Lunes, 28 de julio de 2014 | Hoy
DIALOGOS › LA SOCIóLOGA SUSANA SAULQUIN ANALIZA LOS SIGNIFICADOS DE LA MODA EN LA ACTUALIDAD
Las nuevas tendencias del diseño van hacia una producción que supere la masividad que implica explotación, consumismo y depredación del planeta. Así lo ve Susana Saulquin, una socióloga que dedicó al vestir el objeto de su estudio. Aquí explica por qué la sociedad ya no es disciplinaria en ese terreno: aunque siga siendo controladora, es más compleja, dice. El luto de la Presidenta, la vestimenta de Evo Morales. El vestir y la identidad.
Por Sonia Santoro
“La moda no es tolerancia, la moda es autoritarismo”, dice Susana Saulquin, socióloga de pensamiento original que desde hace varias décadas reflexiona sobre el vestir y las tendencias de la moda. En su nuevo libro, Política de las apariencias. Nueva significación del vestir en el contexto contemporáneo (Paidós, Entornos 23), asegura que el diseño del futuro estará basado en “series cortas, el comercio justo y, sobre todo, lo más importante, en trabajar en cooperativas”. “Solamente el diseño independiente en pequeñas series puede llegar a ser sustentable”, y en este siglo, donde la ética será un valor fundamental, desarrollar indumentaria sustentable primará. Queda atrás la masividad porque “lo seriado va unido a la explotación, al consumismo y es depredador del planeta”. En esta entrevista, Saulquin aborda estas y otras cuestiones, desde el uso político del vestir, el tan comentado luto de la Presidenta (“la vestimenta es una herramienta política”) hasta la relación de las mujeres con su imagen, su cuerpo y la moda: “Vos cuando tenés kilos de más sos vos misma, mientras que si sos hiperflaca son todos cuerpos, esqueletos, iguales, hasta se parecen las mujeres. Los kilos en alguna forma te dan identidad”, afirma.
–¿Cómo y cuándo se despertó tu interés por la moda?
–A mi madre le gustaba muchísimo vestirse, iba a los desfiles. No se compraba mucho, pero le gustaba estar siempre bien vestida, entonces, desde chica siempre le di mucha importancia a eso. Era una época donde la elegancia tenía un peso muy importante y también lo aspiracional a vestirse y estar elegante como tu madre. Nada que ver con los ’60, que es cuando se hace la ruptura, y precisamente la elegancia y la distinción era algo totalmente fuera de contexto. Se buscaba la funcionalidad y el estar juvenil. Tener una actitud juvenil, cuando la década anterior era al revés: tener una actitud elegante. Luego el buen gusto y la elegancia salen completamente de contexto. Incluso Pierre Bourdieu escribe La distinción en el año ’61 y comienza en los ’60 una etapa totalmente diferente. Yo empiezo la facultad en esa época.
–¿Y cómo se vivía eso?
–Yo estudiaba Sociología en la UBA, en Filosofía y Letras. En una clase de Ciencias Políticas un compañero mío me dijo que yo no podía opinar porque estaba muy bien vestida. Yo dije, guau, qué importante debe ser esto si es que yo no puedo tener una opinión por estar supuestamente bien vestida. Yo no estaba vestida con los parámetros de los alumnos de sociología, que estaban vestidos de acuerdo al existencialismo, que había ocurrido 20 años atrás. Todos se vestían de negro. Había una actriz que se llamaba Julie-tte Gréco, que se vestía también de negro y todos adoptaban ese estilo: cuellos altos, suéter negro, faldas angostas y largas, pelo negro. Nada que ver conmigo que era rubia... no daba con el physique du role de las sociólogas de la época.
–¿Cómo llegó de la sociología a la moda?
–Me tuve que hacer sola porque yo estudié sociología, pero siempre me interesaba la teoría de los grupos y cómo los grupos manejaban sus relaciones de poder. En una época en que se hablaba de los movimientos de liberación, por supuesto. Esto fue anterior a la Revolución Cultural de Mao. Entonces un profesor, Manolo Mora y Araujo, me dijo que mis hipótesis no correspondían a una socióloga. Yo ya hacía mis hipótesis y hablaba de la imagen y la apariencia. Siempre me interesó ver cómo se vestía la gente para determinadas cosas. Siempre fui una outsider, una pensadora independiente.
