Lunes, 20 de febrero de 2006 | Hoy
DIALOGOS › UN ANALISIS DE DIANA MAFFIA, EXPERTA EN GENERO, A PROPOSITO DEL ASESINATO Y SUICIDIO EN UN MCDONALD’S
La filósofa e investigadora Diana Maffía analiza lo que encubre la figura del “crimen pasional” en términos de relaciones de género y cómo el voyeurismo generalizado sobre estos hechos cristaliza una advertencia para otras víctimas de violencia.
Por Marta Dillon
–Aun cuando describe hechos crueles, la palabra “pasional” también está asociada íntimamente al amor.
–La palabra pasión tiene que ver con pasividad y eso significa que son cosas que nos poseen, no que poseemos. Por lo tanto, el crimen pasional es algo que ocurre en un estado emocional que es violento, pero del que no se es responsable. Por eso cuando se habla de crimen pasional es como anteponer una excusa para la persona, que en ese estado pasional, no sería responsable de sus actos, como una locura pasajera, una locura de amor. Ahora, esa locura de amor va siempre en un mismo sentido y eso es lo que tendría que hacernos sospechar, porque la locura no es previsible, va para cualquier lado, pero las locuras de amor van siempre en sentido de la posesión absoluta, que en general o en la inmensa mayoría de los casos, va de un varón hacia una mujer. Y es así porque hay toda una cultura de vincular el amor con la posesión. Dejar ir lo que se ama, o dejar libre lo que se ama es algo extremadamente sofisticado, ya sea de una madre para con su hijo, un maestro con su discípulo o un miembro de la pareja por el otro. Dejar libre lo que se ama parece casi contradictorio, en realidad, la tentación es poseerlo, poseer completamente.
–Esta es una idea sumamente naturalizada.
–Claro, porque cuando se trata de imponer una idea, sobre todo una idea de dominio, se lo puede hacer por medio de la persuasión, podés convencer a la otra persona que es mejor para ella ser dominada, poseída. El modo de la protección aparece como la tutela, la distinción entre protección y tutela nos cuesta mucho, uno debe proteger aquello que es vulnerable, pero no apropiarse de su autonomía. Y a veces, los modos de la protección tienen como precio la pérdida de autonomía, la pérdida de libertad, ya sea el gobierno protegiendo a los pobres, los adultos a los niños o adolescentes o los varones protegiendo a las mujeres. Lo que se hace es apropiarse de su libertad y de su autonomía y bajo la forma de la protección ejercer un dominio o una tutela.
–Usted describe un trasfondo social para hechos que suelen ser calificados como individuales y que, en muchos casos, cuando llegan a los juzgados cuentan con atenuantes como la emoción violenta.
–¿Qué cosa es la emoción violenta? Es algo absolutamente manipulado por la Justicia. Basta ver lo que pasó con Romina Tejerina, que no logró que se le aplicara esa figura, ni siquiera que se considerara el estado puerperal como un momento de alteración psíquica. Porque hay una manipulación y una arbitrariedad respecto de lo que una jueza o un juez puede decidir en cada caso. En Santiago del Estero hubo un hecho que, en su momento, fue bastante criticado porque un hombre mató a su mujer y el juez consideró la emoción violenta fundada en que la mujer hacía tres meses que no quería hacerle la comida ni plancharle la ropa, y esto se había convertido en una enorme violencia sobre él. Mientras sucedía el juicio a Romina Tejerina hubo otros fallos que describí en su momento en los que los varones reciben mucha menor pena por matar a sus esposas que el que recibió ella por matar a su bebé. Porque en ellos se considera emoción violenta que lo hayan abandonado o tener que hacer tareas domésticas.
–Se ponen en juego los estereotipos de género como si desafiarlos fuera otro modo de la violencia.
–Claro, se tiene en cuenta fundamentalmente qué es lo que se está violentando en cada caso. En el caso de matar o herir se está violentando la integridad física del otro, ¿pero qué es lo que violenta tanto a un hombre que lo hace responder con esa reacción física? Lo que violenta es la pérdida de un rol, de un papel. Este tipo de violencia, que es una violencia simbólica si uno quiere, porque la expectativa de ese varón es poseer completamente a su mujer, que ella le obedezca, que cumpla ciertos roles en la casa... porque es lo que la sociedad le prometió, lo que su mamá le prometió cuando lo educaba y le dijo que se casara con esa buena chica. Pero hay cambios y las mujeres ya no admiten pasivamente cumplir los mandatos y esto es una violencia con respecto a las expectativas. Y a esa violencia se responde con disciplinamiento. Se puede con persuasión, hablándonos de las maravillas de la maternidad, de la inmensa espiritualidad que hay en ello y que tenemos la más magnífica tarea de la humanidad. Lo que no entendemos cómo nadie nos disputa tan maravillosa tarea y nadie quiere tener la trascendencia del alimento al mediodía y a la noche todos los días. Se valora, pero a la vez no se disputa, entonces sospechamos.
