Viernes, 7 de julio de 2006 | Hoy
DEPORTES › LAS FIGURAS DEL MUNDIAL
El arquero excéntrico que apenas si necesitó atajar nueve pelotas en toda la Copa del Mundo o el zaguero que fue alcanzapelotas en aquel Italia-Argentina del Mundial 1990 y quiere reescribir la historia.
Por Cayetano Ros *
Desde Berlín
Cannavaro:
País de contrastes extremos, el capitán Fabio Cannavaro es un buen ejemplo de los claroscuros de la selección azzurra. Tras su discreta temporada en el Juventus, hoy es el defensor más en forma del Mundial. Hace unas semanas su nombre apareció en las interceptaciones de la fiscalía a Luciano Moggi, ex director general de la Juve. Se oía cómo don Luciano le pedía que presionara a Ma-ssimo Moratti, presidente del Inter, para abandonar el club de Milán y pasar a la Juventus.
Hace unos meses, un video casero mostraba a Cannavaro con un suero clavado en el brazo antes de un partido de la Copa UEFA del Parma, su anterior equipo. Ese video se difundió en pleno proceso por el supuesto doping de los jugadores del Juventus. “Fue una broma entre amigos”, se justificó el defensor, que cumplirá 100 partidos como azzurro el domingo ante Francia, en la final de la Copa del Mundo. Será el tercer italiano con más partidos internacionales por detrás de Dino Zoff (112) y de Paolo Maldini (126).
Cannavaro es un napolitano de ley que habla el dialecto de la región y bromea a la primera ocasión. “Si lo llego a saber, les traigo unas pizzas”, dijo al enterarse de que el periódico sensacionalista Bild había pedido el boicot alemán a la más popular de las comidas italianas en protesta a los presiones azzurri para que sancionaran al mediocampista Frings. De hecho, Cannavaro poseía hasta hace poco una cadena de pizzerías por toda Italia que se llamaba Rosso Pomodoro. Es el segundo de tres hermanos –el tercero, ocho años más joven, juega en el Napoli– y entró en el principal club de su ciudad a los 11 años.
Su adolescencia coincidió con la edad de oro del Napoli, es decir, el paso de Diego Maradona por San Paolo. Ejerció de recogepelotas del primer equipo y también de la selección azzurra en la semifinal del Mundial Italia ’90 ante la Selección Argentina, el mítico partido en el que Maradona insultó a los italianos mientras escuchaba el himno de su país. Ya como jugador, cierto día marcó con dureza en un entrenamiento a Maradona y un dirigente lo reprendió. Diego, sin embargo, salió en su defensa. “Seguí así. Vas bien.” Maradona hoy lo ve como el mejor defensor del Mundial.
Cannavaro sólo mide 1,75 m, una rareza para el puesto de zaguero central. Lo compensa con un salto espectacular comparable al de Roberto Ayala. Anticipación, agresividad y potencia se unen en un cuerpo musculoso, convertido en objetivo preferido de las empresas publicitarias. También por sus ojos claros. Representa lealtad y combatividad. “Me preparé a lo grande para este Mundial, sabiendo que sería el último”, explica. Va camino de los 33 años y su carrera parece alcanzar su pico culminante. Completó tres temporadas en el Napoli, en el que descubrió todos los secretos del puesto de central de la mano de Ciro Ferrara. Fue en 1995 al mejor Parma de la historia, aquel que conquistó la Copa de la UEFA de 1999. Formó una pareja de puro acero con Thuram, rival el domingo en Berlín. Su pase al Inter en 2002 vino acompañado de una lesión tras otra. Entró en un túnel del que sólo escapó hace dos años al llegar a Juventus y reunirse con sus antiguos compañeros Buffon y Thuram. “Si la Juve es el club más representado en la final –dijo–, nadie puede dudar de la calidad del equipo. El escándalo nos motivó. Y desde que estamos en Alemania estamos más tranquilos. En Italia nos insultaban.” Cannavaro piensa ahora en la revancha de la final perdida ante los franceses en la Eurocopa de 2000. No sólo eso. Todavía guarda la marca del codazo de Guivarch en el Mundial ’98. Hace 16 años, desde su posición de recogepelotas, Cannavaro vio cómo Maradona y Caniggia despedían a la anfitriona. El próximo domingo, Diego comprobará desde la tribuna si aquel ragazzo tan vehemente sabe secar a Henry.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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Barthez:
“Algo tendrá el agua cuando la bendicen”, dice el refrán, y algo similar podría aplicarse al arquero más polémico y a la vez más exitoso en la historia de Francia: “Algo tendrá Barthez cuando tanto logró”. Si alguien lo ve por primera vez en acción probablemente no se podrá explicar cómo llegó tan lejos. Mide sólo 1,82 metro, poco comparado con los 1,90 del italiano Buffon, los 1,97 del checo Cech o los 1,99 del sueco Isaksson y realiza continuamente extraños movimientos y reacciones que parecen crear ocasiones de gol para el contrario, cuando su principal función es evitarlos.
