Viernes, 11 de mayo de 2012 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por César Torres *
Josep Guardiola decidió poner fin a cuatro extraordinarios años como entrenador del Barcelona. Desde su debut en 2008 hasta su reciente renuncia, el Barcelona ganó trece títulos nacionales e internacionales, desplegó consistentemente un estilo de juego de calidad superior y encumbró a Lionel Messi. Guardiola enfatiza la posesión de la pelota y a través de ello el juego creativo, colectivo y ofensivo. Y ha sido fiel a su estilo de juego, aun en circunstancias adversas. El excelso rendimiento del Barcelona en los últimos cuatro años ha provocado asombro y respeto en la comunidad futbolística global.
A pesar de los recientes reveses en la Champions League y la Liga española, dicho rendimiento sugiere, y hasta quizá requiera, una reflexión sobre las propiedades que constituyen al “buen” fútbol. Esta reflexión estética es importante para los amantes de este deporte, sobre todo teniendo en cuenta las tácticas menesterosas que los rivales le plantean frecuentemente al Barcelona, además del prosaísmo que predomina en el fútbol actual.
Podría argumentarse que el fútbol prosaico también genera la reflexión sobre la dimensión estética del fútbol. La diferencia es que lo hace a través de la vía negativa. Es decir, el fútbol prosaico instruye, dejando al descubierto –como diría el filósofo estadounidense Douglas R. Anderson– aquello que impide la belleza futbolística. De esta manera, los jugadores, así como los partidos, insulsos y mezquinos, señalan el camino hacia la belleza futbolística sólo indirectamente y a través de la carencia. Este camino estético tiene cierto valor, pero además de ser indirecto es incompleto y frustrante. Los amantes del fútbol conocen las limitaciones de la vía negativa. El escritor uruguayo Eduardo Galeano lo ejemplifica cuando confiesa ser un mendigo del buen fútbol.
Por el contrario, el fútbol del Barcelona, aun en la derrota, es instructivo porque activa la discusión sobre las propiedades que constituyen el “buen” juego a través de la explicitación de aquello que conforma y conduce a la belleza futbolística. El rendimiento sorprendente del Barcelona, y especialmente de Messi, pone de manifiesto en forma efectiva la belleza del fútbol, tanto en su aspecto colectivo como individual. Al hacerlo, ofrece un parangón de excelencia futbolística desde el cual debatir las condiciones que ennoblecen el juego y bajo las que prospera. La vía positiva del Barcelona es directa, completa y placentera. Esto también lo conocen los amantes del fútbol. Por algo Galeano admite agradecer cuando ocurre el milagro del buen juego.
He mencionado en varias oportunidades en estas páginas que el fútbol es una práctica social con bienes internos (aquellos que son imposibles de concebir y materializar por fuera de la misma) y estándares de excelencia definitorios. Tanto unos como otros conforman las propiedades estéticas del fútbol porque son intrínsecas al mismo e identificadas como dignas de atención sostenida por la comunidad de practicantes. Los juicios estéticos emergen desde y retornan a estas propiedades. El Barcelona centra positivamente la discusión en los atributos estéticos del fútbol o, para decirlo como hasta ahora, en las propiedades del “buen” juego. No es casual que el delantero del Chelsea Fernando Torres declarase después de que su equipo eliminara al Barcelona de la Champions League con un receloso juego de resguardo que “el fútbol es así, no siempre gana el mejor”.
Asimismo, el Barcelona también invita a asumir una actitud decididamente estética en la apreciación del fútbol y a contrastarla con la “resultadista”, que no duda en sacrificar sus bienes internos y estándares de excelencia en pos del resultado favorable. En este sentido, el Barcelona apunta, como varios equipos ya lo han hecho en la historia del fútbol, que la actitud estética, al menos en el deporte, no tiene que ser desinteresada. El “buen” juego es compatible con la eficacia. Los trece títulos del cuatrienio Guardiola lo avalan.
El sorprendente rendimiento del Barcelona con Guardiola como entrenador, así como sus recientes reveses, nos recuerdan que la belleza futbolística es meramente una posibilidad. Y que vale la pena entregarse a buscar dicha posibilidad y celebrarla cuando se materializa. Por otro lado resalta que el “resultadismo” es sospechoso y a menudo niega la belleza futbolística. Es decir, reduce el campo de lo que es estéticamente posible y deseable en el fútbol. Aquí valen las palabras del novelista francés Stendhal, para quien la belleza era una promesa de felicidad. En el período 2008-2012, el Barcelona cumplió esa promesa con su juego de calidad superior. Los amantes del fútbol esperamos que el Barcelona siga aspirando a cumplir esa promesa de felicidad, de ahora en más con el sucesor de Guardiola.
* Doctor en Filosofía e Historia del deporte. Docente en la Universidad del estado de Nueva York (Brockport).
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