Lunes, 8 de enero de 2007 | Hoy
DIALOGOS › GLEN PATTERSON, NOVELISTA DE IRLANDA DEL NORTE
Viene de Belfast, el corazón de una guerra antigua que creó su propio lenguaje, empezando por el nombre: no es guerra sino “conflicto”, “los problemas”, en una tierra que ni siquiera tiene un nombre claro. Su obra tiene paralelos inquietantes con algunas costumbres locales, como el de terminar hablando del “algo habrán hecho” y de “los dos demonios”.
Por Andrew Graham-Yooll
–¿Cómo se comienza a explorar el lenguaje que deja una etapa de conflicto?
–Yo soy simpatizante del equipo de fútbol de Irlanda del Norte, que no es bueno. Digo esto para desarrollar la idea de cómo se utilizan palabras para escribir bien de algo que uno ve como malo. Y el uso de las palabras es importante en el lugar del que yo vengo, que insisto en llamar Irlanda del Norte, y que mucha gente no usa ese nombre porque su política no se lo permite. El lugar de donde provengo, del norte de Irlanda, tiene muchos nombres. Algunas veces es “el norte”, otras “los seis condados”, porque hay 32 condados en la isla de Irlanda, y sólo seis están en el norte. Irlanda del Norte no es un estado, es una región administrativa del Reino Unido, pero eso es muy largo, y lo llamamos un estado. Algunos lo llaman un “estadito”, y algunos lo consideran una entidad política fracasada. Todos estos nombres están a disposición de los ciudadanos de este lugar. Muchas veces la gente de Irlanda del Norte dirá simplemente “acá”. Yo vivo en Irlanda del Norte porque está en la parte norte de la isla. Ese es el comienzo del problema de hallar palabras para escribir de esa sociedad. Me interesó el uso de las palabras de aquí, el proceso, la dictadura, el régimen, la falta de acuerdo en torno de cómo llamar al pasado reciente de la Argentina. En relación con eso tomo la palabra troubles (problemas) de Irlanda del Norte, que usan muchos. Otros piensan que es un término absurdo. Eso me lo dijo un amigo inglés, “suena como un pequeño malestar estomacal”. Troubles es un vocablo absurdo para describir lo que pasamos, y niega la motivación política de los que participaron en lo que ellos llaman una “guerra”. Hay un número considerable de personas que consideran la palabra guerra como ofensiva. El término más común, y el que yo uso, es “conflicto”. Hay cada vez más personas que hablan del conflicto de Irlanda del Norte, en el Norte, en los Seis Condados, acá. Cuando comencé a escribir ficción situada en Irlanda del Norte sentí que había gran número de palabras fuera de mi alcance. Algo que sucedió en esos años, entre 1969 y 1994 (ese cuarto de siglo), fue que muchas palabras fueron apropiadas por uno u otro bando. Y muchas palabras que consideraba muy útiles cargaban con un gran peso político. Hablar de unión, una muy noble aspiración, significaba hablar de una sociedad unida. Sin embargo unión era una palabra que describía las aspiraciones de los republicanos. Hablar de unión, que es una linda palabra cuando la practican dos personas, por ejemplo, pasó a ser una palabra que representaba al partido unionista que creía en la permanencia de los lazos entre Irlanda del Norte y el Reino Unido. Un comentario, atribuido al poeta Seamus Heaney, es “digas lo que digas, di nada”. La idea es que con sólo abrir la boca revelaba tus simpatías. Por lo tanto era mejor decir nada. Seamus Heaney no dijo eso, sino citando algo existente. Pero es un recuerdo de mi adolescencia que había que tener cuidado con lo que se decía y dónde. Yo comencé a escribir porque no quería que existieran palabras que se me negaban. Quería convocar todas las palabras del discurso político, estudiarlas, colocarlos bajo una lupa y decidir si no había forma de salir de un idioma que se sentía que moría o mataba. Quería que el idioma trabajara para mí y no que conspirara para derrotarme, atrapado por el idioma. Por eso comencé a escribir. Es inevitable que el acto de escribir en esas circunstancias se convierta en un acto político. Cuando la gente hablaba de política y literatura en Irlanda del Norte lo que esperan de un escritor es que se declare a favor de un grupo u otro en el conflicto. Para mí, escribir nunca significó declararme a favor de una versión u otra de la historia. Tenía que ver con abrir el idioma clausurado por los políticos. Uno de los horrores de Irlanda del Norte en los años del terror fueron los fusilamientos o ejecuciones. Se secuestraba a ciertas personas, eran metidas en coches y luego el cuerpo era tirado en algún descampado. Otros eran ejecutados acusados de delación. La costumbre de las organizaciones que asesinaban así era que, antes de matar a una persona, se le tapaba la boca con una cinta. Esa mordaza no tenía nada que ver con un temor a que el cautivo gritara, era un símbolo. Los asesinos tenían el poder de negarle la voz a su cautivo. Llevo en la memoria esa visión de la boca tapada.