–¿Podría decirse que estos hechos, de alguna manera, hacen eclosión por el abismo que se abre entre los cambios sociales y la subjetividad de las personas?
–Creo que no se puede evaluar la cantidad alarmante de crímenes violentos que existen sin pensar en las múltiples violencias que se reciben con respecto a las expectativas que son diversas e impersonales. La violencia de la desocupación, del hambre, de imposibilidad de movilidad social. Sobre todo de la pérdida de un rol social que también le prometieron al hombre que iba a cumplir, que era el de proveedor, y del que se ve expulsado no por voluntad propia, porque esté viviendo cambios interiores y quiere ensayar la paridad con su pareja sino por factores externos. Es expulsado de proveer el sustento, que es basal de su icono de masculinidad. Cuando fueron los cacerolazos de 2001 y 2002, yo le pregunté a una persona que atendía un servicio de asistencia sobre violencia doméstica si había existido algún tipo de cambio en las llamadas. Y me dijo que había sido un comentario los pocos pedidos de ayuda que habían recibido, es decir que en el momento de expresar, de poner en acto la impotencia colectivamente había mermado la violencia doméstica. Esto merece ser pensado que, a veces, la respuesta violenta contra un sujeto débil proviene de la relación con el sujeto y a veces no, proviene de una relación de frustración en la que sobre todo el varón se siente humillado y recupera su relación de poder en el lugar donde puede recuperarla, es decir con los sujetos más vulnerables de la familia.
–Cuando se conoció el crimen de Congreso también aparecieron, al menos, siete hechos más de características similares que los medios suelen relatar como si satisfacieran un deseo voyeurista.
–Seguro, a mí me fascinan los hechos policiales, creo que es algo generalizado. Pero en España, por ejemplo, se abrió el año pasado un debate sobre este tipo de relatos pormenorizados sobre hechos violentos que eran tan dramáticos que las personas que sufrían violencia de menor tenor que esos que hablaban de un hachazo en la nuca, aunque fuera una piña en el ojo, no llegaban a evaluar correctamente su situación. Como si dijeran “si a ésa le hicieron saltar la masa encefálica, bueno, lo mío es cariñito”; por otra parte, la que se queja por la violencia tiene la amenaza de lo que le puede pasar si sigue insubordinándose. Entonces, también el manejo de los medios debería ser muy prudente. Pero lo cierto es que no hay mucho debate social al respecto. Efectivamente hay delectación en ciertas palabras que tratan de construir una escena entomológica o pornográfica directamente, por esa fragmentación que tiene la pornografía que convierte los genitales en pistones y bujes. Estos relatos tienen esa fragmentación de la pornografía, se pone bajo una lupa sumamente ampliada, desconectado del entorno, el final de una historia que se relata como de amor. Y esto sirve como advertencia, como modelo de lo que puede llegar a ocurrir.
–¿Qué es exactamente lo que encubre este tipo de relatos?
–Hablar de crimen pasional es hablar de algo extremadamente individual, y pensarlo como una locura de amor es pensarlo como algo desviado, que no corresponde a la norma y precisamente se pierde lo social y lo normativo que hay detrás de esta apropiación y puesta violenta de las mujeres en el lugar donde tradicionalmente se espera que estén: en el lugar de la obediencia y de ser poseídas.
–Pero, a pesar de que casi todos los medios caen en la trampa de este relato, los más populares hasta parecen condimentarlos.
–Los medios populares sólo se reprimen menos. Pero creo, además, que funciona como una especie de consuelo a las situaciones personales. En un segmento popular donde se comparten tanto las condiciones que dan lugar a esos dramas, si se expresaran estas condiciones no sé si sería soportable.
–De todos modos la retórica del amor romántico, con la figura de la posesión y la promesa de amar hasta la muerte es transversal.
–El uso de metáforas, del lenguaje en general, nos da esquemas conceptuales y uno de los ejemplos es el del amor como guerra. Se dice “la conquisté, la subyugué”, se habla de vencer la resistencia... Hay algo en el modo que concebimos la relación amorosa cuando hablamos de ella, en esta retórica en la que se sostienen los medios para describir estas cosas que tiene que ver con posesión, lucha, conquista, por lo tanto con vencedores y vencidos, con el asalto a una plaza, que influye en el modo en que lo vivimos.
