Martes, 17 de junio de 2008 | Hoy
DEPORTES › OPINIóN
Por Diego Bonadeo
Muchas veces las expectativas son etapas anteriores a ilusiones o desilusiones concretadas. Cada dos años, mundiales de fútbol o copas de Europa mediante, el ambiente futbolero acumula optimismos, casi siempre, en especial en los últimos tiempos, frustrados por la falta de grandeza de los protagonistas. Las expectativas, salvo excepciones, quedan entonces limitadas a esperar algún resultado más o menos inesperado, ya no sorpresivo o a alguna genialidad que afortunadamente todavía no ha podido neutralizar la menestorosidad del sistema.
Justamente es el sistema, tan emparentado con el denominado “pensamiento único” que remite el juego a operaciones bursátiles como diría Jorge Valdano, el que acribilla al consumidor con supinas pelotudeces desde los obscenos púlpitos mediáticos, ya no necesariamente con las palabras de los operadores de la conjura de los necios; en los últimos tiempos, las intromisiones cientificistas de quienes seguramente jamás supieron de una gambeta o de un caño, mensajean estupideces estadísticas, con leyendas sobreimpresas en la televisión sobre las imágenes de los partidos.
¿Para quién es determinante que un jugador haya caminado, trotado o corrido diez o doce mil metros desde el comienzo de un partido y hasta su reemplazo, si no se establece más o menos fehacientemente –lo que en una planilla resulta absolutamente imposible– para qué caminó, trotó, corrió esos diez o doce kilómetros?
Solamente para quienes adscriben al onanismo. Y como sabiamente comentó Johann Cruyff “si ésa es la distancia que caminó, trotó o corrió, debe haber jugado muy mal...”.
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