–Varios escritores de Irlanda del Norte lamentaban hace veinte años que no hubiera una literatura de los troubles. Usted parece haber comenzado a revertir esa situación, junto con otros escritores.
–Como novelista diría que la novela trata del paso del tiempo. Esa es su función específica. No me sorprende que las novelas que giran en torno de los troubles tardaran en llegar. En los comienzos, en 1993, se hablaba más que nada de los thrillers de los troubles, o de la “basura del problema” (Troubles Trash), nombre que le puso Eve Patten. Los autores eran periodistas que pasaban unas semanas en el bar del Europa Hotel, donde residían los corresponsales, y luego regresaban a casa y escribían una de tiros en Irlanda del Norte. La ficción de aquellos comienzos era breve. Tardó mucho en llegar Maurice Leitch, de Antrim, con su novela Silver City (1981). Fue la primera novela que se puso al día con los siete u ocho años anteriores. Mi impresión como joven escritor a mediados de los ochenta era que hubo mucha escritura pero estaba empantanada en la Belfast victoriana que ya no existía, la Belfast de las divisiones simples, los Shankill y los Falls (protestantes y católicos), y que la ficción que no había sido escrita era la de las urbanizaciones, la ficción de la ciudad que había crecido en la segunda mitad del siglo veinte...
–Que era bastante horrible...
–No del todo, y tampoco era la ciudad caracterizada por el partido unionista (protestante) como un lugar que había sido ideal hasta la llegada de la destrucción republicana. Hubo una etapa después de la Segunda Guerra, que llegó hasta los sesenta, donde hubo mucha reconstrucción, nuevas construcciones, una Belfast que había crecido y donde levantaban complejos edilicios que albergaban familias de ambas religiones. Lo que ocurrió alrededor de 1971, luego de la instauración por la autoridad de Londres de la “internación” de los rebeldes, fue que la fractura de Belfast que se instaló a lo largo de las calles Shankill y Falls (entre las cuales los británicos levantaron una cerca de hierro) se expandió a las urbanizaciones de Ballysillan, al norte de la ciudad, y Rathcoole, donde se crió Bobby Sands (que hizo huelga de hambre hasta morir), se convirtieron en zonas de exclusividad protestante. Lenadoon, distrito de Belfast donde crecí yo y que había albergado las dos religiones, se convirtió en exclusivo católico, y así en muchas partes. La ficción que yo quería escribir era bastante compleja en los términos de la ciudad que describía. Escritores como Robert McLiam Wilson, que se crió en Turf Lodge, una urbanización de posguerra, y también Martin Lynch, de esa zona, Ciaran Carson que comenzó en la Falls y luego se mudó a Anderson Town, un emprendimiento nuevo... Todos estos lugares se convirtieron en los años setenta en sinónimos de violencia política, pero cuando fueron construidos en los años cincuenta y sesenta la intención había sido superar la división sectaria del siglo diecinueve y comienzos del veinte. Lo que pienso que sucedió con la publicación de Ripley Bogle (1989), publicado en castellano por Tusquets, y cuando comencé a escribir yo, fue que había una variedad de escritores jóvenes con experiencias diversas que buscaban superar el pasado. Así comenzó a tomar forma una literatura. No hablo solamente de topografía, sino que cambiaba el escenario. Las novelas de Robert McLiam Wilson como Eureka Street, y la mía, Number Five, son novelas que tenían en común un compromiso político pero sin alinearse con las divisiones históricas. Antes había un problema y una expectativa con el hecho de que la “ficción de los troubles” tenía que alinearse, porque si no se alineaba no encaraba la situación. Lo que emergió a fines de los ochenta en Irlanda del Norte fue una política de la izquierda de la que escribía el poeta John Hewitt, y que había sido sumergida por el sectarismo de los sesenta y los setenta. La literatura comprometida que comenzó a surgir tenía la convicción de que el Unionismo y el Nacionalismo, ambos, habían fracasado. También era una ficción capaz de dar cuenta de los fracasos del gobierno británico. Por lo tanto no era el caso de escribir de “dos demonios” sino discutir, en tanto la ficción puede discutir un tema político. Era una literatura que intentaba establecer un curso, o hallar una posición política desde donde criticar al Unionismo y al Nacionalismo monolíticos y la política británica.
–En un sentido aún más amplio, ¿cuál es la percepción de Irlanda del Norte del escritor creador? ¿Es el escritor un vocero de su sociedad?
–Esto es menos complicado en el sur, en la república de Irlanda. Escritores como Roddy Doyle, Dermot Bolger, y otros, son muy populares, y también se considera que han expresado en su momento algo de la furia del pueblo de la república de Irlanda. Las cosas se complican cuando uno va a Irlanda del Norte. Si se habla de la sociedad ¿de quiénes estamos hablando? Cualquier escritor tiene que superar el encierro que representa la pregunta ¿de qué lado estás? en la división religiosa, y esto ofrece un panorama diferente de inmediato. Pienso en escritores como Roddy Doyle, Colm Toibin, Joseph O’Connor, Anne Enright, y otros de esa generación, mis contemporáneos. Sus obras comenzaron a aparecer por el mismo tiempo, en los ochenta, en la república, y lo que hacían era actualizar el mapa de la ficción irlandesa. Había un atraso literario en la forma que el país se representaba, y por lo general se autopresentaba con los escritores clásicos del pasado. Había un salto entre la proyección de Irlanda como la tierra de santos y sabios, y la realidad de Dublín en los ochenta, en las urbanizaciones... Había una nueva Irlanda que no había hallado expresión en la ficción y el teatro. Ahí apareció una nueva ola de escritores y hoy son el grupo establecido. Alguien como Roddy Doyle ha producido una literatura fuerte basada en Irlanda. También ha escrito un poco de ficción histórica. Roddy Doyle escribe principalmente de ahora, de cómo es ser inmigrante en Irlanda. Hay escritores cuyo trabajo se popularizó porque se los percibió expresándose en representación de los que no tenían expresión.
–En el Norte siempre hablan mucho pero se los acusa de no hablar de los problemas que dejó la guerra.
–En el Norte siempre ha habido ese problema. Heaney tuvo que enfrentarlo, al ser acusado de que no decía suficiente. Debía decir más o se le acusaba de no ser suficientemente directo. Otros (los protestantes) opinaron que había sido perfectamente claro al expresarse como nacionalista, aun cuando trataba de usar un lenguaje de respeto y moderación... Eso ha sido un problema, ¿cómo se encuentra un lenguaje que hable por “los de abajo”? Cuando una parte de la población opina que uno habla sólo en representación de un sector de la comunidad de Irlanda del Norte queda marcado. Hay gente que se dedica a cuestionar ahora a los fundamentos del unionismo y del nacionalismo. Ciaran Carson escribió sobre la poca confiabilidad de los planos, que dibujaban los hombres. Mucho del conflicto irlandés ha girado en torno de los mapas, en el trazado de líneas. Carson propuso disolver los mapas, rechazándolos como elemento poco confiable en cualquier mitología. Eso logró atacar las posturas del nacionalismo y del unionismo.