–Y en los boleros que cantamos.
–O los tangos, “primero hay que saber sufrir...” El amor romántico es un amor sufriente, un amor despreocupado qué clase de amor es.
–¿Por qué cree que el discurso feminista, que ha penetrado en cierto ánimo de corrección política en lo público, no ha podido penetrar en estas cuestiones?
–La verdad es que preocupadas por el acceso a los lugares públicos, preocupadas por deshacernos de los mandatos patriarcales, hay ciertas cosas de las que no nos hemos ocupado las feministas, sobre todo las que tienen que ver más con la subjetividad. A la que mejor oí hablar de esto es a Eva Giberti cuando habla del goce que hay en el ejercicio del poder y de violencia, no es sólo hacer víctima sino que hay goce en esto. Se explora el lugar de la víctima y no el goce del victimario. Es que es escabroso ver los resortes humanos que llevan a sostener ese tipo de vínculos.
–Y a la vez, esta retórica del crimen pasional deja a la pasión como una valoración negativa.
–Hay algo muy antiguo en la concepción de la naturaleza humana que considera a las pasiones separadas de la racionalidad, que obstruyen la racionalidad. Por eso, entre otras cosas, las mujeres hemos estado alejadas de lugares donde se supone que debería haber equilibrio porque se consideraba que teníamos tanta emotividad, tantas pasiones que la subjetividad era inmanejable. Un científico para ser objetivo tiene que dejar de lado su subjetividad, igual que los jueces por ejemplo, que no tienen que tener empatía, esta concepción de la emocionalidad es algo que ha ido cambiando, se ve ahora que la percepción del mundo necesita de las emociones para poder ubicarnos. O sea una persona que no tiene emociones cuando debe tenerlas no actúa racionalmente, si no tiene miedo cuando hay peligro, si no se conmueve, no está actuando adecuadamente con las circunstancias, por lo tanto hay algo que falla en su racionalidad. Nuestra manera de transcurrir en el mundo más equilibrada requiere de razones y pasiones.
–¿Usted cree que este tipo de hechos podrían ser prevenidos en función de ese equilibrio?
–Para eso debería haber una investigación mucho más amplia de la que hay con respecto a los múltiples modos de la violencia, porque percibimos la violencia cuando es física. Pero no percibimos todos los síntomas previos y los anuncios con respecto al riesgo de una situación de violencia de esta índole. Si pudiéramos leer esos síntomas como sabemos leer los que nos conducen a una enfermedad que puede ser grave, pero tomada a tiempo se neutraliza, hay algo que anuncia la violencia de muchas maneras. No es que alguien amoroso un día se da vuelta y te pega un tiro. Hay síntomas, anuncios de esta manera posesiva; este “la maté porque era mía”, la mera posibilidad de que deje de ser tu posesión, hace que la alternativa sea la destrucción, o tuya o de nadie.
–¿Por qué cree que este modo de relación se hace especialmente visible en el caso de integrantes de las fuerzas armadas o las de seguridad?
–Tienen las herramientas, si fueran albañiles y tuvieran un martillo sería lo mismo. Es cierto también que cualquiera que diga pistola sabe que hay una relación entre las armas y la extensión de la masculinidad, hay que ser muy necio para no verlo. Las armas son muchas veces, la prolongación del cuerpo y la voluntad, como el auto, o como las herramientas.
–Y también cierta protección de la cofradía.
–Eso es importantísimo. Jorge Corsi tiene un libro que se llama Violencias sociales, una compilación con Graciela Peyrou, en él habla de las condiciones que posibilitan la violencia. Y una de ellas es el ocultamiento corporativo, la impunidad. Ocurre un hecho de violencia en la escuela y queda en la escuela, ocurre en la familia y nadie habla de eso, dentro de las fuerzas de seguridad todos lo tapan. Ese modo corporativo de proteger y por lo tanto generar impunidad, es una de las condiciones que hace que siga existiendo violencia, porque impide verla, tomar precauciones y sancionarla. Cuando no es sancionada, la violencia emite un mensaje para la víctima que es no podés hacer nada, y un mensaje para el victimario que es podés seguir haciéndolo. En términos de género, este mensaje en la sociedad existe: el mensaje que debilita a la víctima, esto que se llama el síndrome de la indefensión aprendida, la víctima aprende que no tiene manera de defenderse.
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