Miércoles, 16 de noviembre de 2011 | Hoy
DEPORTES › OPINIóN
Por Juan José Panno
En una de esas hay que decirle a Mascherano que la próxima vez que se juegue de visitante haga lo mismo que hizo ayer, que meta la pierna en un remate de los rivales para descolocar a Romero, poner el partido 0-1 y generar la idea de que hay que romper el esquema que se había pensado para cambiarlo por uno un poquitito más audaz, que abra la posibilidad de un juego mejor que el que se había practicado con el partido cero a cero.
Se parte de la suposición, por no decir la certeza, de que si el partido terminaba igualado en el primer tiempo no había entrada de Kun Agüero, no había acompañamiento para Messi y el equipo seguía jugando a nada, especulando con la posibilidad de que los contrarios tampoco jugaran a nada, y de la nada total se sumara un puntito que, ya se sabe, se cotiza muy bien si se lo cocina en el calor de Barranquilla.
La pobreza del juego de Argentina en esos 45 minutos iniciales hacía reflotar la idea chauvinista circulante de que a Messi le falta actitud, que es un mercenario que hace todo bien en el Barcelona y no se entrega cuando se pone la camiseta de la Selección. En realidad, al que le faltaba actitud era a Sabella. Actitud para ir a jugar de igual a igual a Colombia, para rodearlo a Messi de jugadores que sintonicen una misma frecuencia, para dejarles claro a los propios y a los de enfrente que este equipo sale a ganar en cualquier cancha. Pero un cuadro que no se sabe de memoria, que se modifica en función del rival, que pone toda la carne con los chiquititos y se achica con los que se supone peligrosos, no tiene actitud ganadora. Y Messi está muy acostumbrado a que la pelota le llegue seguido y redondita.
La actitud de ir a buscar el partido recién llegó con el 0-1. Y si no hubiera llegado pronto el 1-1 quizás hasta había espacio para la entrada de Pastore que pagó con el banco el precio de no haber jugado un partido de 10 puntos contra Bolivia.
Llegó el empate porque juega Messi, porque por suerte está Messi y es, casi siempre, el mejor jugador del equipo. Manejó la pelota con su calidad habitual para permitir el centro de Sosa, el error del arquero Ospina ayudó a que la pelota le quedara servida al propio Messi. Y en el segundo gol también tuvo una participación decisiva, en la gambeta a Yepes y el pase a Higuaín. Lo que siguió fue una demostración de la capacidad ofensiva de este equipo, de Higuaín para enganchar y rematar, de Agüero para capitalizar el rebote.
Tal vez se entienda que la prioridad para este equipo es respetar un poco más (lo que hará que también lo respeten los contrarios) su potencial ofensivo. Y si eso sólo lo entiende el cuerpo técnico cuando el rival convierte, entonces habrá que pedirle a Mascherano que siga metiendo la pata.
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