EL PAíS › OPINIóN

Daños

 Por Washington Uranga

Es muy positivo que cada persona defienda con firmeza y perseverancia aquello en lo que cree. Es sano que ocurra. Hacerlo no sólo demuestra integridad sino coherencia con los principios. Existen, sin embargo, algunos riesgos. El primero es pensar que la opinión propia es la única que contempla todas las alternativas. Quien así procede niega el valor de la diferencia y busca quitarle legitimidad al punto de vista contrario. La pasión que los sujetos ponen en defensa de la propia perspectiva puede acarrear, probablemente como consecuencia no deseada, la incapacidad de percibir el valor de miradas ajenas. Se cae entonces en la descalificación anticipada de los argumentos de los otros. Se subordina la reflexividad sobre lo que se hace o lo que se dice y, lisa y llanamente, se sobreactúa la ratificación de lo propio. La argumentación se blinda y se convierte en hermética, inexpugnable. Las acciones se organizan en una escalada que va dejando atrás el discernimiento sereno para darle paso sólo a la confirmación de las propias convicciones. Así planteado el oponente se convierte en enemigo. Visto de esta manera el éxito equivale a la eliminación del otro. En ese contexto negociar y consensuar puede entenderse como fracaso o derrota. Sólo se considera superadora una alternativa que incluya todas las certezas propias.

Hasta los intereses presuntamente legítimos se convierten en ilegítimos cuando, en su nombre, se avanza sobre los derechos de otros. Se corre el riesgo también de perder la sensibilidad respecto de lo que algunos han bautizado “daños colaterales” y que pueden traducirse en perjuicio a terceros, ajenos al conflicto principal o víctimas indefensas de los beligerantes. No reparar en el daño que se causa es insensibilidad y manifiesta un egoísmo que sólo atiende al propio interés. Insensibilidad es torpeza, es brutalidad, es negación del prójimo. Es indiferencia ante el sufrimiento de otro.

Cualquier vinculación con lo que ocurre en la Argentina en estos días va por cuenta de quien lee. Estos son tiempos complejos. Las palabras pueden dar lugar a interpretaciones múltiples. También opuestas a lo que se pretendió comunicar. A veces porque están mal enunciadas o emitidas de manera confusa. Otras, en cantidad por lo menos equivalente a la primera, porque el contexto de quien las recibe y su propia comunidad de interpretación no le habilita (o bien el sujeto no se permite a sí mismo) una mirada que no sea la propia, otra perspectiva diferente a aquella que se pretende afirmar. Sólo para aclararlo. Estas líneas no tienen otra pretensión que la de compartir –en medio de la confusión– una reflexión personal y hasta autocrítica. No hay otro objetivo que el de atreverse a pensar. Pero, claro está, comunicar un pensamiento siempre es una invitación a otros para que, actuando con toda libertad, se puedan sentir motivados a hacer lo mismo. Si esto último acontece se habrá logrado un doble propósito.

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