–Usted tiene una especie de doble nacionalidad, es protestante en un país que está dejando de ser católico. Nació en país dividido, emigró, para crear en el idioma del opresor. ¿Cómo maneja su propia dualidad?
–Es más que dualidad. En cierto momento de mi vida busqué tener todas las identidades posibles como principio. Soy británico y no tengo vergüenza de decirlo. Soy irlandés y no me avergüenzo. Las dos cosas no necesitan estar en conflicto. Soy europeo, ante todo soy de Belfast, soy hombre de ciudad... Todas estas identidades son válidas. Somos siempre más de una sola identidad. Todas las que mencioné me describen. Si se mira el texto del acuerdo del Viernes Santo ahí está reflejado el lenguaje de la nueva política de Irlanda y el Reino Unido. Alrededor de 1993, antes de iniciarse el proceso de paz, en la Universidad de East Anglia cuando era escritor residente, dije que el discurso más interesante de Europa en ese momento salía de Irlanda del Norte. El cambio político se debió a que la gente comenzaba a admitir que el problema no era del Norte, era un problema de Irlanda y del Reino Unido. Se comenzaba a preguntar qué era ser irlandés, qué británico, qué europeo. Esta ya no era la Irlanda que incendió la embajada británica en Dublín en 1972, luego del domingo sangriento. Colm Toibin habla de esto con mucha elocuencia. Toibin recordaba que se había plegado a una manifestación que iba a la embajada, era hombre de Wexford residente en Dublín, y pensaba: “¿De esto se trata el problema? ¿Vamos a seguir incendiando embajadas como forma de ser parte del conflicto?” Para Toibin fue un momento de definición para todos. Y digan lo que digan hoy, una mayoría de gente en la República decidió mirar para otro lado, hacia Europa, sin mirar al Norte. Muchos se dieron cuenta entonces de que había que reexaminar los referentes de los británicos, de los irlandeses, la relación entre el Reino Unido e Irlanda, entre el Norte y el Sur, entre Irlanda del Norte y resto del Reino Unido, y el resto de Europa. Todo debía ser revisado antes de mirar el problema de Irlanda del Norte. Creo que esto sucedió, y de esto se trata el pacto del Viernes Santo. Ahora hay entes de Norte-Sur, pero también hay reuniones de ministros de Inglaterra, Escocia, y Gales, con sus pares de la República y con Irlanda del Norte. Están ocurriendo cosas. Mi familia llegó a Irlanda desde Escocia a comienzos del siglo diecisiete y me entusiasma un pasaje en Retrato del artista adolescente de Joyce donde Steven Dedalus considera orígenes al hablar con un cura y no pueden acordar el nombre de un objeto que tratan de describir, y entonces Stephen dice: “El lenguaje que hablamos es de él antes que mío, para mí siempre será un discurso adquirido”. Esto es muy inspirador. Yo aún soy nuevo en Irlanda, mi familia vino de afuera. Y si consideramos las cosas de esa manera, ¿cuál es mi identidad?
–Es interesante también ver qué ha pasado en la relación con el Reino Unido.
