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Latinoamérica atraviesa una etapa decisiva de su desarrollo. Por primera vez en su historia, la mayoría de los países han consolidado sus democracias, crecen sobre bases firmes, y combaten la pobreza y la exclusión con una gran determinación política. También es una región que se ha convertido en un importante laboratorio de ideas y proyectos de cambios.

Es en la única geografía en la cual el imaginario político transformador demuestra vitalidad y resultados. La crisis de las izquierdas y de ideas nuevas a nivel mundial es muy evidente, sobre todo en las economías centrales, donde la incertidumbre y la ausencia de respuestas eficaces pone de relieve una dinámica económica y social sobredeterminada por la voluntad de los mercados antes que por la iniciativa y las decisiones políticas.

En nuestro continente viejos y nuevos organismos (Aladi-CAN-Mercosur-Alba-Unasur-Celac) alumbran la vocación de construir desde una visión propia que permita ir edificando una región con mayor autonomía relativa, con espacios más amplios de diálogo y decisión compartida y estableciendo una relación cada vez más estrecha y fecunda Sur-Sur. Estamos ante el surgimiento de nuevos protagonismos como parte del ascenso de un mundo hasta hace poco tiempo subordinado por la unipolaridad y el eurocentrismo político-cultural.

Como actores de esta nueva realidad, uno de los principales desafíos de la región es comenzar a jugar, simultáneamente a la construcción interna, un papel más protagónico en el acontecer mundial. Y esto requiere poner en marcha el ejercicio de debatir y coordinar posiciones ante los temas y foros más gravitantes del punto de vista internacional.

De aquí la importancia de discutir franca y abiertamente alrededor de las miradas de los países latinoamericanos sobre cómo se reconfigura un sistema de poder mundial más justo y predecible. Esto quedó plasmado, en parte y de manera individual, por las estupendas intervenciones de algunos presidentes de nuestros países en la última asamblea de Naciones Unidas.

La próxima reunión del Grupo de los 20 en Cannes es otra buena oportunidad para que los países latinoamericanos puedan intercambiar puntos de vista, iniciativas y propuestas frente a ese foro, sobre todo cuando la salida a la crisis que ensayan los países del Norte replica recetas fracasadas que se vienen utilizando en distintas partes del mundo.

Sería un buen comienzo “latinoamericanizar” y complementar el proceso que han puesto en marcha Unasur y otros organismos sudamericanos en relación con temas como la defensa, la infraestructura, la arquitectura financiera regional, las estrategias de desdolarizar el comercio y las políticas de inclusión social.

La Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi) reúne a doce países latinoamericanos, entre ellos Argentina, Brasil y México, que son los que participan del Grupo de los 20. Estamos ante un ámbito propicio para intentar que las posiciones de esos tres países sean también las de un conjunto más amplio de naciones latinoamericanas. Para avanzar en estos objetivos, el martes 18 de octubre hemos convocado, en la Aladi, a iniciar esta práctica que puede ser un pequeño paso para que, en un tiempo no demasiado prolongado, Latinoamérica pase de ser una región económica promisoria a un actor político de relieve en la nueva escena mundial.

La presencia del canciller argentino, Héctor Timerman, junto a Valdemar Carneiro Leao, representante de Dilma Rousseff ante el Grupo de los 20 (Sherpa); al secretario de Hacienda de México, José Antonio Meade; al vicepresidente de Uruguay, Danilo Astori; al ministro de Economía de Uruguay, Fernando Lorenzo; al ministro de Hacienda del Paraguay, Dionisio Borda, y a otras altas autoridades de los doce países que integran la Aladi, garantiza un intercambio de posiciones y un debate que potencia las circunstancias que atraviesa Latinoamérica y permite abrir expectativas sobre un diálogo que, uniendo y respetando la diversidad, pueda irse convirtiendo en una sola voz.

* Secretario general de la Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi).