pero no, porque Palermo se repuso a todo y acá está, dando los últimos pasos con todos los que seguimos su carrera y, en cada paso, refrescando un ejemplo que no se retira.
* Ex futbolista, entrenador.
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