–En esos ámbitos pensar en la moda era un escándalo...
–Pero por favor, estaba totalmente depreciado, era la frivolidad. El prejuicio es tan grande. Siendo profesora de Sociología nunca pude hacer mi carrera en las Ciencias Sociales. Tuve que hacer mi carrera en la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo porque eran más amigables con mi posición. Ahí armé la carrera de Diseño e Indumentaria. Después fui subdirectora y directora. Y recién ahora, hará siete años, tengo una cantidad de sociólogas que se han acercado a mi cátedra. Entonces no había dónde estudiar lo que yo quería. Mi primer libro, Historia de la moda en la Argentina, lo trabajé todo yendo a museos y al Archivo de la Nación. No había nada escrito. Hice muchísimas entrevistas. Lo terminé en 1987, antes de que se armara la carrera.
–¿Le gustaban las revistas de moda?
–No demasiado. Sí me gustaba ver lo que la gente se ponía. Después en mi mesa de luz encontraba más revistas de tecnología que de moda. No le daba importancia a eso, sí a lo que la gente se vestía en la calle, en los eventos. No hay que olvidar que en la época de la dictadura ser sociólogo era sospechoso. Yo abrí en esta casa lo que en esa época se llamaba una boutique, empecé a vender ropa, la hacía y la vendía porque yo había hecho un curso que en esa época no se llamaba diseño, no me gusta la palabra corte y confección... era hacer ropa. Entonces hasta el año ’82 tuve este negocio y hacía los desfiles. Vendía muchísimo.
–¿Qué pasó?
–Me divorcié y cerré todo. Me dediqué a escribir. Mi primera nota salió en el ’83 en la revista Para ti y ya después no paré más de escribir.
–También dirigió revistas.
–Vogue y Glamour, pero solamente dos años, en la época de la crisis, y no me gustó porque venía todo enlatado. Fue en el 2000 y 2001.
–¿Cómo ha cambiado la relación de las mujeres con la moda en los últimos años?
–La moda y los modos de vestir siempre son reflejo del acontecer social. En los años ’30 era la época conservadora, con la juventud cambió el signo del vestir y fueron las minifaldas. Después del año 2000, sea por la crisis terrible nuestra, sea por la caída de las Torres, crisis nacional e internacional, empieza una nueva etapa. Una nueva ideología que sirve de base al nuevo siglo. Esta nueva ideología se basa en los recursos humanos, en los recursos del planeta. Nada que ver con el consumismo del siglo XX, que fue un siglo donde la estética, la moda, el consumo, lo seriado eran importantes. Con las crisis y una nueva ideología basada en la sustentabilidad, con una nueva matriz de desarrollo diferente, más atravesado por la funcionalidad, es otra forma del vestir. Entonces, aparece un nuevo discurso del vestir. Ya no importaba tanto la ropa, la famosa moda, sino la actitud juvenil que ya venía de los ’60, pero sobre todo la perfección estética, el cuerpo empezó a tallar mucho más que el vestido. Entonces hay como una alternancia.
–¿Eso sería en los años ’90?
–Sí. Que al mismo tiempo es cuando se produce una hiperrealización de la moda y el consumo. Pero cuando algo se exagera tanto, marca la contratendencia. Y la contratendencia, sumada a la crisis económica, pero también la crisis de sentido, hace que la relación de las mujeres con el vestir cambie. Empieza la importancia de la funcionalidad y de la libertad. De la tolerancia en cuanto al vestir. La moda no es tolerancia, la moda es autoritarismo. Entonces la mujer quiere ser libre para vestirse como quiera. Eso sumado a la llegada de las redes sociales que dinamitaron todo el campo del discurso social.
–En su último libro, Política de las apariencias, habla mucho de la ética.
–Porque yo creo que el siglo XXI es el siglo que, como dice Francesco Morache, sin dejar de lado la estética, es el siglo de la ética. Y Michel Maffesoli habla siempre de la importancia de tener una ética personal. Ya ahora no te baja la sociedad lo que debés hacer, no es una sociedad disciplinaria. ¿Es controladora? Sí, pero es una sociedad compleja.
–Dice que estas prendas “éticas” son incompatibles con la producción de masas. ¿Hay un nuevo paradigma, pero en el que no entran todos?
–Hay un nuevo paradigma. Lo que es masivo es económicamente accesible, pero está relacionado con el consumismo y como dice (Jean) Baudrillard, cada etapa histórica hace lo que tiene que hacer para su supervivencia y la sociedad también. Nuestra supervivencia actual no puede estar enganchada con el consumo de masas. Es decir, ¿es un nuevo consumo elitista? Sí. Pero va a tener otras formas que pueden ser trueques, vintage, donde lo accesible económicamente llegue a mucha a gente que se engancha con los principios de la sustentabilidad. Entonces lo masivo no va, porque implica lo seriado, y lo seriado es depredador del planeta. Es todo un sistema que con coherencia modifica. ¿Y qué hace la gente de menores recursos? Por supuesto que hay que cambiar, y sobre todo el sistema... todo el capitalismo como sistema estaba armado para el siglo XX y ahora tiene que rever las bases sobre las cuales estaba sustentado.
–Como la explotación en los talleres clandestinos...
–Por eso estoy diciendo que un nuevo siglo donde la ética tiene un valor importantísimo no coincide con lo masivo y lo seriado. Sabemos lo que pasa con la explotación de las personas con lo masivo y lo seriado. De hecho, lo vimos en Bangladesh...
–Acá también.
–Sí. Esto seriado entonces va unido a la explotación en los talleres clandestinos.
–¿Hay forma de producir ropa accesible que no venga de la explotación?
–Es muy difícil porque es cara. Esa es la gran trampa que tiene el diseño. ¿Qué se puede hacer? Solamente el diseño independiente en pequeñas series puede llegar a ser sustentable y tener talleres. Esto va con una prenda que tenga el privilegio de llamarse “limpia”, porque esté perfecta y deba ser más duradera. Es otro concepto totalmente. No es que queda gente fuera del sistema. No. Ya no es comprar y tirar, comprar y tirar, sino tener una buena prenda y poder hacerla. Vuelve también el hacerse las prendas uno. Eso es nuevo, nuevo. Otra vez, los moldes, el hacerse las prendas. Increíble. ¿Por qué vuelve? Porque está todo relacionado. Entonces, lo seriado va unido a la explotación, al consumismo y es depredador del planeta. ¿Cómo puedo hacer? Series cortas, el comercio justo y, sobre todo, lo más importante, trabajar en cooperativas. Eso creo que es la llave del diseño del futuro.
–Usted habla de un nuevo concepto de lujo.
–Claro, está ligado a esto. El lujo no es una piel, un brillante, ya no va más. Porque también los brillantes se extraen por sistemas esclavistas, explotadores. Y qué decir del mercurio, que es un veneno... El nuevo lujo es la limpieza en cuanto a los sistemas de producción. Tener una prenda éticamente buena. Parece disparatado, pero va a avanzar el siglo y vamos a tener que irnos adaptando a este nuevo discurso. Y después el nuevo lujo es una puesta de sol, el tener agua cristalina y pura. Y sobre todo las cooperativas. El diseño en cooperativas es una manera muy interesante de proteger a los trabajadores y a los clientes y de hacer un consumo consciente. Es un nuevo paradigma. Hay que ver cómo se resisten los grupos económicos dominantes, que trabajan precisamente a partir de este esquema.
–También dice que el principal derroche se produce en el uso de las prendas, al lavar y al planchar.
–Sí. Por eso, lo último ahora son unas pelotitas que se frotan para no usar agua en el lavado y no usar jabones, todo lo que no es sustentable. O sea, minimizar el uso del agua y el jabón. Esto es lo último, pero va a tardar mucho. El agua es un lujo, es el nuevo lujo. Por eso, por ejemplo los Emiratos Arabes tienen en la línea que va a Dubai un agua que parece que es la más pura del planeta, que está en los Andes. Ese es el nuevo lujo, tener esa agua. Pero ya no lo signos tradicionales del lujo como la piel. Las nuevas generaciones no van a planchar. Uno enchufa la plancha y sabe la energía que gasta. Tenemos que empezar a ahorrar.
–¿Cuál es la relación de la ropa, o la imagen, con la construcción de la identidad de las personas?
–La ropa o las apariencias siempre estuvieron muy relacionadas con la formación de la identidad. Para mí la identidad se forma a partir de lo que vos sos, quién sos, por eso en la medida en que te conocés más la identidad es más fuerte; cómo los demás te ven, y qué aspiras a ser. Cuando esas tres patas de tu identidad coinciden, la identidad es muy fuerte y generalmente produce la copia de la gente. Te convertís en un líder visual y la gente te copia. Pero es un proceso de construcción que dura toda la vida. Es un problema complicado en el momento actual, porque todo está configurado por los otros. Antiguamente había un ser, las personas eran; luego fue la importancia del tener, había que tener. Walter Benjamin dice que en el siglo XIX empezó la importancia de los objetos, porque tenían que dinamizar el consumo. Y aparecieron los estuches. Había anteojos, pero aparecieron los estuches para anteojos. Aparecieron las vitrinas. Empezó una multiplicación de objetos, donde el ser empezó a no ser importante y el objeto empezó a ocupar un lugar importante. A partir también de ese tener, empezó en la mitad del siglo XX la importancia del parecer, la cultura visual. Había que ser joven o parecerlo; había que tener plata o parecer que tenías. Las apariencias eran totalmente engañosas. Apariencias viene de aparentar, pero yo lo tomo en el sentido de cómo te mostrás al otro. También con tus apariencias vos podés mostrar autenticidad. Entonces, ahora que pasamos del tener y parecer, podemos lentamente ir afirmando nuestro ser para tener nuestra identidad.
–¿Cuáles son las motivaciones de la gente para vestirse a la moda o elegir una manera de vestirse?
–Las motivaciones son varias. En primer lugar es muy fuerte el mirar y el ser mirado. Hay una compulsión a mirar al otro para la comparación. Y el ser mirado: te gusta que te miren y te gusta mirar. Es un mecanismo psicológico que juega mucho en la elección del vestir y la moda. También hay otras. La competencia: generalmente querés competir al otro, a tu igual. Es una necesidad de competir por belleza, por cuerpo, con el igual. No con el superior. Ya no es la sociedad aristocrática. También lograr diferenciación. Porque la moda es un mecanismo de integración y diferenciación. Vos querés al vestirte estar como todos para no desentonar, pero al mismo tiempo y de manera contradictoria, tener algo diferente que te distinga. Por eso, cuando la gente es turista se pone cualquier cosa, no le importa porque no es conocido.
–Se libera...
–Claro, se libera de la pertenencia al grupo. Otra cosa importantísima es que hay una fuerte carga erótica en la elección del vestido, la seducción.
–¿Qué pasa con las modelos hiperdelgadas? En el libro plantea que ese patrón está en retirada.
–Fue el momento culminante, y ahora tiene que aparecer la contratendencia. Forma parte de la cultura de masas. La cultura de masas que tiene su puntapié inicial en los años ’60 tenía estrategias, una es la homogeneización, estandarizar. Todo esto llevado al cuerpo, se homogeneizan las formas. No solamente las formas del vestir, jeans para todos, sino también los cuerpos se homogeneizaron. Porque un cuerpo con unos kilos de más, más allá de que parece mayor, implica diferenciación. Vos cuando tenés kilos de más sos vos misma, mientras que si sos hiperflaca son todos cuerpos, esqueletos, iguales, hasta se parecen las mujeres. Los kilos en alguna forma te dan identidad. Estamos lentamente saliendo de la cultura de masas y entrando a un respeto por el biotipo de cada uno. Se llegó a un extremo con la bulimia y la anorexia que nos marcaba que ya moría esa tendencia.
