Lunes, 19 de mayo de 2008 | Hoy
ECONOMíA › PANORAMA DEL SISTEMA NACIONAL DE INNOVACIóN. ESTADO Y EMPRESAS PRIVADAS
Los países que destinan una creciente inversión en Investigación & Desarrollo, tanto el Estado como el sector privado, registran un recorrido más sólido de crecimiento. En ese campo, Argentina muestra avances y asignaturas pendientes en los últimos años.
Producción: Tomás Lukin.
Por Gustavo Eduardo Lugones *
Reflexionar acerca de las características de los procesos de innovación en la industria argentina provoca varios interrogantes.
1. ¿Tiene la Argentina una industria que podría calificarse como innovadora? ¿Es el cambio tecnológico y organizacional un recurso importante en la búsqueda de mejoras competitivas por parte de nuestras industrias? Las encuestas oficiales (representativas del universo nacional) dan señales contradictorias: por un lado, la tasa de innovadoras es alta. En contrapartida, el nivel de los esfuerzos innovativos es muy bajo, particularmente los de carácter endógeno (I+D, ingeniería y diseño, capacitación), y son escasos los vínculos de los productores con el sistema de C&T en procura de conocimientos para mejorar sus productos y procesos. El contraste sugiere que las innovaciones introducidas son de poca envergadura, profundidad y alcance, lo que encuentra confirmación en los datos sobre producción y comercio, que indican una fuerte concentración en los sectores y bienes de menor complejidad y ritmo de cambio técnico.
2. ¿Es la debilidad de las vinculaciones y de los esfuerzos innovativos lo que explica el bajo contenido de conocimiento que prevalece en nuestra industria? ¿O será al revés? La baja complejidad tecnológica de los productos en que nos especializamos no exige cambios de envergadura, por lo que alcanza con modificaciones menores que, de todos modos, habilitan al encuestado a reportarlos como una innovación. A la vez, todo indica que esa conducta tecnológica poco “virtuosa” no ha impedido últimamente un desempeño más que aceptable de nuestra industria en los mercados domésticos e internacionales, como lo prueban el superávit comercial y el crecimiento de las exportaciones industriales de los años recientes, si bien favorecidos por una demanda internacional pujante y por la política cambiaria adoptada desde 2002. Esto sugiere pocas posibilidades de que se produzca un cambio espontáneo en las tendencias de especialización, por lo que tampoco es esperable una mayor dinámica innovativa.
3. ¿Por qué sería necesaria una conducta innovativa más dinámica? ¿Cuál es su importancia para las empresas y para el país o la sociedad, en su conjunto? Los beneficios que pueden esperarse de un cambio hacia más y mejor innovación pueden resumirse en pocas palabras: nunca habrá suficiente certeza de en qué medida y por cuánto tiempo se mantendrán los eventuales contextos favorables, lo que hace poco conveniente apostar solo a esas circunstancias. En cambio, la innovación es la opción estratégica capaz de generar ventajas competitivas genuinas, sustentables y acumulativas y, a la vez, hacerlas compatibles con incrementos significativos y permanentes en los salarios. También es la vía para dar mayor solidez y previsibilidad al sector externo de la economía con los consecuentes efectos positivos a nivel macro.
4. Cabe, entonces, formularse el último interrogante. ¿Es la nuestra una industria con potencialidades para adoptar ese camino estratégico? ¿Contamos con firmas y empresarios en condiciones y con interés en hacerlo? En este sentido, las encuestas también ofrecen evidencias que prueban que en muy variados sectores de actividad, es decir, no sólo en los high-tech, sino también en los “tradicionales”, como alimentos o textiles, Argentina cuenta con empresas que han apostado fuertemente por la innovación. Los datos muestran, también, que éstas son las firmas que han tenido mejor performance a largo plazo y las que abonan mayores salarios al interior de sus ramas respectivas.
Los esfuerzos que se están llevando en materia de políticas públicas para promover la innovación e incrementar el número de esos casos “virtuosos” son, por tanto, imprescindibles y deben ser ampliados y reforzados, sobre todo en relación con las actividades que presentan mayores posibilidades de eslabonamientos y derrames.