–Lo que ha ocurrido en tiempos recientes es que el Reino Unido se ha abierto a la importancia de Irlanda en su historia. Esto nada tiene que ver con 800 años de desgobierno, sino con el rol que tuvieron los irlandeses en el desarrollo, la cultura, la política, la construcción del imperio. A su vez, Irlanda también ha tenido que sincerarse al decir que no todo su contacto con Inglaterra fue negativo. Hay una interdependencia de esas dos islas y en el último siglo esto no se ha reconocido con claridad. Ha surgido una especie de madurez. Hoy, Dublín y Londres se hallan mucho más cerca que nunca. En parte eso se debe a Europa. Al observar la relación con otros ojos, entonces también se hace claro que hay que enfrentar el problema de Irlanda del Norte de otra forma. Hubo un gran cambio en el idioma. No creo que ninguno de nuestros escritores haya contribuido a eso, sí creo que se dan ciertos momentos en la literatura que hace que el Norte estaba preparado, a tono con otras corrientes, y logró esa expresión. Eso también sucede en torno del acuerdo de Viernes Santo, cuando se inicia el proceso de paz. Era como si los escritores estuvieran escribiendo una historia del Norte y justo cuando llegaban al final, todos los temas se aceleraron con el anuncio del pacto. En ese sentido creo en el compromiso político de la escritura de Irlanda del Norte, y algunas veces queda ignorado porque no se declara. El autor Ronan Bennett escribió un artículo en The Guardian a comienzos de los noventa que causó un escándalo. Dijo que no había literatura de compromiso político y los escritores habían abdicado de su responsabilidad. Discutí con Ronan Bennett en varias oportunidades aun cuando dijo que yo era una excepción. Dijo que yo había escrito libros que quizás eran la excepción al intentar tratar la situación política.
–Eso lo deja bastante bien situado, pero cuál es la situación física de los escritores irlandeses, digamos los de Belfast, ahora.
–Ronan Bennett es hoy uno de nuestros escritores de mayor éxito, entre los más populares comercialmente y en la recepción crítica. Fue quien más convocó a una literatura comprometida: para mí hay una sola política que importa, la que supera el pasado, y por eso discutimos. Cosa interesante en este ambiente de cambio. Tenemos un dramaturgo llamado Gary Mitchell, de Rathcoole, en el norte de Belfast, que alcanzó prominencia en los noventa. La mayoría de sus obras tratan sobre protestantes de clase trabajadora, y sus obras se llevaron al escenario en Londres y Dublín. Algo que sí se dijo de sus obras era que daban expresión a un grupo que había sido ignorado en el teatro. En noviembre de 2005, la casa de Gary Mitchell fue atacada e incendiada por paramilitares protestantes (Loyalist). Gary Mitchell hoy vive escondido desde noviembre. Si eso hubiera sucedido a cualquier escritor en el Reino Unido o Irlanda el tema habría llegado al Parlamento. Sin embargo, a pesar de algunas expresiones de repudio de algunos ministros no se ha hecho nada.
–¿No habrán dicho “por algo será”?
–Se dijo, pero también influye que los escritores en Irlanda son considerados como elemento decorativo. A la gente le gusta saber que estamos, mejoramos el perfil internacional, pero no hay que perder tiempo leyendo nuestras obras. Los turistas vienen buscando nuestro patrimonio literario y esas cosas, pero nada más. Supongo que Gary Mitchell era visto así, y no se puede enfrentar lo que sucedió. Es probable que la gente que lo atacó no lo haya leído. Es más, como dijo él mismo, era probable que nunca hubiesen visto una de sus obras y enfatizó que le parecía que hasta eran demasiado estúpidos como para leer sus obras. No trató de apaciguarlos. Creo que llegó a su atención debido a que, siendo muy conocido fuera de Belfast, especialmente en Dublín, escribiera lo que escribiera hacía quedar mal a la clase trabajadora protestante. Esa comunidad es la que más insegura se siente hoy en Irlanda del Norte. Los autores que tratan de escribir sobre el tema pasan a ser sospechosos. Siempre pensé que si me metía en líos como escritor, el problema vendría de los republicanos. Sin embargo, como soy protestante, se me ve como del todo apoyando a la comunidad de protestantes y paramilitares. Y como vivo en una ciudad dividida fácilmente llegaría a ser un objetivo. Uno pensaría que a esta altura de las cosas este tipo de ansiedad estaría superado. Sin embargo Gary Mitchell fue atacado a fines de 2005. Como mucho el PEN Club protestó y escribió cartas a los diarios. Eso fue todo. Contrasta bastante con mi optimismo.
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