Viernes, 8 de febrero de 2013 | Hoy
DEPORTES › OPINIóN
Por César Francis *
En el umbral del nuevo campeonato de Primera, junto a los sueños de vuelta olímpica y de eludir descensos, retornará el tiro al blanco contra Fútbol Para Todos. Y si hay algo que los futboleros de buena madera debemos recordar es lo que sucedía con nuestro fútbol antes de que volviera a ser para todos, en aquellos días en que sin pudores se perpetró desde la AFA un mayúsculo engaño a las arcas de los clubes, al entregar de manera muy laxa los derechos de transmisión televisiva del fútbol a precio vil en favor de Torneos y Competencias. Con aquella bochornosa entrega se excluyó por décadas, salvo abono al cable más decodificador, a millones de compatriotas del acceso a los partidos en directo.
Suscita indignación oír a Julio Grondona decir que “desconocía la cantidad de argentinos sin antenas”, agradeciendo al Gobierno por haber impulsado Fútbol para Todos, aunque es toda una confesión. En un juicio diría con tono de abogado de película: “No más preguntas y a confesión de partes relevo de pruebas”, ante el reconocimiento cabal de que durante su mandato se otorgaron de manera displicente, cuanto menos, los derechos de transmisión televisiva, al no haber realizado estudios de mercado y concursos de ofertas, para lograr que unos empresarios “visionarios” tocados por la varita mágica de la suerte hicieran fortunas y construyeran un imperio monopólico comunicacional, mientras a los clubes les daban migajas de una torta gigantesca, sumergiéndolos en un estado de asfixia y dependencia económica crónica, sin brindarles el reconocimiento económico que merecían por ser los reales artífices de la principal pasión nacional.
Aquellos empresarios y empresas erigieron un monopolio, facturaron millonadas al expandir la televisión por cable gracias a la utilización del fútbol como carnada cuasi irresistible a la hora de sumar abonados, y con ello montaron un discurso único que sirvió de protección mediática para los dirigentes funcionales a aquel negocio, mientras soñaban con la vida eterna del mismo.
El costo de no pertenecer implicaba tener que escuchar relatos por TV, pero con las caritas de las tribunas en lugar de los jugadores, aferrarse a portátiles, juntar unos pesos para verlo en el bar de la vuelta, abrigarse o soportar el calor como si se fuera a la cancha, pero para pegar la nariz contra el vidrio, para ver el partido desde la vereda del bar o la casa de electrodomésticos.
Los arquitectos de este brillante negocio a espaldas de los clubes, de los hinchas, tuvieron hasta la osadía de transmitir los partidos de la Selección Argentina con 40 minutos de diferido por TV abierta en las Eliminatorias del Mundial 2002 mientras Cablevisión y Multicanal nos cargaban en la prensa gráfica con leyendas como “Gol de Camerún, no vivas en diferido, contratá el pay per view o el cable para ver a tu selección”.
Aquel monopolio sin competencia estableció además la consigna de que sólo interesaba lo que sucedía en el campo de juego. Se denostó el rol del dirigente comunitario y operaron mediáticamente para convertir los clubes en sociedades anónimas deportivas.
Pero hagamos memoria de qué más hacían aquellos “dueños” de la transmisión del fútbol por TV: firmaron con la AFA contratos por largos años de vigencia con tasa de actualización irrisoria, los goles se veían hasta 72 horas después de festejados, armaban fixtures de campeonatos, decidían qué día jugaba uno, en cuál otro, a quién le reservaban los domingos y a quién los viernes, compraban jugadores, prestaban dinero a los clubes, determinaban cuándo se jugaba sólo con público local, informaban lo que les era funcional a sus intereses comerciales, instalaban dirigentes genuflexos...
Generaron además una profunda exclusión social y desintegración como Nación, aunque suene exagerado. Cuando la bandera argentina no aparece, cuando la tonada no nos hermana, y surge del monte o la llanura un gauchito luciendo gallardamente la camiseta de San Lorenzo, River, Boca, Racing, instantáneamente sabemos que estamos en suelo patrio. Cuando nos cuesta encontrar temas en común en estos encuentros de compatriotas de vidas diferentes, aparece el fútbol como denominador común. Vaya entonces el aporte que hace el fútbol al sentido y noción de patria, que justifica la inversión del Estado nacional para resguardar ese fogón que nos nuclea tan singular como valioso. Por todo ello se reivindica Fútbol para Todos aunque haya cuestiones a revisar como la conducción periodística, los bocadillos políticos de los relatores, el nulo costo político abonado por Grondona tras no haber hecho algún esfuerzo que le permitiera conocer cuántos millones de argentinos carecían de antenas, y se precise, por qué no, algún control estatal más profundo sobre la AFA y los clubes respecto del cumplimiento de sus estatutos. No todo pasa; algunas cuestiones requerirán de un tiempo mayor para, finalmente, poder quedar atrás.
* Titular de la Asociación Todos por el Deporte.
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