* Investigador UNQ–Redes y docente UBA.
Por Eduardo López *
Para hablar del sistema nacional de innovación (SNI) en la Argentina, comencemos con dos datos que muestran la debilidad del esfuerzo que se hace en la materia en nuestra sociedad:
1. Pese al saludable incremento reciente, Argentina gasta poco en Investigación y Desarrollo (I&D): 0,5 por ciento del PBI, contra 0,9 de Brasil o 0,7 de Chile, muy lejos del 3 de Corea o Japón, el 3,5 de Finlandia o el 5 por ciento de Israel.
2. El sector empresas apenas financia el 30 por ciento del gasto en I&D, contra casi 50 por ciento en Chile, 40 en Brasil y 70 en los países recién mencionados.
¿Por qué deben preocuparnos estos datos? En primer lugar, porque la innovación es un factor clave para el aumento de la productividad y, por lo tanto, para el crecimiento. Si bien es cierto que en la Argentina las fuentes externas de conocimiento (bienes de capital, inversión extranjera directa, licencias) juegan un rol crucial, está claro que ellas no sólo necesitan ser complementadas con actividades domésticas de innovación, sino que además éstas deberían ir creciendo con el tiempo. Nada de esto ocurre en la Argentina: el gasto en I&D no sólo es bajo en términos del PBI, sino que tampoco muestra ninguna tendencia creciente definida desde hace muchos años.
En segundo lugar, porque la introducción de innovaciones al mercado es fundamentalmente responsabilidad de las empresas. Ahora bien, las empresas no innovan en aislamiento. Por el contrario, el funcionamiento de los SNI depende fuertemente de las vinculaciones que se establecen entre los agentes que los componen (empresas con sus clientes y proveedores, con universidades y laboratorios de I&D). Lamentablemente, estas vinculaciones también son débiles en Argentina.
Es usual escuchar que las firmas no innovan por el carácter “rentista” de los empresarios y/o porque éstos desconocen el valor de la innovación. También se afirma que se vinculan poco con otros agentes porque ignoran las ventajas de la cooperación y/o minimizan el aporte de las universidades o los institutos de ciencia y tecnología (CyT). No siendo éste el lugar para discutir estas afirmaciones en extenso, nos parece preferible suponer que los empresarios tienen un único fin en todo tiempo y lugar: ganar dinero. Lo que varía son los medios que utilizan para tal fin. Esos medios pueden vincularse a la innovación en bienes y servicios socialmente útiles, o en el lobby, la especulación financiera. Las reglas de juego y las conductas empresarias se retroalimentan: así, hay sociedades en donde predominan una u otra forma de innovación, con resultados obviamente disímiles en materia económica y social.
A su vez, siendo la innovación tecnológica una actividad de resultados inciertos, requiere tanto de ambientes macroeconómicos e institucionales previsibles como de entornos favorables (por ejemplo, acceso a recursos humanos y financiamiento). Considerando la fuerte volatilidad tanto macroeconómica como institucional de las últimas décadas, sería extraño que encontráramos a las empresas argentinas con rutinas innovativas consolidadas. Naturalmente, la preferencia de las empresas por el corto plazo y la flexibilidad ha reforzado aquella inestabilidad, y es el tipo de círculo vicioso de estancamiento del cual parece difícil salir en nuestro país.
Hay algunas señales que pueden dar lugar al optimismo: por ejemplo, el incremento del presupuesto para CyT y la creación del ministerio respectivo, la adopción de algunos instrumentos de política que van más allá de los tradicionales subsidios a proyectos puntuales y apuntan a la cooperación entre agentes para abordar problemas complejos y el incipiente dinamismo de algunas actividades de alta tecnología. Todos estos fenómenos pueden constituir el inicio de un camino de transformación del SNI que apunte a promover la modernización de la estructura productiva, mejorar la competitividad de la economía y crear empleos genuinos y bien pagos para los habitantes del país. Pero para ello es necesario también enmarcar las políticas de innovación en una estrategia de desarrollo económico a largo plazo.
* Director del Cenit y Director del Departamento de Economía de la FCE-UBA
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