Lunes, 20 de febrero de 2006 | Hoy
EL PAíS › OPINION
Por Eduardo Aliverti
No es una cuestión del verano. No es, como tantas otras veces, que la gran política, o la política a secas, entró de vacaciones. Esto es otra cosa.
Esto es que por fuera del episodio en el pueblito santacruceño de Las Heras –capaz de reinstalar con alguna fuerza el tema de los métodos de lucha populares y la participación de los trabajadores en el reparto de la torta– no hay nada, pero casi nada de nada, que cuestione el andar del Gobierno. Y más específicamente, de la marcha de la economía. La pregunta viene a ser qué hay por afuera de Kirchner. O de este tiempo K de imaginario colectivo. Porque según parece, o según es, no hay nada.
No se está diciendo, ni mucho menos, que no haya tema. Si es por cantidad, y hasta por efervescencia, tal vez hasta sobren. El conflicto con Uruguay, sin ir más lejos, que llega a parecer un sueño, o una joda surrealista. Andar peleados con los vecinos de toda la vida, con escaladas diplomáticas, tribunales internacionales, arrebatos de nacionalismo oligofrénico. La inflación, desde ya. El precio de la carne. De las propiedades, de los alquileres. Lo de la integración del Consejo de la Magistratura, que como decía el Gordo Soriano es menos divertido que una berenjena. Uno junta todo eso, y lo que quiera agregarse, o lo divide y lo escudriña así, separado, y sin más que un par de gramos de lucidez ideológica se dice: ¿y? ¿Acaso hay algo que esté en verdadera tensión? ¿Hay algo que suponga que a tal rumbo o circunstancia le corresponde una tensión o una propuesta diferente, desde alguna parte, desde algún sector, si es que hablamos de partes o sectores influyentes, en condiciones de disputa de poder?
No, no hay. Hay que el problema con los uruguayos es una piedra ambiental en el zapato, muy molesta, pero estructuralmente no más que una piedra. Hay que los precios de los servicios y los bienes y las cosas en general son otra molestia que tampoco supera ese rango, porque nada sugiere que estemos frente a una disparada de socavación. Hay que la aftosa modificó un segmento de los números de exportación. Hay que el Gobierno muestra ciertos perfiles autoritarios, pero a la vez resulta que su licitud es democrática y que fue ratificado en las urnas. En síntesis, hay que nada de lo que se discute es una discusión de fondo sobre el paso estratégico de la Argentina.
Aun concediendo el beneficio de inventario de que ese paso pueda ser el correcto, al menos es curioso que no se interpele al poder desde ningún lugar ni aspecto considerable (está bien: considerado). ¿Esta política agraria de soja hasta en las banquinas es lo único que cabe o lo único que se puede proyectar? Esta dependencia de la buena voluntad de los formadores de precios, para que la inflación no siga afectando los ingresos populares, ¿es lo único que se puede hacer frente a los formadores de precios? ¿La única opción petrolífera y energética es negociar las regalías con las multinacionales? ¿La ecológica es una sensibilidad que sólo debe regir ante las plantas celulósicas de Uruguay? ¿La política de un Estado ausente en el manejo de los medios de comunicación es toda la política que debe haber porque los multimedios ya se deglutieron casi todo? ¿Para qué y para quiénes son el diseño y la formación universitaria? ¿Es un debate que no tiene sentido? Si la educación nacional está en manos de un ministerio que no maneja escuelas, y la salud en manos de otro que no maneja hospitales, ¿tampoco hay más nada que discutir?
La oposición no existe, los intelectuales andan de licencia, los medios boludean y el oficialismo es el único que fija agenda. La derecha no sabe cómo pararse y la izquierda, las pocas veces que habla o que la dejan hablar, se exhibe desconcertada. Alguno de estos conceptos podrá ser o parecer erróneo o exagerado, pero no se puede negar que el debate político argentino está desmayado. Es probable que, bueno o malo, más o menos, esto sea lo que hay, lo único que hay, y la función consista en que, en tanto es eso, por ahora se acabó la discusión. Si ésa es la certeza, uno prefiere la seguridad de que cuando se terminan las discusiones se acaba el pensamiento crítico. Y si se acaba el pensamiento crítico, se termina la probabilidad de modificar, para mejor, cualquier cosa. Esta película ya la vimos. Por tomar los últimos 30 años, fuimos al cine a ver lo mismo unas cuantas y patéticas veces. La plata dulce de la oligarquía financiera, el achicamiento estatal para agrandar la Nación, el 1 a 1 de la rata y Cavallo, la lucha contra la corrupción para acceder al paraíso, pero sin tocar sus causas sistémicas. Ya la vimos a esa película de creer que habíamos llegado al “por fin”.
Y quedamos algunos que no la queremos ver de vuelta.
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