Pero si se mira su currículum, es uno de los mejores arqueros de la historia. Campeón mundial en Francia ’98 y de Europa en 2000, ganó además la Liga de Campeones con el Olympique de Marsella en 1993. Y el domingo próximo aspira a igualar al brasileño Gilmar, que hasta ahora es el único arquero dos veces campeón del mundo (Suecia 1958 y Chile 1962). “Le viene como anillo al dedo el viejo dicho de que para ser portero hay que estar un poco loco”, dice de él su ficha técnica en la página web del Mundial.
En la semifinal ante Portugal, por ejemplo, él solo estuvo a punto de regalar el empate a los rivales. Nadie sabe qué intentó hacer en un tiro libre ejecutado por Cristiano Ronaldo, pero el resultado fue que dejó la pelota en la cabeza de Figo, a pocos metros del arco. Sólo la suerte envió el balón por arriba del travesaño. Sin embargo, los fríos números vuelven a darle la razón al arquero. Sólo recibió dos goles en lo que va del torneo, uno del surcoreano Park Ji-Sung y otro del español David Villa, y en ninguno de los dos tuvo culpa alguna.
En 450 minutos que lleva jugados, tocó la pelota en 104 ocasiones, pero sólo tuvo que realizar nueve atajadas por mérito propio. Ahí tiene mucho que agradecer a su sólida pareja de marcadores centrales, Lilian Thuram y William Gallas, que ganó 143 de los 159 balones divididos que disputó.
O lo aman o lo odian, pero el veterano no deja a nadie indiferente ni siquiera en Francia. Antes del torneo estuvo en el centro del debate sobre quién debía ser el arquero titular en el Mundial: Gregory Coupet, que había realizado una excelente temporada con el Olympique de Lyon, o él, que lo más destacado que hizo en todo el año fue estar seis meses suspendido por escupir a un árbitro.
En una encuesta de France Football entre los jugadores de la liga francesa, el 69 por ciento respaldó a Coupet, pero el técnico Domenech terminó eligiendo a Barthez. El perdedor llegó a abandonar la concentración justo antes del Mundial, y sólo la intervención personal del entrenador impidió que Francia perdiese a un arquero para el Mundial. Barthez, mientras tanto, no dijo una sola palabra.
En relación con aquella veteranía de algunos jugadores, Domenech señaló que “son ellos (los más experimentados) los que aportan esta serenidad y esta certeza en el equipo”. Para el conductor, el vigor de sus “viejos” es sobre todo una cuestión de preparación y fe. “Para mí, ellos no son viejos. A los 30 o 35 años aún se puede correr. Pero más allá, es la fe lo que marca la diferencia.” Y explicó: “El objetivo de nuestra preparación es que ellos crean que aquello que se les pide que hagan es útil y los hará avanzar. Si un período de un mes de preparación está bien realizado, no debería haber problemas para un jugador de 35 años”.
Barthez se cansó de las críticas por sus excentricidades y recién habló en las últimas horas durante el torneo. “Yo tampoco soñé nunca con la final del domingo. En un torneo así lo único que cuenta es la concentración en el objetivo de cada día”, remarcó el protagonista. Muchos dudan de que esa “concentración” se mantenga en todo momento, pero a Barthez, ya sea por suerte o porque domina el “orden dentro del caos”, ya le sirvió una vez para ser campeón mundial. El domingo podría ser la segunda si finalmente consigue levantar la Copa después del duelo con los italianos.
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