DISCOS › “PARA LOS ARBOLES”, LO NUEVO DE LUIS ALBERTO SPINETTA

Canciones de buena madera

Apoyado en músicos reales y programaciones virtuales, el Flaco entrega otros doce temas de rara belleza, que eluden todo lugar común.

 Por Eduardo Fabregat

En la revista que acompaña la edición del nuevo disco de Luis Alberto Spinetta, Alejandro Rozitchner pregunta y se pregunta: “¿No es un disco para nosotros, personas? ¿Escuchan los árboles?”. Con el correr del texto concluirá que el disco número 33 de Spinetta es “para lo árbol en nosotros, para lo que tiene la misma percepción y ritmo que la madera”. La definición es tan exacta como spinetteana, y quien tenga un conocimiento cabal de la obra del veterano rocker sabrá reconocer las pistas. Es que la naturaleza es un tema recurrente en Spinetta, y las referencias a “lo árbol en nosotros” pueden ir de “Campos verdes” o “Florecen los nardos” a “Durazno sangrando”, de “Todas las hojas son del viento” a “Barro tal vez” (“Y deberás plantar/ y ver así a la flor nacer”), de “Vamos al bosque”, “Madre selva” y “Sombras en los álamos” a “La luz de la manzana”, “Jardín de gente” o “La flor”. Desde el título y el espíritu, entonces, Para los árboles es otro eslabón natural en la cadena que conforma la obra de Spinetta, de 1969 a hoy. O, para seguir la alegoría: otra delicada pieza de su ecosistema.
Spinetta no es un artista fácil y ésa es una de las primeras cosas que se le agradece. Como en aquel amanecer de los ‘70, hoy la música predigerida abunda y ocupa una multitud de espacios, y nadie quiere coronar apuestas que se salgan del casillero del reality sponsoreado para aspirantes a famosos y la apreciación del arte a través de la escala Marley de emoción. Aun dentro del mundo del rock, el guitarrista y cantante ocupa un lugar necesario y a la vez difícil, un tipo que sólo se compromete con su música y pide al oyente que se deje ir, que olvide el fárrago y atienda al árbol que lleva adentro, a “esa vida que crece firme y sin aspavientos”. En su música y en la manera de encararla, Luis sigue siendo tan marciano para el medio como siempre, pero nada de eso importa frente al hecho de que sus canciones poseen la vibración vital de costumbre.
Breve y rotundo, Para los árboles condensa en doce canciones a un Spinetta 2003 que tanto puede acudir a habituales compañeros de ruta como a la programación de bases y guitarras virtuales. No es tan extraño, si se tiene en cuenta que ya en el Privé de 1986 había ensayado con éxito esa mezcla entre el solista absoluto que construye desde la tecnología y el que lo hace desde la interacción con otros músicos. Aquí, Rafael Arcaute, Javier Malosetti, Daniel Wirtz, Claudio Cardone, el Mono Fontana, Nico Cota, Grace Cosceri, suman y aportan a un bastidor en el que se reconocen todas las vetas de Luis. Es decir, armonías que son una lección de arquitectura musical, melodías impredecibles y capaces del giro más inesperado, y la acostumbrada carga lírica que excede la mera “letra” para hermanarse con el poema.
Para los detractores del flaco de Bajo Belgrano, todo eso que se define como virtudes se resume en la palabra aburrimiento. Pero quedó dicho que Spinetta no es un músico fácil, sino uno que exige esmerada atención: a cambio, el hombre garpa con creces. Para comprobarlo, alcanza con meterse en la serena belleza de canciones como “Cisne”, “A su amor allí” o “Dos murciélagos”, pero también en la furia blusero-tecnológica de “Yo miro tu amor” (por si a alguien le quedaban dudas: sí, se puede hacer rock and roll prescindiendo de un baterista tracción-a-sangre) o las influencias negras de “Halo lunar”, con Malosetti dibujando en un ambiente que conoce a la perfección y Valentino Spinetta agregando clima con un teclado talk box de aires funky. Para los árboles tiene, además, esa marca registrada de la canción-Spinetta que nadie podría clonar, presente en pasajes como “Agua de la miseria” o “Ciénaga dorada”, o el mismo cierre electrificado de “Tu cuerpo mediodía”. Pero, por sobre todas las cosas, el nuevo discodel Flaco tiene aquello que no abunda en la era del cartón pintado: buena madera. Y ni una polilla.

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En “Para los árboles”, Spinetta da otra lección de música con alma.
 
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