Jueves, 22 de octubre de 2015 | Hoy
DEPORTES › OPINIóN
Por César R. Torres *
Pocos días atrás, en una de sus notas para este diario, el escritor y periodista Mempo Giardinelli realizó una afirmación desacertada respecto a los deportistas. Giardinelli advertía que Daniel Osvaldo Scioli enfrentaría en breve “su más duro examen”, entre otras cosas, porque sus excesivas promesas de campaña serían difíciles de cumplir y “porque sus convicciones no parecen profundas; firmes sí, pero no profundas. Más bien superficiales. Típico de deportista, no de hombre de estudio”. Este es un argumento ad hominem: las convicciones de Scioli son superficiales porque es deportista y los deportistas no tienen, por definición, convicciones profundas, que aparentemente sólo tienen las “personas de estudio”.
La postura de Giardinelli, quien generalmente argumenta sólidamente, es por lo menos atípica. Mi intención no es sostener que Scioli tiene convicciones profundas ni defender sus promesas de campaña sino, en el espíritu crítico y dialógico que Giardinelli promueve constantemente, clarificar qué tipo de convicciones tienen los deportistas, sobre todo aquellos que lo cultivan con ahínco. De esta manera se presenta una perspectiva que objeta el desprecio de Giardinelli por el deporte y sus cultores.
Según el filósofo escocés Alasdair MacIntyre el deporte es una práctica social. Es decir, es una actividad establecida socialmente, coherente, compleja y de carácter cooperativo con bienes internos (aquellos que sólo se materializan por medio de su práctica continua) y estándares de excelencia. Lo mismo puede decirse, por ejemplo, del arte, la ciencia y la política. Los bienes internos y los estándares de excelencia son especialmente importantes porque constituyen, definen y proveen a las prácticas sociales de una identidad propia y única. De esta manera, como dice MacIntyre en su célebre libro Tras la virtud, intentar lograrlos tiene como resultado “que la capacidad humana de lograr la excelencia y los conceptos humanos de los fines y bienes que conlleva se extienden sistemáticamente”.
Nótese que las prácticas sociales como el deporte implican una dimensión ética. MacIntyre sostiene, desde su visión neoaristotélica, que las prácticas sociales implican las virtudes de la justicia, la honestidad y el valor. Sin las mismas, las prácticas sociales perecen y es imposible reconocer y recompensar el rendimiento meritorio así como detectar las insuficiencias propias que nos permiten mejorar y hacer aportes a la comunidad de practicantes. Nótese también que la dimensión ética está íntimamente relacionada con la dimensión estética de las prácticas sociales. Dado que los bienes internos y estándares de excelencia conforman los atributos estéticos de las prácticas sociales porque son intrínsecos a las mismas e identificados como dignos de atención sostenida por la comunidad de practicantes, las virtudes promueven dicha dimensión.
Por tanto, involucrarse plenamente en el deporte supone una fuerte adhesión a sus bienes internos y estándares de excelencia así como a las virtudes que los sustentan y promueven. Los deportistas están convencidos del valor del complejo ético-estético que representa la práctica social a la que se dedican. Esto no tiene nada de superficial. Se podrá argumentar que algunos deportistas no tienen tal convicción del valor del deporte sino que los mueve el afán de obtener bienes externos por medio del mismo como el dinero o la fama. Sin embargo, la obtención de bienes externos está supeditada a la posesión y cultivo de los bienes internos y estándares de excelencia. A éstos no se los puede soslayar, ya que son lógicamente primarios y la dinámica deportiva los exige. Incluso quienes sólo persiguen bienes externos tienen un compromiso tácito con los bienes internos y estándares de excelencia. Los bienes externos se confieren precisamente como reconocimiento y recompensa al ennoblecimiento de aquellos.
Es posible afirmar que, en tanto práctica social, el deporte representa un “estilo de vida perfeccionista” signado por la búsqueda de la excelencia deportiva y, consecuentemente, por el ejercicio y la extensión de las virtudes necesarias para lograrla. En este sentido, el filósofo estadounidense John Rawls sostiene que el perfeccionismo requiere que orientemos nuestros esfuerzos en pos de maximizar el logro de la excelencia humana. Los deportistas manifiestan la aspiración tanto a la excelencia humana como a una vida plena de sentido, de ahí su compromiso apasionado, consecuente y comunitario con el deporte. El cultivo de sus bienes internos y estándares de excelencia –a través del entrenamiento, la reflexión, la concentración, las competencias, etc. así como del ejercicio de las virtudes concomitantes– constituye el “estudio” requerido de los deportistas. Dedicarse a una vida deportiva demanda obrar de acuerdo con convicciones profundas y tomarse las posibilidades vitales que ofrece el deporte seriamente. Este obrar es típico de deportistas, a menos que se los conceptúe bajo estereotipos desatinados o se los crea incapaces de vivir una vida significativa.
* Doctor en filosofía e historia del deporte. Docente en la Universidad del Estado de Nueva York (Brockport).
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