Viernes, 8 de julio de 2011 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Daniel Guiñazú
Si se esperaba que el partido ante Colombia robusteciera las chances de la Selección, tras la endeble producción del debut contra Bolivia, el 0-0 de anteanoche en Santa Fe entregó las sensaciones contrarias: el escepticismo es cada vez mayor y el riesgo de que el equipo de Sergio Batista no llegue a la final del domingo 25 en el Monumental parece cada vez más grande.
Es ése, no llegar al choque decisivo de la Copa América, el temor que impregna por estas horas el microclima de la Selección. La clasificación a cuartos se descuenta por una sencilla razón: el último rival del grupo, el lunes en Córdoba, es la limitada Costa Rica Sub-22 de Ricardo La Volpe. Y se supone (con este equipo ya nada puede asegurarse) que se le habrá de ganar, aún jugando tan mal como lo ha hecho en los últimos dos partidos. Con cinco puntos, es casi imposible no pasar, aunque más no sea en la desdorosa condición de uno de los dos mejores terceros.
El problema aparece a partir de aquí. Porque así como está, resulta improbable que la Selección pueda superar a cualquier otro equipo que le toque en los cruces de cuartos o semifinales. La lentitud defensiva, la patética soledad de Javier Mascherano en la recuperación de la pelota, la demora en arrancar desde el medio, la horizontalización del juego, la escasa movilidad de la mitad de la cancha en adelante, el fastidio visible de Lionel Messi porque el equipo no lo acompaña y, lo que resulta más grave de todo, la confusión respecto de la idea que baja Batista y que se aplicó con altibajos en los amistosos previos a la Copa forman un combo demasiado pesado como para aguardar lo que se viene con un gesto de optimismo.
Es imperativo, entonces, mejorar. Aprovechar las horas muertas de la concentración en Ezeiza para jugar menos al truco o con las consolas y más para hablar. Batista con los jugadores. Y los jugadores entre sí. Es preciso reaccionar. Y que en las prácticas se trabaje a fondo para revitalizar un equipo que da la impresión de estar sufriendo un repentino cuadro de amnesia futbolera y que cree cada vez menos en sí mismo y en el proyecto del técnico. A Batista no debería temblarle el pulso a la hora de hacer los cambios que él estime imprescindibles. Y si, tal como lo insinuó en la conferencia posterior al partido, entiende que necesita sacar a Cambiasso para que Gonzalo Higuaín juegue de punta, tiene que hacerlo. Primero la idea, después el equipo y, por último, los hombres.
Todavía queda tiempo para dar un volantazo y corregir el rumbo. Porque sería un golpazo terrible y de derivaciones imprevisibles que Argentina no llegue a la final de la Copa América jugada de local y con Lionel Messi entre los once. Acaso la comprobación de que la famosa Generación del ’86, que supuestamente venía a reinstalar la mística ganadora de México, lo único que ha hecho es degradar a los seleccionados nacionales haciéndolos jugar de mal en peor e imponiendo una refundación donde no hacía falta.
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