Martes, 17 de junio de 2008 | Hoy
En la presentación de una nueva sección dedicada al presente de actores que en un pasado no tan lejano participaron activamente de la vida pública, la ex ministra de la Alianza habla de su angustia por la actualidad, de formar un consejo de notables y del libro que prepara.
Por Alejandra Dandan
–¿No va a volver a la política?
–¡Noooo! Cada año que pasa es un año más, y se nota. La verdad es que me ha gustado la política, me hubiera gustado ser útil en ese espacio y no quiero ser despreciativa, pero no encuentro ahora un espacio donde me pudiera sentir cómoda y útil. Por lo tanto miro, leo y analizo.
Tanto lee que acaba de terminar con los diarios como con un vaso de agua helada después de días de sed. No entiende; y también ella busca claves en las entrelíneas para ver qué sucede en estos días, pero luego sigue adelante. Corrige el quinto capítulo del libro que escribe sobre la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep). Cocina ardorosamente, cose y en medio de estos días extraños se agendó un cafecito con Raúl Alfonsín.
Según de qué día se trate, Rosa Graciela Castagnola de Fernández Meijide corrige y reescribe parte del libro. Si no, baja de su departamento en Belgrano para ir doble turno al gimnasio. Luego del gym más clásico, desde hace unos 6 años se mete al agua. Se trata de un ámbito completamente amigable, que disfruta a partir de una operación de columna. El resto del tiempo son sus dos hijos, su nieto Diego y las polleras que le cose y le corta con moldes y todo a Camila, su nieta de 17. Está su gata balconera y su cocina, esa única tarea doméstica que es capaz de despertarle una pasión ardorosa como sucedía con su madre.
En ese trajín ve a amigos y a contados contactos políticos con quienes, probablemente, conversó un poco más en los últimos días.
“Personalmente, este fin de semana nos subió el nivel de angustia de quienes saben cómo se construyen las tormentas”, indica, antes de salir de su casa. “El sábado se nos puso la piel de gallina, pero que quede muy claro que la institucionalidad para mí es muy importante. Por eso creo que cualquiera tiene derecho a ser sostenido en el gobierno y tiene la obligación moral y de conveniencia de fortalecer esa institucionalización porque va a ser lo que lo va a hacer sostener.”
De eso habló con alguno de sus viejos conocidos. Entre ellos no está Chacho Alvarez, con quien permanece distanciada y dolida (“probablemente él también”, reconoce). Pero están Carlos Perroni y Eduardo Epstein. Con su plan de medio historiadora y periodista a la vez, también su libro es una excusa para encontrarse con gente. Vio a la ministra de Defensa, Nilda Garré, y a su vocero Jorge Bernetti. Ninguno parece parte de sus relaciones más íntimas, pero de algún modo parecen seres queridos. Están Eduardo Sigal, Raúl Alfonsín y el constitucionalista Ricardo Gil Lavedra. Especialmente Alfonsín, ese hombre que aún logra conmoverla. En medio de un delicado cuadro de salud, ella no puede creer que cuando hablan por teléfono él se acuerda de preguntarle cómo va su libro. Ahora quedaron en verse esta semana.
Cuando piensa en él u otros como él es que imagina un espacio político que aún no existe. Una suerte de consejo de notables, suprapartidario, donde cuente como símbolo la experiencia. Un ámbito no manipulado, dice, de gente que pasó por la gestión pública para que pueda discutir de política o asesorar. “Es algo que se hace en otros países pero no acá. Sería un cosa novedosa o interesante, porque Alfonsín tiene muchas cosas que decir: porque cometió errores pero precisamente uno aprende con los errores.”
–¿Por qué no lo propone?
–No es una propuesta, yo diría que es más bien un lamento de que no exista. Además, tienen que hacerlo desde el poder. Si no quieren escuchar, no escuchan, y el voluntarismo no alcanza.
Fernández Meijide nació en Avellaneda, el 27 de febrero de 1931. La dictadura militar secuestró a su hijo Pablo en 1977 cuando tenía 16 años. Eso la introdujo en la vida política. Primero, con las Madres de Plaza de Mayo y luego en el exilio, comenzó a formar parte de las corrientes que adentro y afuera del país intentaron denunciar los crímenes de la última dictadura militar. Pero fue durante el gobierno de Raúl Alfonsín que su tarea se hizo más pública, cuando se sumó a la Conadep como secretaria de actas, por un pedido del obispo Jaime de Nevares, uno de los integrantes de la comisión convocada por aquel gobierno. Para entonces, no había antecedentes sobre el trabajo que iban a hacer; había desconfianza y desorden. Ella fue importante para organizar la dimensión de los datos, ordenar el tráfico de información y atender a las decenas de personas que empezaban a agolparse en las escaleras del Teatro San Martín, primero tímidamente, para presentar sus denuncias.
Más tarde comenzó su carrera política partidaria. Fue una de las principales dirigentes del Frente País Solidario (Frepaso) con Chacho Alvarez. Entre otros cargos, fue diputada nacional por Capital desde 1993 y perdió la interna de la Alianza con Fernando de la Rúa, en 1998. Luego perdió la gobernación de Buenos Aires con Carlos Ruckauf en 1999, pero fue ministra de Acción Social de la Alianza.
Ahora, con sus nuevas ropas de investigadora, viajó a La Plata a entrevistar a Chicha Mariani, una de las primeras Abuelas de Plaza de Mayo. Se conocen hace ya muchos años, “pero hasta ese momento –dice– no sabía, por ejemplo, que al comienzo las Abuelas se llamaban ‘Abuelas argentinas con nietitos desaparecidos’ y sólo mucho después apareció el nombre de Abuelas de Plaza de Mayo”.
Antes de este segundo libro, presentó el año pasado La ilusión, donde cuenta la experiencia del Frente Grande. “En realidad no soy escritora ni historiadora”, sabe decir. “Pero creo que cuando uno tuvo un protagonismo fuerte en la historia, la visión que uno tiene es importante para quienes después quieren verlo. Yo necesitaba dejar escrita mi visión de lo que había ocurrido con el Frepaso, porque fue la primera vez que una fuerza que no pertenecía a los dos partidos tradicionales armaba una propuesta política para la Argentina con temas que importaban. Por eso tuvo el apoyo que tuvo.” También ahora sigue preguntándose cosas: “Yo estoy de acuerdo con las retenciones: creo que es una propuesta legítima. Pero hay que preguntarse si se aumentan con qué consenso y para qué se usan los excedentes, y si se redistribuye en serio”.
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