–Pero lleva tiempo.
–No menos de una generación, pero ya se desactualiza, ya no tiene sentido.
–¿Y cómo influyó en el vestir el avance de los derechos conseguidos por las personas trans y del colectivo LGBT?
–Esto es muy reciente. Pero todavía los gays o los trans se manejan con la matriz heterosexual al vestir. ¿Qué buscan? Ser una mujer más mujer, por eso enfatizan los caracteres, lo sexual de la mujer: el animal print, el ajuste. Cuando lo ideal sería no manejarse con la matriz heterosexual. Es muy reciente.
–Estudió el luto de la Presidenta. ¿Qué encontró?
–Empecé a estudiar por qué Cristina en una época en que el luto es algo totalmente perimido, porque la muerte no se celebra, lo usó. Me pregunté por qué, qué buscaba con su luto. Por supuesto, herramienta política. Eso lo dije con Evo Morales y con Eva Perón. La vestimenta es una herramienta política, la usaron en distintas épocas de la historia. Me pareció que como Néstor y Cristina habían sido la pareja política por antonomasia, al tener su luto y no sacarlo, no era el llanto por Néstor, sino la restauración de la pareja política.
–Como seguir teniéndolo a su lado.
–Sí. El recordatorio de una pareja política. Es el recordatorio para los demás y para ella misma. Lo tiene tres años hasta que ella está lo suficientemente fuerte para decir: puedo estar sin el andador de la pareja política. Al mismo tiempo, casi diría, dejó de hablar de Néstor. Ahora es ella, a Néstor no lo nombra tanto. No lo necesita nombrar tanto para estar fuerte. Porque ella lo necesitó. Fue terrible lo que le pasó. De golpe quedarse sin su compañero de toda la vida, bastante bien lo sobrellevó en tres años, con el luto. Le dio visibilidad a la pareja política. Fue muy inteligente esa decisión.
–¿Y cómo fue el caso de Evo?
–Un orgullo que en un país como Bolivia, dividida a la mitad, Evo asume el poder. Yo tomé el traje que él se puso para la asunción de su mando. Primero hace su ceremonia con el traje de los aymara tradicional frente a la comunidad aborigen. Cuando él por primera vez recorre el mundo con un suetercito fue absolutamente criticado. Evo es muy inteligente y se dio cuenta de que tenía que dar otra apariencia. Entonces construyó la apariencia de la asunción de su mando a partir de una conjunción entre un traje de alpaca negro brutal hecho por una mujer que era diseñadora de la clase alta, pero con los aguayos textiles antiguos de la comunidad boliviana. Con eso él conjuga esas dos irreconciliables posiciones humanas en su traje. Es elegantísimo el traje. El quería seguir siendo igual, pero perdía poder con ese suetercito. No quiere decir que ya no lo tenga. Seguramente lo siga teniendo pero para su casa, las apariencias son herramientas de poder.
–¿Y el de Eva Perón?
–También hice la diferencia entre la Eva glamorosa, la actriz con los jopos, cuando la vestía Paquito Jamandreu. Y la Eva después de que ella ve a las socialistas italianas, en su viaje. Ahí cambia y se hace ese peinado maravilloso con el rodete y empieza con los tailleurs. Un despojamiento de la Eva actriz, entonces Eva Perón se transforma en Evita y tiene una conciencia social. Deja de ser la que se vestía como lo hacía la gente de la clase alta para adoptar la apariencia de la reformadora social. Y al final, a Perón no le convenía la Eva reformadora social, sino la Eva Perón de Dior, del lujo. Entonces, cuando muere no le pone el tailleur negro discreto –esto me lo contaron en una casa de modas, Henriette–, sino que toma parte del vestido que era para el 9 de julio, antes de morir, un traje de raso blanco divino creado por Jacques Fath. A Asunta, que la había vestido toda la vida, la llamó Perón y le dijo que la vistiera, entonces ella cortó la cola del vestido y le hizo la mortaja. Por ahí, si le preguntaban a Eva, hubiera preferido su traje negro de reformadora social.
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