Miércoles, 5 de diciembre de 2007 | Hoy
DEPORTES › OPINION
Por Pablo Vignone
Este edulcorado presente de ciertos clubes chicos, la puja por el título Apertura que sostuvieron hasta la última fecha Lanús y Tigre, o la posibilidad de que Arsenal consiga esta noche una corona internacional antes de haber logrado alguna en el ámbito local de Primera, llevó a presuntos analistas de la realidad del fútbol a sugerir, sin duda precipitadamente, que la declinación de los clubes grandes que abre camino a esta circunstancia puede ser el primer paso de una tendencia inédita.
En tren de justicia, hay que señalar que esta situación tiene más visos de circunstancia que otra cosa, aunque la enorme legión de fanáticos de equipos denominados chicos quisiera ver que la tendencia se consolida en un futuro inmediato. Los que sugieren de apuro en radio o TV versiones de tinte catastrófico respecto del hundimiento en la tabla de los clubes más poderosos, parecen olvidar de manera graciosa que, seis meses atrás, el campeón del fútbol argentino era San Lorenzo y que como monarca de la Copa Libertadores se entronizaba Boca... Y un año atrás, Estudiantes –que no puede ser considerado un equipo chico, sin duda alguna– le ganaba el título a Boca en una recordada final después de que Boca perdiera dos partidos seguidos en el final del torneo.
Como bien demostró Daniel Guiñazú en su nota del lunes pasado en el suplemento Líbero, el campeonato argentino es más competitivo que los torneos tradicionales europeos; en la última década de torneos cortos en la Argentina, y en respuesta a esa competencia relámpago, diez equipos distintos se consagraron campeones, frente a los cuatro o cinco que dominan hegemónicamente los certámenes de mayor prosapia en Europa. Como bien señala Guiñazú, son ciertamente las condiciones del torneo corto las que favorecen las candidaturas de los equipos más modestos. Al margen, es honesto recordar que esta campaña de Arsenal en la Sudamericana involucra, con el de esta noche, diez partidos, también una campaña corta (aunque mechada con las obligaciones locales).
La otra particularidad está relacionada con la manera en que está planteada la ecuación del fútbol-negocio en la Argentina y sus posibilidades extremas: no debe ser casual, por ejemplo, que Lanús salga campeón y Arsenal esté a punto de serlo en el mismo semestre en el que River dio un desastroso ejemplo de organización y modelo, acabando casi con el rechazo de los socios al balance del último ejercicio, que no se produjo por escasa diferencia. River venció 3-1 a Lanús en el Apertura y perdió con los cuatro ascendidos; Arsenal sólo lo venció en la definición por penales, después de dos empates.
O que suceda cuando Racing, otro de los grandes, esté sumido en un desbarajuste institucional, desembarazándose de un cuerpo técnico que trabajó sin cobrar un peso, más preocupado ya por la tabla de los descensos que por los títulos. Independiente lideró durante 14 fechas y luego sufrió un bajón inexplicable, sólo atribuible a la mediocre calidad técnica general del equipo. Boca fue eliminado de la Sudamericana en su presentación ante San Pablo y perdió seis encuentros en el Apertura, lo mismo que San Lorenzo.
Se les atribuyen a los equipos chicos virtudes sensatas: el proyecto a largo plazo (Lanús sacó sólo un punto de los primeros nueve del Apertura), la coherencia, el cumplimiento de la palabra. Pero también es cierto que, con planteles más reducidos, de corte juvenil, sin el oropel de los consagrados ni vedettismos excesivos, parece más sencillo respetar lo programado, sostener la coherencia. Que algunos de estos equipos que disfrutan días embriagadores convivan en la cercanía de determinados círculos de poder, de distinto origen, puede resultar accesorio o no. Sin embargo, esos vínculos tampoco deberían ignorarse.
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