Domingo, 21 de abril de 2013 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Gustavo Veiga
Hay que hablar de mafias en el fútbol argentino y dejar de lado los aditivos para calificarlas: barras, inadaptados, violentos. La frecuencia de muertes, ataques con armas de fuego o sevillanas, los aprietes, la insoportable y uniforme sensación de que en cualquier momento la vida corre peligro, transformó al fútbol para todos en tierra arrasada. Hoy parece tan normal gritar un gol como asesinar por un vuelto en la interna de cualquier tribuna.
Quedó demostrado hace tiempo que ya no alcanza con las buenas intenciones, los diagnósticos sesudos, ni las denuncias periodísticas. Ni siquiera con una Justicia desbordada, cuando no cómplice, para resolver un grave problema que parece no tener arreglo. Y es que, quienes deben arreglarlo, son también responsables de que el clima del fútbol sea irrespirable.
El Estado nacional, los Estados provinciales y municipales, sus funcionarios de civil o vestidos de policías y los dirigentes de fútbol, agotaron su capacidad de respuesta, si alguna vez la tuvieron. Javier Cantero, el presidente de Independiente, fue una golondrina que no hizo verano (título de una columna de este periodista del 22 de agosto de 2012). Decíamos entonces y lo repetimos una vez más: “La próxima muerte ya no es un pronóstico de mal agüero. Es algo estadístico, irrefutable. El promedio es de tres anuales; son 265 en 88 años. En 2012 ese promedio ya se superó (lo dice la ONG Salvemos al Fútbol). Todo sugiere que seguirá aumentando la cuenta”. Se confirma en 2013. Ir a una cancha puede ser un viaje de ida. O la transformación en una estadística y un aviso fúnebre.
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